Los dirigentes políticos de verdad quieren el poder para toda la vida, porque ninguna les alcanza, y eso solo habla a favor de las calidades del luchador político. Los gobernantes no son eminentes porque hayan rechazado la reelección, y la historia da cuenta de muchos reelegidos que fueron buenos mandatarios. Rafael Reyes, tan denigrado por la oligarquía, fue el más eficiente mandatario colombiano de los dos primeros decenios del siglo veinte, y tal vez el único progresista.

La oposición colombiana, sin embargo, sigue transmitiendo a los ciudadanos la idea de que si Álvaro Uribe no logra su reelección el país se salvará de una nueva desgracia. Como esto lo está oyendo una masa electoral claramente mayoritaria que sigue apoyando al presidente porque cree que el presidente efectivamente está luchando por la pacificación del país como nadie antes lo hizo, lo que la izquierda democrática pueda ganar por esos predios será muy poco; apenas le servirá para dar testimonio de que sigue existiendo y luchando, no de que se vuelve contrapoder.

Por otra parte, la izquierda es de las que menos argumentos políticos pueden exhibir para validar su rechazo a la reelección en cualquier puesto, desde el de presidente de sindicato hasta el de presidente de la república. Stalin fue primer secretario del partido comunista, jefe del gobierno y jefe del estado soviético durante treinta años, con el aditamento de que la constitución del país no permitía la existencia de la oposición. Leonid Brézhniev hizo lo propio durante veinte años, y en los últimos había un dispositivo a su espalda para impedir que rodara al piso en cualquier momento, por su deteriorado estado de salud. Mao duró 27 años al mando y ninguno de los ochocientos millones de chinos en sano juicio de la época pensaba que podía ser reemplazado en el cargo. Fidel Castro lleva 46 años en la jefatura de gobierno, estado y partido. Aquí mismo en Colombia, la izquierda radical se ha caracterizado por tener dirigentes que solo deponen el cargo con la muerte, como reyes y papas. Gilberto Vieira fue secretario del PC por alrededor de cincuenta años, y su figura de hombre público es ejemplar. Hay dirigentes sindicales de izquierda que han ganado canas en sus cargos y sus compañeros siguen votando por ellos, porque demuestran que son los más eficientes y capaces. ¿Qué de malo tiene todo eso, en sí mismo? Todos los dirigentes políticos, de todas las condiciones y latitudes buscan ser reelegidos en sus funciones y buscan acumular más poder del que poseen. ¿Únicamente Álvaro Uribe tiene vedado ostentar ese apetito?

El problema parece ser otro. Los sectores de oposición están contra la reelección de Uribe porque su programa político es funesto para el país, para todos los colombianos, incluidos los que creen en las supuestas bondades de su “seguridad democrática”. Personalmente Uribe no es peor que figuras como Turbay Ayala o Ernesto Samper, si se trata de observar las cosas por el lado del autoritarismo y la corrupción política. El peligro mayúsculo que él encarna es que en su concepción política ha logrado acendrar y perfeccionar las visiones más reaccionarias de los círculos dominantes del país. Nadie como él ha ido tan lejos en el propósito de llevar a Colombia al club de las naciones más intolerantes y violentas del planeta. En vez de combatir la reelección por sí misma, porque ella cuenta con el apoyo abrumador de los electores y por tanto impide que los candidatos democráticos sacien su apetito de poder, ¿por qué no llamar a atajarla por lo que ella representa?

Son muchas las razones para ese rechazo y la oposición las conoce, pero prefiere enfocarse en la figura jurídica de la reelección y no en la figura política del candidato. Por ese camino va a suceder que la izquierda apelará a la estigmatización del enemigo y recibirá a cambio la indiferencia de una masa avasalladora perteneciente a todos los estratos sociales, fatigada por una guerra horrorosa que le ha arrebatado sus seres queridos, sus tierras y sus derechos ciudadanos, y que ha depositado en el Presidente sus esperanzas de paz y convivencia.

En el núcleo duro de la reelección presidencial se están fundiendo los elementos de un país siniestro, que la izquierda está urgida de poner en debate público. En los siete departamentos de la Costa Atlántica, más Antioquia, Chocó y los Santanderes se está creando aceleradamente un reino paramilitar, dueño y señor de grandes proyectos agroindustriales, comerciales y del transporte, puestos en marcha con tierras y fondos salidos del despojo de familias de campesinos y finqueros en una proporción que, según la Contraloría General y otras fuentes, puede haber afectado entre un millón y medio y cuatro millones de hectáreas. Y todo ello con el amparo y la compra de acciones de congresistas, diputados, concejales, gobernadores y alcaldes. Son delincuentes comunes que llevan a cabo una contrarreforma agraria a la vista de todo el mundo y ante una oposición asaz silenciosa. Parecería que el proyecto solo es de incumbencia de luchadores valientes, como Petro y Robledo. El proceso de desmovilización de paras y la ley de Justicia y Paz son instrumentos para premiar a los triunfadores de la guerra en el norte: paras de verdad, narcos camuflados de paras y delincuentes de toda laya. Los asesinatos de dirigentes campesinos, indígenas y sindicales por parte del Ejército y de todos los grupos armados ilegales siguen siendo apenas temas periodísticos de la izquierda. Los crímenes de Saravena, el nororiente caucano y la comunidad de paz de San José de Apartadó, para no ir más lejos, se han debatido más en el exterior que dentro del país, y los de sindicalistas del carbón y las bebidas envasadas en la Costa norte están en los juzgados norteamericanos, por obra de la solidaridad internacional, pero aquí en el país casi son desconocidos. La izquierda parece no haber percibido las oportunidades que le abre a su política el hecho de que el mismo porcentaje del 68% que sigue apoyando a Uribe en el tercer año de mandato lo haya rajado en políticas sociales. Ensimismada con el espantajo de la reelección, no está poniendo en el primer lugar de su campaña política la denuncia sobre la falta de garantías que las agrupaciones de oposición tendrán que enfrentar, en el norte y en el sur, cuando se caliente en serio la pugna electoral de 2006.