En un país empobrecido, los grandes diarios son órganos de dominio colonialista. El periodismo es quizás la más eficaz de las armas modernas que las naciones eventualmente poderosas han utilizado para dominar pacíficamente hasta la intimidad del cuerpo nacional y sofocar casi en germen los balbuceos de todo conato de oposición. Su acción es casi in denunciable porque fundamentalmente opera, no a través de sus opiniones sino mediante el diestro empleo de la información que por su misma índole no puede proporcionar una visión integral y sólo transfiere aquella parte de la realidad que conviene a los intereses que representa. En su extraordinariamente documentado libro América conquers Britain (América conquista Inglaterra), Ludwell Benny nos relata la lucha silenciosa, públicamente disimulada, invisible para los pueblos, pero no por eso menos encarnizada y decidida, en que se trenzaron EEUU y Gran Bretaña durante el decenio 1920-1930 para conquistar mercados, el uno; y para evitar ser desplazada la otra

Uno de los capítulos del libro está dedicado a detallar aspectos desconocidos y a veces de carácter reservado de los procedimientos puestos en juego para lograr el predominio de la información periodística en China. La técnica utilizada no se caracteriza por su corrección y quizás tampoco por su moralidad, pero no eran esos valores el objetivo por los cuales pugnaban ni los británicos; ni los norteamericanos. La documentación de Ludwell Denny, es aparentemente imparcial y muy completa pues tenía todos los documentos a mano, en su carácter de Jefe de prensa del Departamento de Estado.

El pueblo chino no tuvo nunca conocimiento de esa lucha que se desarrollaba para decidir quién iba a ser el informante. Las acciones rivales aparecen como actos individuales, independientes los unos de los otros. La voluntad y la inteligencia central, que los dirigen, en ambos bandos, permanecen absoluta y totalmente ignorados por el pueblo chino.

Los grandes diarios cambian de propietario sin que la operación trascienda al público. Se establecen agencias informativas que compiten y desalojan con la modicidad y amplitud de sus servicios a las agencias locales y a las establecidas con anterioridad. Los directores y redactores de los periódicos influyentes y, a veces de segundo orden, son sobornados con tan hábil y distinguida urbanidad que el soborno aparece como un mezquino honorario de actividades profesionales. Hasta las transmisiones cablegráficas son monopolizadas. Cuando eso ocurre, el rival instala poderosas estaciones radiotelegráficas desde las cuales propala noticias que pueden ser reproducidas gratuitamente. A primera vista, sorprende la tenacidad y la amplitud de los medios puestos en juego para obtener el predominio en la información periodística china. Pero a poco de pensarlo se comprende que esa información es el único lazo que une el cuerpo nacional chino con el resto del mundo, es el equivalente nacional de sus ojos, de sus oídos, de su tacto.

El pueblo chino se enterará de los hechos mundiales que a las agencias les interese difundir. Esos conocimientos serán sus puntos de referencia para medirse a sí mismo, para fundamentar sus pretensiones o para consolarse de sus desventuras. Si el pueblo chino cree que el resto del mundo come tan poco como él, nadie se quejará, si cree que el resto del mundo paga por el petróleo el mismo precio que él paga, no protestará. Si cree que para su arroz no se obtiene más precio que el que él logra, no discutirá. Si cree que para progresar necesita recibir al capital extranjero, nadie podrá válidamente oponerse a que recurra.

En una palabra, desposeído de sus medios colectivos de información, el pueblo chino queda a merced de sus infamantes extranjeros que, poco a poco, insensiblemente, influirán hasta en sus sentimientos nacionales, en la jerarquía de sus apreciaciones y en la calidad e intensidad de sus gustos y apetencias.

*Raúl Scalabrini Ortiz, extraordinario periodista, político y ensayista argentino (1898-1959).