George W. Bush, presidente de los Estados Unidos.

Las estrategias de la actuación geopolítica en el marco de la ex URSS están cambiando. EE.UU. ya no quiere seguir luchando a toda costa por la preservación de regímenes postsoviéticos, relativamente leales a Occidente, en los países de la CEI. Ahora prefiere apostar por su debilitamiento o caída.

El presidente George W. Bush envió el otro día una carta al dirigente de Kazajstán, Nursultan Nazarbaev, pidiéndole garantizar la celebración de comicios democráticos y libres en esta república cuyas autoridades habían prohibido, bajo la amenaza de usar la fuerza, cualquier acción de protesta durante el proceso electoral. Las «peticiones» similares se mandan a Azerbaiyán y Armenia.

El Congreso norteamericano aprobó una serie de asignaciones financieros para apoyar a la oposición en estos países, así como en Moldavia cuyo presidente Vladímir Voronin había conseguido revalidar su mandato en las urnas, en parte, gracias al apoyo de Washington. Temiendo a una revolución, los regímenes postsoviéticos se ven obligados a aceptar las recomendaciones occidentales acerca de la democratización pero a un mismo tiempo empiezan a valorar mucho más la amistad con Moscú.

La revisión de la estrategia geopolítica de EE.UU. se explica por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Los atentados terroristas en Nueva York han hecho a EE.UU. cambiar su postura con respecto a los líderes autoritarios de otros países, a pesar de que les han sido leales.

Lo que el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt formuló en su día en relación con el dirigente de Nicaragua, «!Somoza será un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta!», ya no funciona. Estados Unidos prefiere guiarse ahora por una fórmula diferente y ensaya el papel del guardián mundial de la democracia.

Los países postsoviéticos, con su bajo nivel de vida, siempre tendrán una democracia inestable, un gobierno débil y un autoritarismo casi exclusivo. Es esta clase de regímenes lo que EE.UU. quisiera ver ahora en el marco de la CEI.

La prueba más elocuente de ello ha sido la actitud de EE.UU. a los sucesos de Andizhán. Uzbekistán, que siempre se había considerado un país de orientación más bien prooccidental, se vio sometido al fuego de las críticas por parte de Occidente después de haber aplastado la revuelta en una de las provincias. EE.UU. sacrificó las relaciones con Islam Karimov con un objetivo único: evitar la legitimación de la violencia que puede ser usada contra la oposición también en otras naciones.

Siendo evidente que la lealtad a EE.UU. no garantiza nada, Rusia se convierte en un socio único que podría presentar algún alegato en defensa de los regímenes legítimos en el poder como oposición al argumento a favor de una revolución. Los representantes de Rusia han manifestado en reiteradas ocasiones que las autoridades tienen derecho al uso de la fuerza cuando se recurre a los métodos criminales en la lucha contra ellas.

Con este panorama como telón de fondo, lo más conveniente para los países de la CEI es evitar el deterioro de las relaciones tanto con Rusia como con Occidente. El ejemplo más claro es el de las naciones del Asia Central.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)

Ria Novosti 11 agosto 2005