La semana que viene será la de duras pruebas para la sociedad israelí.
Si los colonos judíos no abandonan sus casas ubicadas en el territorio ocupado del sector Gaza y cuatro poblados de Cisjordania hasta el 16 de agosto, serán evacuados por fuerza. Independientemente de cómo va a realizarse la evacuación, una parte de los israelíes se encuentra desorientada.

Por algo el presidente Moshe Katzav les pidió perdón a los colonos. Pues antes la política de Estado estaba orientada a estimular el traslado de colonos a los territorios ocupados. Es más, el actual primer ministro Ariel Sharon fue uno de los ideólogos de la política de crear asentamientos. Al propio tiempo, la élite política israelí comprendía desde el comienzo mismo que tarde o temprano el país se vería obligado a devolver los territorios ocupados (o una parte de éstos). Se asignaban subsidios complementarios a los colonos, las autoridades cerraban los ojos ante la apropiación ilegítima (o no sancionada por el Estado) por ellos de nuevos terrenos. Se los llamaba héroes, pioneros y defensores de las fronteras de Israel. Aunque no todos los miraban así. Muchos israelíes no comprendían por qué algunos de sus compatriotas vivían en unos lugares donde a diario peligraban su propia vida y la de sus hijos.

¿Por qué deben arriesgar su vida los soldados israelíes para protegerlos? También les interesaba el aspecto material: ¿por qué el Estado se preocupa más de los colonos que de otros ciudadanos? Pero con todo ello, en los asentamientos nació y se crió toda una generación de niños que no conocen otro hogar, a los que desde la infancia se inculcaba la idea de que ellos defienden los intereses de Israel peligrando a diario sus vidas. Y he aquí que ahora los quieren botar de sus casas con el visto bueno del Estado. ¿Cómo seguir viviendo en tal situación? Se ha asestado un golpe tanto a los habitantes de los poblados que se prevé evacuar como a todo el movimiento colonizador. Nadie sabe qué los espera mañana, pese a las aseveraciones del Gobierno de que más no habrá ningunas evacuaciones. Ya nadie cree en ello.

Lo más importante es que no existan garantías de que con el abandono por los israelíes del sector Gaza y una parte de Cisjordania terminen los atentados. Pero precisamente este argumento se esgrimió al adoptar el plan de separación unilateral. Ariel Sharon lo propuso por vez primera en diciembre de 2003: en aquel entonces, después de tres años de incesantes atentados y confrontación, los dirigentes de Israel decidieron dejar de percibir a los palestinos como parte participante en las negociaciones sobre el arreglo. La esencia del plan de separación unilateral era sencilla: nos vamos de los territorios que nos cuesta trabajo proteger, nos separamos de ustedes con un muro, cerramos el acceso a Israel para los terroristas, y ustedes pueden vivir como les dé la gana. Se puso fin a las negociaciones, los israelíes decidieron dar un portazo. Era un plan que preveía garantizar la seguridad de Israel y no suponía coordinar nada con los palestinos. Pero la realidad resultó ser distinta.

Cuando empezó la elaboración pormenorizada del plan, cambió radicalmente la situación en Palestina. Se murió Yaser Arafat, con quien Sharon se negaba rotundamente a sostener conversaciones. En su lugar se vio Mahmud Abbas. Se reanudo el proceso negociador. Por un tiempo se intensificó la presión sobre Israel por parte de la comunidad mundial, la que insistía en que el plan fuese coordinado con los palestinos y llegase a formar parte del arreglo negociado. Tras prolongados debates los dirigentes israelíes dejaron de oponerse a ello. «La separación unilateral no puede sustituir las negociaciones, en cambio está llamada a contribuir a su reanudación en el marco del plan Hoja de Ruta, propuesto por EE.UU., la Unión Europea, Rusia y la ONU, bajo la condición de que la Autoridad Palestina liquide la infraestructura del terrorismo», dice una publicación de Exteriores de Israel dedicada al plan de Sharon. Es significativo el propio nombre de ese folleto: «El plan de separación israelí. Reanudación del proceso de paz». ¿Pero será así en realidad?

Pese a todas las esperanzan que se depositan en dicho plan, quedan dudas, también entre los partidarios de la separación. «La realización del plan supone determinado riesgo», se dice en el folleto. Los israelíes temen que los palestinos acojan la evacuación de los poblados como una debilidad de Israel y comiencen a exigir con aún mayor insistencia que se les hagan otras concesiones. Otro peligro consiste en que en el sector Gaza con la ida de los israelíes pueda surgir una plaza de armas de los terroristas. Precisamente tal desarrollo de acontecimientos predice Binyamin Netanyahu, uno de los vehementes críticos del plan en cuestión, quien por esta razón acaba de abandonar su puesto de ministro de Finanzas.

Pero de momento la mayoría de los israelíes apoyan a Sharon. ¿Mas cómo van a ser sus ánimos en un futuro? El plan de por sí no va a traer paz a la región. Se necesitarán otras muchas concesiones mutuas e ingente labor de las partes en conflicto. Y si se levanta una nueva oleada del terrorismo, lo que no se puede descartar, muchos israelíes se preguntarán: ¿en aras de qué nos fuimos de Gaza? Ante sus ojos aparecerán los terroríficos cuadros de unos poblados antaño prósperos allanados por bulldozers.

Pero Sharon asume el riesgo en aras de la seguridad de Israel. Se trata de un acto de valentía, a pesar de todo.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)

Ria Novosti 12 agosto 2005