¿Cómo así que el canciller saliente, Manuel Rodríguez Cuadros, se atrevió a “presentar” ante el gabinete su propuesta de adhesión del Perú a la Convención del Mar bajo el mamarracho que “unificaba” la evidente colisión que hay entre ese tratado internacional y el artículo 54 de la Constitución, a sabiendas que se iba a Ginebra, que la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso había decidido someter a referéndum cualquier decisión sobre el particular y que el Parlamento entra en un período de agitado libreto en lo que resta de su precario mandato?

No parece muy diplomático dejar señalamientos o tareas a un nuevo inquilino en Torre Tagle. Pero, hay un hecho que no puede pasar desapercibido: Gustavo Pacheco volvió a presidir la Comisión de Relaciones Exteriores en el Congreso. ¿Quién fue el que estuvo cuestionando de modo frontal, directo y contundente al canciller Manuel Rodríguez Cuadros? Por tanto, el fracaso de Rodríguez Cuadros no puede ser sino monumental -y a la inversa- tan palmario como el triunfo de Pacheco. Anverso y reverso y sale muy mal parado el diplomático.

En 1963, la Marina hizo llegar al gobierno de entonces, sus duras apreciaciones en torno al convenio de 1954, sosteniendo que “dejaba sin mar a Tacna” y que por tanto era inconveniente. Entre ese año y 1968 se produce la ratificación peruana y la de Chile. Y en 1969, se intercambian notas reversales torpes en que Perú reconoce virtualmente que sí habría delimitación marítima con el país del sur. Era entonces Javier Pérez de Cuéllar el fautor de esta acción proditora. Por eso Chile sostiene que no hay nada pendiente con Perú y, por su lado, jamás, hasta hoy, Pérez de Cuéllar, Torre Tagle, Rodríguez Cuadros o algún canciller, aclara este tema que es una evidente traición a la patria.

Cuando Pérez de Cuéllar fue canciller del nefasto gobierno de transición de Paniagua, charló con su par de Chile Soledad Alvear quien le recordó que él mismo había firmado esas notas reversales en 1969. En recónditas y muy a destiempo lamentaciones, don Javier confesó haberse equivocado. Pero, es a este señor a quien se reputó como un “canciller de lujo”. Y es él, quien también, como forma de tender un manto de olvido, propuso que Perú adhiriera a la Convención del Mar que ha constituido, a no dudarlo, en una tapadera jurídica de muy dudoso valor porque pretendería encubrir cobardías y entreguismos.

¿Ha sido ese también el propósito de Rodríguez Cuadros? ¡Qué pena y qué tremenda impostura la de un hombre a quien todos reputaban como el mejor para limpiar Torre Tagle y también como el más brillante porque alguna vez tuvo ideas nacionalistas y firmes! El Rodríguez Cuadros de hoy no resistiría un análisis simple o una confrontación con el de hace pocos años. Son dos personas, dos posturas -o imposturas-, variantes trágicas de una biografía que puede ser cuestionada políticamente por el resto de su vida pública.

¿Qué ha sido el tema en torno al delincuente Kenya Fujimori? ¡Un fracaso sin atenuantes! Ni siquiera las advertencias tempranas del bufete norteamericano White and Case, lograron hacer entrar en vereda a los torpes de Torre Tagle que malograron todas las posibilidades de traer engrilletado al japonés cobarde para que sea enjuiciado por sus múltiples crímenes. ¡Y es, desafortunadamente, a Rodríguez Cuadros, a quien hay que cargar la pesada responsabilidad!

Hace pocas semanas, cuando por la ofensiva peruana se logra arrancar la posibilidad de un arbitraje a la diplomacia chilena en torno a la delimitación marítima, Torre Tagle, bajo la desubicada -y hasta pusilánime- batuta de Rodríguez Cuadros, distrae su quehacer sobre este acápite y divaga desperdiciando una ocasión exquisita de manejar nuevos caminos de imaginativo trabajo con el vecino del sur que resentía obviamente su posición vergonzosa por el tema del armamento vendido al Ecuador en plena guerra de ese país con el nuestro. Cancillería brilló por ausencia, falta de pantalones y coraje porque su titular permitió que lo cuestionaran sucios y traidores diplomáticos que gozan de la bienvenida de algunos medios de comunicación, cuando su deber ineludible, era pulverizar a esos miserables.

Una pena inmensa que toda la expectativa que nació con la cancillería de Rodríguez Cuadros, haya devenido en un compendio de fracasos, imposturas y mediocridades. ¡Que le vaya bien en su puesto en Ginebra! ¡Total, allá no hay intrígulis ríspidos y si no se habla inglés, hay traductores y la pitanza persiste y nada cambia!

Escribió alguna vez George Bernard Shaw: palabras, palabras, palabras. Epitafio anticipado para quienes crean que pueden esconderse del veredicto popular. En era de la globalización, ni siquiera la última piedra del último lugar del mundo, es guarida segura para quienes traicionan al pueblo y a su mandato ancestral de libertad y justicia.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!