Musulmanes en Francia.

Diálogo dentro de la civilización

¿Qué lugar ocupará el Islam en la nueva Europa?

Al resaltar la herencia cristiana de Europa dejando de lado su herencia musulmana, a conceder a las Iglesias en el proyecto de Tratado Constitucional toda una serie de derechos negados a los musulmanes, los políticos han provocado querellas estériles. Es por eso que Mohammed Bechari (ver foto), presidente de la Federación Nacional de Musulmanes de Francia y vicepresidente del Consejo Francés del Culto Musulmán, propone un regreso al principio más simple de la laicidad que constituye, según recuerda, la verdadera cultura de Europa.

Es imposible vislumbrar el futuro de los musulmanes en la Europa del futuro y el sitio que ocuparán en ella sin evocar el pasado europeo del Islam.

Basta con recordar los siete siglos de civilización andaluza que dejaron hondos recuerdos en el Islam e innumerables huellas en los inicios del Renacimiento europeo.

Andalucía nos interesa aún por sus lecciones de tolerancia y de amplia apertura. Las religiones de las Escrituras convivían allí armoniosamente, tal como lo demuestra el hermoso ejemplo de Santa María Blanca de Toledo, que servía de mezquita los viernes, de sinagoga judía los jueves y de iglesia católica los domingos.

Gustave Le Bon mostró la influencia del Islam en la atenuación de las violentas costumbres de la Europa medieval.

Gracias al ambiente científico internacional creado en los grandes centros de la vida intelectual como Córdoba, la «ciencia árabe» estuvo al alcance de Gerbert d’Aurillac quien, antes de convertirse en el papa Silvestre II, había estudiado matemáticas en Cataluña y en Andalucía. Un pensador judío arabizante como Maimónides pudo contribuir a conciliar la teología hebrea con la filosofía, inspirado en Ibn Rochd, glosador de toda la obra de Aristóteles y de La República de Platón.

Esta internacional de la ciencia en la que se prohibía cualquier referencia a los criterios confesionales y étnicos, permitió a Leonardo de Pisa transmitir los métodos numéricos aprendidos en Bugía a los «ingenieros del Renacimiento» quienes, según Bertrand Gille, adquirieron en Andalucía y en Sicilia su saber y todo su caudal de conocimientos.

Raimundo Lulio, monje mallorquín precursor del orientalismo y de la islamología modernos, conoció la sabiduría de las universidades musulmanas y hasta propuso una reforma de la liturgia cristiana inspirada en sus conocimientos islámicos.

Estas remembranzas no obedecen a una intención apologética, ni de pasión por épocas pasadas ni tampoco nostálgica.

Permiten recordar el aporte del Islam europeo a la civilización humana, y este precedente puede esclarecer lo que los musulmanes pueden aportar de nuevo en un contexto en verdad diferente, pero donde la necesidad de aceptar las diferencias y de abrirse a la cultura continúan sintiéndose de manera vívida.

La caída del emirato de Granada en 1492 puso fin a esa civilización andaluza, pero los moriscos siguieron siendo sus transmisores hasta su expulsión definitiva a principios del siglo XVII.

Enrique IV permitió que se establecieran en Francia decenas de miles de estos proscritos que habían sido obligados escoger entre el «bautismo y el barco». A ellos se debe la introducción en Francia del gusano de seda y de la cerámica. A comienzos del siglo XX, sus huellas eran perceptibles aún en La Vendée y en Normandía.

Enrique IV repetía así la singular postura francesa hacia el Islam que había permitido a Francisco I establecer una alianza duradera con Solimán el Magnífico, quien en 1542-43 envió a 30 000 de sus marinos a Tolón durante casi un año como fuerza disuasiva ante una coalición de reyes europeos rodeaba a Francia.

Posteriormente, en 1773, Luis XVI firmó con el soberano alauita Sidi Mohamed Ben Abadía un tratado que contemplaba la construcción de mezquitas en Francia.
Ese asentamiento de musulmanes en pequeños grupos o de forma individual se reanudó con las corrientes migratorias ocurridas a fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX.

El Islam volvió a hacerse europeo después del asentamiento de diversas categorías de musulmanes en Europa: trabajadores inmigrantes, soldados musulmanes que habían participado en las guerras mundiales, hombres reclutados por los ejércitos europeos durante las guerras coloniales, moluquenses en Holanda, franceses musulmanes, marroquíes en el ejército español, eritreos en Italia...).

A todo ello hay que añadir a los europeos que optaron por convertirse en musulmanes. A pesar de la discreción de la mayoría de sus miembros, esta categoría se ha hecho visible durante los últimos años y su implicación en los debates acerca del Islam es más directa.

En la actualidad, hay en Europa cerca de 15 millones de musulmanes, que en su mayor parte son ciudadanos de los Estados de la Unión.

El reconocimiento del culto musulmán y la aplicación del derecho común a esta religión constituyen una de las principales reivindicaciones de los musulmanes europeos, ya sean practicantes habituales o temporales, creyentes no practicantes o incluso agnósticos.

Tras un período de indiferencia hacia estas cuestiones, los Estados de la Unión Europea han prestado atención a esta presencia y toman en cuenta cada vez más las aspiraciones de los ciudadanos que profesan el islamismo.

El pedido hecho a los musulmanes de designar instancias representativas para que sean interlocutoras de los poderes públicos, es señal del interés que muestran los responsables políticos por este asunto.

En la historia de los enfoques occidentales sobre el Islam, permeados por una dosis de irracionalidad aún existente y por el peso de los conflictos pasados, este pedido reviste una gran importancia. Significa dar un enfoque relativo a interrogantes de tipo metafísico acerca de una religión cuya esencia es presentada a menudo como diferente a la de los otros monoteísmos, y cuyos adeptos, por consiguiente, serían difíciles o inclusive imposibles de integrar.

La creación de instancias representativas a solicitud de los Estados significa que la estrategia de la sospecha ha substituído al análisis de las modalidades prácticas de inserción del Islam en el espacio europeo.

Hay valiosas publicaciones dedicadas a las situaciones locales, pero los diversos aspectos de la presencia musulmana en Europa no se han estudiado aún como se debe.

La FNMF desea multiplicar en todo sentido los espacios de reflexión, de debate y de diálogo. Al organizar un coloquio, aspira a inaugurar una serie de encuentros que permitan el intercambio de ideas e informaciones entre investigadores, responsables políticos, dirigentes comunitarios musulmanes y periodistas.

La FNMF ha contribuido a la difícil creación del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), cuyo funcionamiento exige un mínimo de consenso musulmán, lo cual no significa unanimidad. Pero no pretende conformarse con un debate con los poderes públicos, aparentando que todo se ha solucionado con la simple presencia en el Elíseo del presidente del CFCM en la ceremonia de celebración del Año Nuevo.

La FNMF aspira ya a alcanzar una dimensión europea mediante su presencia y su actuación en el seno de la Conferencia Islámica Europea.

Hoy día se trata de buscar el máximo acuerdo entre las diversas instancias representativas creadas a lo largo de estos últimos años en los principales países de la Unión Europea. Porque problemas como los del financiamiento del culto musulmán en los Estados laicos, de la formación de los cuadros religiosos y de la organización y orientación de los jóvenes musulmanes tienen más posibilidades de solucionarse a nivel europeo.

No obstante, ello no permite pasar por alto la persistencia de dificultades como las que subyacen en los artículos del proyecto de Constitución europea relativos al patrimonio religioso de Europa y a las relaciones con las Iglesias, en las cuales el Islam es olvidado de manera superficial e insólita.

Los supuestos ideológicos y políticos de estos «olvidos» tienen son preocupantes para los musulmanes quienes, a pesar de los avances logrados en estos últimos años, experimentan una vez más la impresión de ser difícilmente tolerados.

¿Significan acaso estos «olvidos» que Europa se concebe como un club cristiano, al que se acepta generosamente llamar judeocristiano cuando se trata de dar pruebas de apertura?

Si así fuese, ello representaría ignorar la teoría de «la unidad trascendental de las religiones» desarrollada con erudición y persuasión por musulmanes europeos como Abdelwahid-René Guénon y Mustafa-Michel Valsan, que no hacían más que comentar los versículos coránicos sobre el Din al Qayim-la Religión Primordial.

Mencionar la contribución del Islam europeo de Andalucía en un artículo sobre el patrimonio religioso de Europa sería, sin duda, un acto de justicia si se aplica en verdad esta orientación. Ello evitaría una negación que se sumaría a los grandes defectos de la «Historia incompleta» de los que se lamentaba recientemente un equipo de investigadores en busca de exactitud histórica y de equidad en el plano moral.

Como ven, dificultades no faltan. Pero son muchas las posibilidades de avanzar.

Nuestro coloquio, imbuido del optimismo de Churchill que se esforzaba por ver una oportunidad en cada riesgo enfrentado, será un éxito si logra evitar el desaliento de aquellos que sólo hacen énfasis en las dificultades.

En esa perspectiva, el recuerdo de Andalucía, donde las afinidades prevalecían sobre los conflictos, podrá modelar el futuro del Islam en Europa.

Quisiera partir de la constatación de que las grandes religiones de nuestro mundo contemporáneo, además de los efectos específicos que conlleva la secularización en Europa, están también comprimidas, debido a los efectos contradictorios de la globalización, en una espiral helicoidal cuyas extremidades se alejan a grandes pasos uno de otro, en dos polos opuestos: un polo reactivo de identidad que busca protegerse y, de manera más trágica, defenderse por medio de la violencia del poder aniquilador y lesivo de esa globalización, y otro polo, abierto y confiado, que busca beneficiarse de las oportunidades de dicha globalización y, al mismo tiempo, dotarla de una «conciencia» que esta no posee, sumida en su inexorable ceguera.

El Islam parece más sensible que otras religiones a la tentación del polo reactivo, lo cual podría explicar los largos siglos de debilidad o de gran diversidad transcurridos en sus espacios de desarrollo. No obstante, hay otras religiones, como la ortodoxa en Europa oriental o determinados movimientos postprotestantes en África, que tienden en gran medida a rechazar lo externo o la diferencia, lo cual, en poco tiempo, podría causar profundos y nefastos problemas.

Es en este contexto que Europa, como proceso y como espacio, representa una oportunidad para las religiones del mundo. Allí están todas reunidas, no con una identidad aislada, sino como movidas por ese «espíritu» europeo que obliga a no poder considerarse como alguien ajeno a los demás. Europa, durante largo tiempo, ha sufrido guerras, violencia religiosa y gusto por la hegemonía.

Ese espacio, que es tanto geográfico como interno, posee ya un tesoro. Sabe cómo vivir en paz y método que ha terminado por aplicar a las ruinas de su propia historia, responsable de los peores totalitarismos y de dos guerras mundiales. De su trágica experiencia, Europa ha aprendido lecciones para su preservación: ha construido un orden metajurídico universal en sus principios, encarnado por la Convención Europea de Salvaguarda de los Derechos Humanos de 1950, una organización económica integrada a través de las diversas etapas de la construcción de la Unión Europea desde 1951, una organización política naciente y de la cual los europeos esperan una verdadera proyección hacia el exterior.

Europa no es solo un patrimonio de la historia, ya que en ese caso el patrimonio sería sobre todo el de un pasado complejo. Es, sobre todo, un futuro, tenaz en su objetivo de realizarse sin hacerlo contra un nuevo enemigo.

La contribución de Europa a las religiones y al Islam

El proceso de la integración europea es largo y a veces sobrecargado, con frecuencia criticado, pero tiene una gramática que todos han terminado por aprender: para salir de las divisiones mortíferas, para alejarse de las peligrosas sirenas del repliegue y del mal reflejo de la ilusión identitaria, la Europa integrada propone una base sobre la cual se reúnen los diferentes países europeos, al tiempo que conservan su propio modelo de funcionamiento. La base es simple de definir y se refiere igualmente a la forma en que Europa toma en cuenta las religiones. Se trata de la autonomía del poder político frente a las situaciones pasadas de monopolio o por el contrario de divisiones religiosas en el interior de cada Estado. Es lo que el sociólogo Jean-Paul Willaime llama la «laicidad cultural de Europa», una forma de organización de la sociedad en la que el gobierno ha renunciado a hallar su fundamento y su garantía en una trascendencia religiosa y que se limita a un contrato entre sus miembros vivos, el de la afirmación de los derechos fundamentales compartibles entre todos, con una constitución escrita.

Es este espíritu contractual, religiosamente neutro y que acoge la diversidad, el que anima a la Europa integrada y a sus países miembros. Europa es un espacio de organización dialogística, siempre en movimiento, bajo el efecto de la autocrítica y del deseo de actuar mejor, lo que impide al mismo tiempo, por sus reglas comunes, organizadas en consenso, que las diferencias sean reivindicadas como separaciones irreductibles. Al gestionar la diversidad, tampoco puede favorecer una religión debido a su mayor representatividad.

Así, incluso si el catolicismo se ha convertido con su reciente ampliación en la religión mayoritaria del continente, esta gran religión no puede pretender representar toda la cultura religiosa ni toda la cultura en general.

El Islam, en este marco europeo, no tiene por lo tanto que reivindicar un lugar histórico. Claro que la exigencia de una relectura histórica del lugar del Islam en la historia de Europa tiene la ventaja de recordar que el Islam tiene una historia occidental y que la civilización islámica ha hecho fructificar y ha transmitido el patrimonio científico y filosófico del mundo mediterráneo. Esta relectura, saludable para disminuir y hacer desaparecer en el futuro el rechazo que provoca el Islam entre muchos europeos, no debe servir de base a la muy problemática reivindicación de una identidad europea forjada también a partir de raíces musulmanas.

Cuando la Iglesia Católica destaca el patrimonio cristiano de Europa y reivindica haber construido Europa en su identidad cultural original, suscita, a pesar de toda la innegable contribución que posee, el despertar de otras memorias religiosas: ortodoxas, protestantes o judías, que pueden haber padecido.

Hace igualmente reaccionar a la comunidad intelectual que, como el filósofo Husserl, concibe a Europa como el espacio realizado del espíritu crítico no religioso. Reivindicar raíces musulmanas para Europa suscitaría una indignación mucho más grave. Recurrir a la historia para justificar una posición a mantener o a adquirir engendra querellas estériles, debates escurridizos en los que las memorias antagónicas se movilizan, mientras que el propio sistema de la integración europea permite evitarlos, pues Europa en su sistema jurídico actual y futuro, en el marco de la Constitución, supera la cuestión de la antigüedad, de la mayoría y de la minoría. A todos propone participación y contribución.

Con Europa, el Islam tiene la oportunidad de poder organizarse a partir de un modelo que no existe en otra parte, el del agrupamiento de sus diversidades planetarias, de su Oriente y su Occidente, de su Sur africano y su Norte turcófono.

Nunca en la historia musulmana se ha dado la oportunidad de un encuentro así, transversal y transnacional, en un marco completamente pacífico. Y este encuentro, si es claramente asumido como tal, si se organiza en instancias federativas y representativas a escala continental, permitirá la continuidad de la diversidad del Islam y al mismo tiempo la europeización de esta diversidad, es decir, superarse en el sentimiento de una verdadera comunión.

La urgencia del Islam actualmente es reencontrarse y aceptarse como plural, para hacer frente a la complejidad de la teledirección extranjera, en la que los países de origen pretenden utilizar el sentimiento de pertenencia en su beneficio; a una lectura inmovilista que pretende unificar artificialmente esta religión en una centralidad imaginaria en beneficio de un país contradictorio en sus complacencias y, peor aún, para hacer frente a los moldes mortales de terroristas globalizados que paralizan los medios de difusión y hacen culpables a todos los musulmanes.

El islam europeo puede gestionar su diversidad europea en lo interno según un proceso de organización democrática liberatoria. Lo que el islam europeo ganará con el proceso de integración en curso es su propia posibilidad de existir como religión autónoma en un vasto conjunto democrático. Con Europa, el Islam no puede ya ser utilizado como el opio del pueblo ni como solución fácil para la miseria y la incompetencia, sobre las espaldas de culpables designados.

En el proceso dialogístico europeo, consensual y siempre en mejoramiento, la oportunidad del Islam es doble: en primer lugar su tradición de esfuerzo interpretativo se verá valorizada y estimulada y luego su inserción en la globalización se transformará en participación positiva en la que cada parte es llevada a contribuir a la perennidad de un sistema pacífico.

La contribución de las religiones y del Islam a Europa

En esta Europa que se consolida y se amplía, las religiones acompañan el movimiento. Son llamadas a una actitud a la vez prospectiva y crítica, cuya legitimidad es su plenitud de sentido. Incapaces de imponer al derecho común sus propias normativas y su visión moral, no tienen el gran poder de interferir, proponer y darse un sentido. Permanecen como fuente de sentido en un espacio que se pretende razonable.

En esta condición, el Islam tiene una gran responsabilidad. Toda su diversidad no altera en nada la profundidad de sus valores universales, el respeto a la vida humana, el respeto a la familia como lugar de transmisión, protección y amor, el respeto al orden público y el deber de justicia. Con las confesiones cristianas, el Islam comparte el sentido del bien común a alcanzar, el sentido de la solidaridad y de la redistribución, la preocupación por aliviar los sufrimientos y la miseria.

En cuanto a los valores de misericordia, altruismo, hospitalidad y fraternidad, la tradición musulmana tiene una larga experiencia que se expandirá en este equilibrio político, una tendencia a preservar una vida colectiva armónica, en la que las reivindicaciones grupales y intereses particulares quedan superados.

Cuando el Islam acepta, como otras religiones, vivir en un sistema jurídico del que no es fuente de inspiración directa y en el cual numerosas leyes y sistemas filosóficos son contrarios a su ley trascendente, le queda lo mejor del espíritu religioso, es decir, la interpelación crítica y la participación sincera.

Si acepta que sus adeptos se conviertan o permanezcan como musulmanes, no por temor ni por obligación, sino por convicción profunda -lo que lo obliga a admitir la distancia o el desprendimiento de algunos de ellos- entonces el Islam será una fuerza viva de la cohesión europea.

Asumido así, será igualmente un ejemplo y una fuerza de atracción para los países limítrofes o los más lejanos cuya población es musulmana. Podrá entonces callar a los profetas de la desgracia que quieren ver triunfar la incomprensión y que cada cual defienda sus intereses. Europa, reconstruida sobre las ruinas de una guerra abominable hace 50 años, ampliada sobre las ruinas del comunismo, es la prueba de que la política internacional no es la gestión del caos golpe por golpe, sino una voluntad política.

De igual forma, el Islam del mañana en Europa será la prueba de que el choque de civilizaciones es sólo una prisión ideológica, desmentida en la realidad por una sociedad europea pacífica que trabaja día a día por su salvaguarda.