No son pocos los mediocres que han hecho fortuna invocando el pretexto Fujimori para dar rienda suelta a una danza de millones de dólares mal invertidos y también haber vivido obesos de cobertura de prensa, sin perjuicio de, muchas veces, las estupideces que decían sobre el “proceso de extradición” del ex mandatario. Dos días atrás, el embajador de Japón le ha dicho a todo el Perú que aún faltan preguntas y textos y que no hay plazo para que responda su gobierno. En buen romance, cero puntos, cero balas.

Si, como dice Javier Valle Riestra, con lógica jurídica implacable, Fujimori es nipón y es preferible quitarle la nacionalidad peruana y dejarlo en Japón para que se gane la vida por esos lares, no hay duda que encontrará compinches o que la Yakuza le tienda una mano u obsequie un balazo (código de los hampones), que seguir haciendo el ridículo mundial ante un proceso judicial que nunca acontecerá, ¿por qué aquí los de Cancillería, los del gobierno, los parlamentarios, y todos los burócratas que fungen de asesores jurídicos, siguen empecinados y tercos como mulas en una extradición que no tiene pies ni cabeza? ¿Qué clase de dinosaurio color dólar y encerrado hay en este sancochado que ya tiene varios años inexplicables?

Es de sobra conocida mi opinión sobre Kenya Fujimori. La escribía en Liberación cuando era dirigida por César Hildebrandt, y cuando muchos de los que hoy dicen haber luchado contra la dictadura, hacían contratos millonarios con ese gobierno delincuencial y no desaprovechaban ocasión para asesorías o sinecuras muy bien pagadas. Siempre dije –y lo reitero- que Kenya era un ladrón miserable, indigno de llamarse peruano y, por supuesto, no merecedor de la adhesión que le profesan grupos que le identifican erróneamente con orden y progreso.

¡Hay que dejar a Kenya Fujimori en Japón y bastaría con quitarle la nacionalidad peruana! Así, sería muy interesante avituallar a las ONGs niponas de datos de cómo este hijo del imperio del Sol Naciente, mal usaba los recursos que recibía con fines particulares. Es sabido que sus connacionales son sumamente estrictos con esta clase de felonías. Por tanto, que Kenya Fujimori responda ante sus autoridades compatricias de cuanta fechoría pueda probársele. ¿No dicen que los trapitos se lavan en casa? Que se sepa, allá son más expeditivos porque hasta les dan el recurso del suicidio o muerte honorable. Sólo que, Kenya no es más que un despreciable cobarde.

Evidentemente, sin el pretexto Fujimori, decenas de pobres diablos acostumbrados a medrar de éste, se quedan sin ingresos, discursos, etc. Pero, el país se libra del costo carísimo de un proceso llevado para perder ex profeso y que ha servido sólo para engordar las faltriqueras de conocidos abogángsters. ¿Se acuerdan que hasta el procurador de Kenya Fujimori, José Ugaz, fue “comisionado” para viajar al Japón a reunir documentación? Esto da risa. Y otro tanto provoca que el embajador de Perú en ese país, Luis Machiavello, antes representante diplomático de Kenya Fujimori, sea sospechoso de actuar contra su ex mandón protector. ¡Qué disparate!

Si se actúa con habilosa honradez, se matan varios pájaros de un solo tiro. ¿Y qué mejor para el Perú que sacudirse de rémoras delincuenciales, a todo nivel, y expectorar al delincuente Kenya Fujimori, de una buena vez del ambiente político?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!