La semana que pasó fue pródiga por la sinverguencería inmoral de políticos, periodistas, burócratas y gobernantes. Al cuchillero hemos llamado operador y al camaleón cínico, habiloso. ¡La subversión genuina e insuperable! Creo que si se trata de derrumbe ético, no hay país que supere, siempre hacia abajo, en declive abisal irremediable, al Perú. ¿Sorprende semejante comprobación perversa? ¡Para nada! Es lo normal y eso explica, en no poco, por causa de qué el lodazal continúa su pestilencia cancerígena y desesperanzadora en Costa, Sierra y Montaña.

¿Discutían Olivera, Ferrero, Toledo, Bruce y el entorno, sobre cómo mejorar la posición, si es que hay alguna, peruana frente a un TLC arrasador y básicamente ventajoso a Estados Unidos? ¡No de ninguna manera, estaban arreglando entuertos domésticos de lealtades raras hacia causas personales! Entonces, ¿acaso puede suponerse en cualquiera de los nombrados, un ápice de visión nacional y horizonte de futuro con respecto a 28 millones de habitantes? ¡Por cierto que no! Ellos han demostrado, con la palmaria y culposa miseria moral y política de que son dueños indiscutibles, que el Perú es un pretexto, una voz buena para el discurso, pero una entelequia cuando se trata de firmes y patrióticos derroteros.

¿Cómo se explica que los cuchilleros, traidores, camaleones, apóstatas, perros al 100% y chanchos sucios, hayan recibido las zalemas, “interpretaciones”, “exégesis”, bendiciones, “reconocimientos” de directores de diarios, columnistas adocenados y venales por la comisión de sus crímenes contra la ética y por sus acciones anti-políticas? Ensayamos una tesis: ¿se creyó posible que quienes participan de la fiesta, de un modo u otro, de la pitanza y la conveniencia publicitaria o rédito político, directo o indirecto, iban a cuestionar el festival descarnado de confesiones públicas de taras y traiciones? ¡Jamás de los jamases!

Fernando Olivera sólo ha bebido de su propia ponzoña sucia. Acostumbrado a liderar peleles, fabricante de conveniencias, urdidor de tramas, ventajista innegable, fenicio sin par, cuando le dieron su veneno, no tuvo mejor recurso que montar una telenovela palurda y hacerse la víctima. Su pacto secreto con Toledo, revela la chatura de sus fines y la enorme miopía de quienes encontraron una ocasión, de repente la última, para pasear sus mediocridades y elevarlas al podio frágil de un gobierno que hace agua por todos lados.

Hoy, la sartén le dice a la olla: ¡no me tiznes! Y la cantinela continúa porque Olivera dice de Ferrero y éste cínico de mil y un maniobras y dos mil o más partidos u opiniones, calla porque ¿qué podría decir? Obvia reiterarse que todas estas manifestaciones son ociosas como muy parecidas entre sí.

La política no es sucia en sí. Los políticos sí demuestran suciedad militante, hedor por donde pasan y son muertos en vida que pretenden contagiar sus malos humores a un país que necesita de urgente renovación porque los que hay son cadáveres insepultos. Los payasos, los escribas, los burócratas anuentes, los gobernantes débiles, los vendepatria, los merodeadores del poder, todos los que exaccionan al Perú, merecen el escupitajo digno de la población. Si de algo sirve lo que ha ocurrido, es para reflexionar -y actuar- contra estos malos y repudiables tipejos.

Encubrir, cohonestar y otorgar patente de corso, como han hecho algunos miserables, en días recientes, al pretender “explicar” lo inexplicable, sólo puede entenderse como parte de la honorable putrefacción moral que aqueja al país. Denunciaba González Prada, hace muchos decenios: “El Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el dedo, brota la pus”.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!