Perú vivió jornadas de manifestaciones y protestas populares que tuvieron como blanco el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, contra el que se movilizaron centrales sindicales, campesinas y otras fuerzas sociales.

Las calles de Lima registraron el paso de miles de personas que se oponen al modelo económico neoliberal acelerado por el gobierno del presidente Alejandro Toledo, y reclamaron mejoras salariales y de jubilación, así como la aprobación de leyes a favor de restaurar los derechos laborales.

La Confederación General de Trabajadores del Perú calificó de exitosa la jornada nacional de lucha y su líder, Mario Huamán, adelantó que las protestas podrían radicalizarse si el ejecutivo no escucha las voces contrarias al TLC con Washington.

Lo ocurrido en esa nación andina no resulta extraño en un continente donde el neoliberalismo ha sembrado semillas de explosión social, tal y como lo atestiguan países como Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

Sin embargo, EEUU, con gran cuota de responsabilidad, intenta imponer la tendencia de culpar a la revolución bolivariana de Venezuela de cuanta manifestación de descontento o rebeldía popular ocurre en América Latina.

Ya antes había intentado justificar el incremento de su presencia militar en Colombia con los supuestos nexos de Caracas con la insurgencia en el vecino territorio. La Casa Blanca, además, hace todo lo posible por enrarecer los vínculos entre el gobierno de Alvaro Uribe y Hugo Chávez.

También fue política oficial norteamericana responsabilizar a Chávez por el derrocamiento en Bolivia de Gustavo Sánchez de Lozada, quien vive ahora refugiado en Estados Unidos, pese a su responsabilidad por la muerte de decenas de personas en su país.

La secretaria de Estado de la Unión, Condoleezza Rice, no tuvo reparo alguno en utilizar el podio de la Organización de Estados Americanos (OEA) para ubicar a Venezuela en otro eje del mal, y acusar a su gobierno de subvertir y desestabilizar a las naciones vecinas.

El Departamento de Estado, incluso, ha ejercido todo tipo de presiones para intentar que gobiernos aliados en la región se distancien en sus relaciones con Caracas, que se ha convertido en el propulsor de una estrategia de integración latinoamericana y caribeña.

La propia campaña tuvo como blanco asimismo la decisión soberana venezolana de reforzar su capacidad defensiva, en momentos en que diversas fuentes hablan de la presencia de unos ocho mil soldados estadounidenses en Colombia, en particular en la larga zona fronteriza.

Las diatribas incluyeron acusaciones desde Washington respecto al financiamiento de líderes populares que representan una opción para los pueblos del continente, y que están a su vez en el colimador de la administración de George W. Bush.

También incluyen el ataque coordinado a la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), un proyecto de integración que va más allá de contraponerse al plan neocolonial del ALCA.

En la capital norteamericana olvidan que mucho antes de nacer el ALBA ya en Latinoamérica se sucedían las protestas contra el ALCA y su variable de los tratados de libre comercio bilaterales, como el que concita oposición popular en Perú.

De igual forma se hacen de la vista gorda frente a los bajos “raiting” en la opinión pública de la mayoría de los mandatarios que siguen los dictados del neoliberalismo y secundan al imperio en su visión geopolítica hacia el área.

Toledo es un buen ejemplo de ello, aunque ha tenido mejor suerte que Lucio Gutiérrez en el vecino Ecuador, por citar apenas un caso de la creciente lista de presidentes latinoamericanos que no consiguen culminar su mandato.

Entretanto, el ALBA camina con buenos pasos, y de ello dan fe siglas como Petrocaribe, Telesur e incluso nombres como la Operación Milagro, una propuesta venezolana-cubana para devolver la vista a unos 100 mil latinoamericanos.

De su sentido humanitario, sin embargo, no se podrán salvar algunos miopes políticos y mucho menos aquellos que no quieren ver, y marchan a contrapelo de las tendencias abiertas en un continente que precisa caminar por sendero propio.

AIN