Corea del Norte

Se anunció que a partir del 26 de julio 2005 se van a reanudar las negociaciones multilaterales sobre el problema nuclear coreano en Pekín, evoca a la mente una serie de cosas obvias y otras que no lo son tanto.

Obviamente lo más importante, según Moscú, es que el proceso negociador debe ser relanzado en cualquier caso y conducido hacia alguna solución exitosa. Y que el objetivo de esas negociaciones es garantizar que no haya armas nucleares en la Península Coreana. Los seis Estados participantes en el diálogo, incluida Corea del Norte, están de acuerdo en ello.

El proceso negociador permaneció atascado durante trece meses a causa de las discrepancias entre dos partes, Pyongyang y Washington. En el transcurso de este período, a saber, en febrero pasado, Corea del Norte se proclamó potencia nuclear y durante mucho tiempo se empeñó en convencer a los demás países implicados en el diálogo - Rusia, China, Japón y Corea del Sur - de que era verdad. Aparentemente, en vano.

Corea del Norte, a la que EE.UU. había acusado en otoño de 2002 de implementar programas nucleares secretos, contrariamente a los acuerdos existentes entre Pyongyang y Washington y a pesar del Tratado de la No-Proliferación, procuraba demostrar que iba haciendo justamente lo que se le imputaba pero al mismo tiempo estaba dispuesta a renunciar a tal actuación a cambio de nuevos compromisos con EE.UU. Es decir, a cambio de que Washington le ofreciese garantías de seguridad y asistencia en el proceso de las reformas de mercado que Corea del Norte viene implementando a duras penas.

La reapertura de las negociaciones significa, en rigor, una sola cosa: que Estados Unidos está dispuesto a abandonar su rígida postura de antes, la cual sustituía las fórmulas de compromiso por la capitulación de Pyongyang. La reciente gira asiática de la secretaria de Estado norteamericano, Condoleezza Rice, ha dejado bastantes alusiones a este cambio.

Era efectivamente el único escollo para las negociaciones, puesto que el contenido de los eventuales acuerdos sobre la «crisis coreana» estaba claro desde un principio.
La clave para el éxito de las próximas negociaciones se encuentra en Washington, observó a este respecto el presidente surcoreano Roh Moo-hyun, ofreciendo a Pyongyang el suministro de la energía eléctrica, de hasta dos millones de kilovatios anuales, en caso de que firmara un acuerdo con Estados Unidos. Washington no se opone a esta fórmula.

No cabe ninguna duda de que Pyongyang y Washington podrían lograr ahora un acuerdo, probablemente, ya en la próxima vuelta de las negociaciones. Primero, porque Condoleezza Rice consigue en general lo que no podía su antecesor en el cargo, a saber, neutralizar a los halcones en el Departamento de Estado y en la Administración, quienes habían provocado la «crisis coreana» sin motivos especiales y después se vieron en un callejón sin salida.

Segundo, porque EE.UU. e India acaban de firmar, en el transcurso de la visita del primer ministro hindú Kim Manmohan Singh a Washington, varios acuerdos bilaterales que contemplan la ayuda técnica norteamericana a Nueva Delhi en materia de la energía nuclear. A estos efectos, EE.UU. aceptó olvidar incluso muchas restricciones existentes en este terreno.

Entretanto, India había hecho en realidad más que Corea del Norte: sorteando hábilmente el Tratado de la No-Proliferación, los hindúes realizaron en mayo de 1998 un ensayo nuclear y, en la actualidad, tienen a su disposición las ojivas nucleares que podrían usarse en el teatro de las operaciones bélicas.

Sin embargo, las negociaciones multilaterales en Pekín han tropezado y seguirán tropezando durante algún tiempo con varias dificultades. En primer lugar, me refiero a la rivalidad chino-americana por el papel de la potencia clave en la solución de la crisis nuclear coreana y, en general, potencia número uno en el continente asiático.

El que ningún problema en Asia puede ser resuelto sin China, estaba claro hace años ya. Los otros cinco Estados participantes del diálogo volcaban sus expectativas, impaciencia e indignación a raíz del problema coreano justamente en Pekín, como anfitrión y virtual organizador de las negociaciones, lo cual contribuía a reforzar el protagonismo de China en esta parte del planeta.

Imaginémonos que la crisis coreana, con una rapidez fascinante, llega a un final exitoso, aquel que parecía obvio e inevitable hace un año o dos. Es decir, Pyongyang firma un acuerdo con Estados Unidos, mediante el cual renuncia a cualquier programa nuclear de carácter militar y acepta cualquier tipo de inspecciones para que se pueda comprobar la observancia de dicho acuerdo.

A cambio, recibe un programa de cooperación económica con EE.UU. Las demás naciones implicadas en esas negociaciones también estampan sus firmas en calidad de garantes.

¿Cómo será la política asiática a raíz de este resultado?
¿Se van a mantener las negociaciones multipartitas, ya en una variante renovada, como mecanismo encargado de verificar el cumplimiento del acuerdo entre Pyongyang y Washington, y más tarde, como mecanismo negociador para solucionar los problemas en el Noreste asiático? ¿Tendrá Pekín la oportunidad de preservar su papel de intermediario en el arreglo de las cuestiones complicadas, por ejemplo, entre Japón y Corea del Sur?

¿Podrá China aprovechar el formato de esas negociaciones para resolver algunos problemas propios, entre ellos, los del carácter territorial con Japón?

Es probable que tengamos todas las respuestas antes de que esté listo el acuerdo entre EE.UU. y Corea del Norte.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)

Ria Novosti 19 de julio 2005