El ex diputado israelí y colaborador de Yossi Beillin durante las negociaciones de Ginebra, Uri Savir, reafirma en el Jerusalem Post una idea en bogua entre la izquierda israelí y los medios sionistas europeos. Según ese análisis, Mahmud Abbas y Ariel Sharon estarían en situaciones análogas: se trata de dos hombres valientes que quieren la paz pero se ven bajo la amenaza de sus extremas derechas respectivas. Ambos dirigentes tienen que luchar duramente contra esa adversidad e intensifican las discusiones para alcanzar un acuerdo final y democratizar Palestina. Esta imagen no resiste el análisis.

Si Ariel Sharon se encuentra efectivamente bajo la amenaza de otros aún más extremistas que él a causa del retiro de Gaza, no por ello está dispuesto a hacer concesiones territoriales puesto que los colonos de Gaza están siendo relocalizados en Cisjordania. Sharon no ha encontrado en Mahmud Abbas un interlocutor sino un dirigente palestino dócil, dispuesto a hacer enormes concesiones con tal de obtener el fin de los ataques israelíes y que fue electo durante un escrutinio del cual habían sido marginados todos sus rivales serios. La argumentación apunta por tanto a movilizar el apoyo de la izquierda a favor de una política que no busca una paz justa, aunque se aplica en nombre de esta y de la democracia.

Pero ¿no estará acaso corriendo un riesgo Israel a fuerza de manosear la palabra democracia? Así lo expresa Yossi Alpher en el Daily Star. Este ex agente del Mossad estima que es difícil regocijarse de la «democratización» de la que tanto se habla en referencia a Palestina y al Líbano. En efecto, si el Líbano y Palestina dan la palabra sus ciudadanos se hará evidente el apoyo masivo de la población a Hamas y el Hezbollah. Ambos movimientos mantendrán entonces su voluntad de combatir a Israel. El autor teme sobre todo el surgimiento de un «arco chiíta» que iría de Irán al Líbano si el «Partido de Dios» ganara las elecciones en Beirut, después de la victoria chiíta en Irak.

Esa inquietud demuestra que no es la democracia lo que busca sino la docilidad árabe.

Noam Chomsky confirma este análisis en el Berliner Zeitung. Señala Chomsky que si la democracia llega al Medio Oriente, no era ese uno de los objetivos de la guerra de la administración Bush. Por otro lado, lo que busca Washington no es establecer sistemas que le den la palabra a la población sino gobiernos sometidos, sin importar la forma de estos. Si Irak fue atacado no fue porque se tratara de una dictadura sino porque Saddam Hussein no aceptaba órdenes. Fue necesario mentir para justificar la guerra e instalar un régimen vasallo. El autor acusa a Europa de haber sido tradicionalmente cómplice de esa estrategia y de haber aportado su concurso a una política similar en Yugoslavia.

Sin embargo, si Europa fue ayudante fiel de los golpes bajos de Washington, ahora tiende a separarse de Estados Unidos y, peor aún, a proponer un modelo contrario al orden internacional que desea Washington. En una entrevista concedida a Die Welt, el ex consejero estadounidense de seguridad nacional Henry Kissinger afirma que lo que está en juego en el Medio Oriente son las concepciones del mundo: si Estados Unidos logra sus fines en Irak, los europeos habrán perdido y tendrán que plegarse al parecer de Washington. Ello influirá en otras cuestiones sobre las cuales existe alguna divergencia euro-atlántica, como China e Irán. Lo que está en juego es la posibilidad, para la primera potencia mundial, de reafirmar su autoridad sobre Europa.

La cuestión del modelo a imponer no se plantea únicamente en el «Gran Medio Oriente». Sometida hoy a las «revoluciones de colores», el Asia central hace frente a las mismas problemáticas de democratización, o sea de aceptación de un modelo conveniente para Washington. En el Washington Times, la representante republicana por el Estado de la Florida Ileana Ros-Lehtinen retoma la problemática de la «guerra contra el terrorismo» y de la «guerra a la tiranía» desarrollada para el Medio Oriente, para aplicarla al Asia central. La representante acaba de presentar al Congreso una resolución que exige que la ayuda estadounidense para el desarrollo sea condicionada no sólo a la participación en la guerra contra el terrorismo sino también a la «democratización».

Especialista en esa región, Laetitia Atlani-Duault aborda de nuevo, en Libération, el lugar de las ONG en la conversión de las repúblicas ex soviéticas al modelo occidental. Estos grupos nacieron en los años 90 gracias a financiamientos internacionales tendientes a desarrollar una «sociedad civil» que sirviera de contrapeso al poder del Estado. Se presentó a estas organizaciones como un componente «natural» de toda sociedad democrática. Para la autora, las ONG son un medio del cual se sirve Estados Unidos para impedir toda posibilidad de regreso del Estado al modelo soviético, o sea constituyen una vía para imponer el modelo liberal a esos países. John Laughland, del British Helsinki Human Rights Groups, va más lejos en The Guardian. Las ONG sirven no sólo para promover un modelo de sociedad sino que son además instrumentos de desestabilización. Han servido en Kirguizistán para derrocar al régimen en provecho de Estados Unidos, como sucedió antes en Georgia y Ucrania. La sucesión de revoluciones de colores es la cara moderna de los golpes de Estado militares en boga en la América Central de los años 70 y 80. Washington espera hoy utilizar a Kirguizistán para desestabilizar China al ejercer influencia en las poblaciones musulmanas.