Dos escuelas opuestas se disputan actualmente la manera de determinar la política exterior de Estados Unidos. Para la administración Bush, Washington debe asumir su función imperial y no vacilar en hacer uso de la fuerza para poner orden en el mundo y evitar que aparezca un competidor. Para los demócratas, por el contrario, Washington debe ejercer un liderazgo flexible mediante la cooperación con sus socios. En el primer caso, Estados Unidos debe inspirar temor; en el segundo, debe inspirar admiración.

Es por eso que, desde el verano del año 2001, el Pew Research Center realiza sondeos de opinión en unos cincuenta países y compara la evolución de la imagen de Estados Unidos en cada uno de ellos.

Ese estudio, que se realiza con rigor, lo dirige la ex secretaria de Estado Madeleine K. Albright, con la ayuda de un consejo que se compone de 27 personalidades, que van de Leslie H. Gelb (presidente del Council on Foreign Relations) hasta Henry Kissinger, pasando por los directores de AOL-Time-Warner y del International Herald Tribune o los directores de Greenpeace y de Human Rights Watch [1].

Inicialmente, el estudio debía evaluar las relaciones populares ante la globalización, o sea ante la integración de los demás países a un Imperio único, pero se adaptó a las necesidades para medir el impacto de los atentados del 11 de septiembre y de la guerra contra Afganistán. Un estudio complementario se realizó a finales de febrero y principios de marzo de 2004 (o sea, antes de los atentados de Madrid) para evaluar las consecuencias de la guerra contra Irak [2].

Una parte de las interrogantes planteadas es idéntica en cada uno de los estudios, otra está concebida en función de la actualidad. Por supuesto, cada una de ellas refleja las preocupaciones políticas de Washington y aplican una misma lógica a culturas diferentes.

En primer lugar, para los neoconservadores una de las razones de ser de las guerras contra Afganistán e Irak era demostrar el poderío del Pentágono e inspirar temor. La respuesta a la pregunta «Después de ver la guerra de Irak ¿el poderío militar de Estados Unidos es más importante o menos de lo suponía usted?» es, sin embargo, decepcionante.

Si bien Fox y otras cadenas patrióticas convencieron a los estadounidenses de que son todopoderosos, el resto del mundo (exceptuando a los británicos, también sometidos a la propaganda militar) vio sobre todo que Estados Unidos necesitó 200,000 hombres para aplastar el ejército de un país subdesarrollado y encontrarse finalmente con una resistencia interna. Es cierto que los iraquíes fueron barridos por los miles de misiles que cayeron sobre ellos, pero la «teoría de la conmoción y el pánico» fracasó en el plano internacional.

En segundo lugar, para los demócratas, el prestigio de Estados Unidos proviene de su imagen de «país de la libertad» y será respetado mientras subsista el «sueño norteamericano» y sea visto como el libertador de Europa ante el nazismo.

La pregunta «Por lo que usted conoce ¿la gente de su país que ha emigrado a Estados Unidos ha mejorado sus condiciones de vida?» obtiene respuestas variadas. Si bien los estadounidenses mantienen recuerdos familiares positivos, la atracción sobre el resto del mundo es inversamente proporcional al nivel de vida. Lo cual significa que ya no se ve a Estados Unidos como un país donde cada cual puede hacer fortuna si tiene el talento necesario sino como un país desarrollado con un nivel de vida más elevado que la media.

La pregunta «Después de la guerra en Irak ¿tiene usted más o menos confianza en Estados Unidos para promover la democracia en todas partes del mundo?» obtiene un resultado muy decepcionante.

Los estadounidenses son los únicos que se creen aún ese cuento, aunque algunos británicos se aferran todavía a esa creencia. Washington dilapidó el capital de simpatía que había acumulado gracias a la liberación de la Europa ocupada y que supo hacer fructificar en los países aliados durante la guerra fría.

En resumen, Estados Unidos no inspira ya ni temor ni respeto a aquellos de sus aliados que tienen un nivel económico comparable al suyo. La clase dirigente estadounidense no cuenta, en ese aspecto, con un criterio decisivo que permita decidir la disputa a favor de republicanos o demócratas. Incluso se pudiera pensar que la estrategia suave de los Kerry y los Soros es hoy más difícilmente aplicable que la rudeza de los Bush y los Rumsfeld.

El Pew Research Center evaluó también el apoyo popular a la guerra contra el terrorismo.
La pregunta «¿Cree usted que Estados Unidos tiene razón en sentirse responsable de la guerra contra el terrorismo, o piensa que reacciona de forma exagerada?» equivale en realidad a preguntar indirectamente si los consultados están o no convencidos que Estados Unidos fue atacado por terroristas extranjeros el 11 de septiembre de 2001 y que los movimientos terroristas tienen vínculos entre sí y con algunos Estados.

Si bien los británicos ofrecen sobre el particular, al igual que sobre otros temas, respuestas comparables a las de los estadounidenses, aunque con menor frecuencia, el resto del mundo se sumerge en el escepticismo, con excepción de Rusia (y probablemente Israel) que desarrolla por su cuenta el mismo discurso antiterrorista.

En lo tocante a la pregunta «¿Cree usted que la conducción de la guerra contra el terrorismo por parte de Estados Unidos constituye un esfuerzo sincero por reducir el terrorismo internacional?» el resultado es desastroso. Exceptuando -nuevamente- a los británicos, las personas consultadas, incluyendo las que creen en la teoría del complot de al-Qaeda, consideran que el 11 de septiembre está siendo utilizado para alcanzar fines inconfesables.

Previendo ese tipo de respuesta, el Pew Research Center, había incluido una pregunta subsidiaria para todo el pusiera en duda la sinceridad de Estados Unidos: «¿Piensa usted que una de las siguientes razones sea un móvil importante que lleva a Estados Unidos a hacer la guerra al terrorismo? Controlar el petróleo del Medio Oriente, atacar a los gobiernos y grupos musulmanes que cree no amistosos, proteger Israel o dominar el mundo?».

Los opositores anglo-estadounidenses encuentran aquí una evidente dificultad al responder: formular los móviles de un crimen cometido por su propio país sigue siendo un tabú. Para el resto del mundo, las cosas están claras. La proposición «proteger Israel» es sin embargo demasiado imprecisa. Los resultados serían quizás muy diferentes con «apoyar la política de Ariel Sharon».

El Pew Research Center evaluó también, para terminar, las consecuencias de la polémica sobre las armas iraquíes de destrucción masiva. Las respuestas muestran que los anglo-estadounidenses piensan que sus respectivos gobiernos escogieron los informes de inteligencia que convenían a sus propósitos mientras que el resto del mundo piensa que Bush y Blair mintieron con total conocimiento de causa. Visto el desenlace del asunto, la mayoría de las personas consultadas piensan sobre todo que Estados Unidos es menos digno de confianza que antes.

En esas condiciones, no hay es sorprendente la noticia de que el responsable político que goza del mayor número de opiniones favorables (fuera de Estados Unidos y el Reino Unido) no es George W. Bush sino... Jacques Chirac.

[1Los miembros del Consejo son: Llyod Axworhty (Canadá), Stephen M. Case, Hernando De Soto (Perú), Gareth Evans, Leslie H. Gelb, Peter C. Goldmark, David Hannay (Reino Unido), Carla A. Hills, Henry Kissinger, Yotaro Kobayashi (Japón), Tommy Koh (Indonesia), Philippe Lampreia (Brasil), Jessica Tuchman Mathews, Don McHenry, la reina de Jordania, John Pasacantando, Peter G. Peterson, Moeen Qureshi, Kenneth Roth, Jenny Shipley (Nueva Zalandia), Peter D. Sutherland (Irlanda), John J. Sweeney, Mgr Desmond M. Tutu (Sudáfrica), Laura D’Andrea Tyson (Reino Unido), B. Joseph White, Tadashi Yamamoto (Japón), Charles Zhang (China).

[2A Year After Irak War : Mistrust of America in Europe ever Higher, Muslim Anger Persist, The Pew Research Center for the People & the Press, 16 de marzo de 2004.