A Liudmila, que lo acompañó.
A Nadia, Carolina y Antón

El que supo cantar con optimismo al duro día que empezaba; el entusiasmado anunciador de que venía un batallón de mujeres con un ajustador por bandera; el compilador de dos días ociosos del diario del Che; el que desde detrás de su afortunada guitarra suplicaba que lo amáramos tal y como era; el que pasará la eternidad cantando que es un hombre de transición; el que supo perdonar la alevosía de un beso. O, mejor: el que bautizó a los indolentes burócratas como seres gavetas, ha hecho un breve paréntesis para cumplir con un requisito indispensable del ministerio natural.

¿Por qué tiene que ser tan duro este trámite? ¿Por qué de pronto pareciera que nuestra frágil y mínima vida no está a salvo?... La única voz autorizada para responder estas incógnitas es la de Noel, amorosamente alias El Drácula, hombre armado de pétalos pintados como dientes.

Él nos deja por un instante tan justo que no intentamos una radiografía de ciertos o de inciertos años, sino un simulacro de despedida. Él se nos va sólo lo mínimo como para reconocer que es un fundamental desconocido, una rica sustancia por revelar, que una vez se autonombró trovador sin suerte.

A los cantores que empezamos con él, a sus compañeros de Casa de las Américas, a los del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, a los del entonces Movimiento de la Nueva Trova, junto a sus familiares y admiradores, nos corresponde pelearnos contra la parte de injusticia que toda mala suerte trae consigo. Para reparar esa tristeza de la Patria a la que Noel Nicola Reyes entregó su generosa vida y sus canciones inmortales.

8 de agosto, 2005.