Se llega a estos nuevos estadios de coordinación, luego de años de dispersión. Años en los cuales los sectores dominantes en la sociedad aplicaron con rigor la reestructuración del Estado o neoliberalismo y una política de terror, legitimando sus acciones tras un discurso único y el ofrecimiento de beneficios para las mayorías sociales, los que quince años después no se ven por ninguna parte.

Como país atípico en la región, en nuestro caso no sólo se vivió el adelgazamiento del Estado en entes públicos como salud, educación y otros, si no que además se vivió el ensanchamiento del Estado en lo militar, y de su mano la consolidación de un proyecto de derecha que legitimó el control social, la militarización de todo espacio público, acrecentando el miedo y de su mano el individualismo y el aislamiento en sus soledades de millares de familias.

Los escenarios de este proyecto son múltiples, y hoy se legaliza uno de ellos: los paramilitares. Tras el copamiento y control militar, político, social y económico de amplias zonas del país, legalizadas por el congreso, ahora presenciamos su consolidación en los principales cascos urbanos, en un “repliegue estratégico” que se propone el control por varios períodos electorales del aparato de estado, y que al mismo tiempo pretende asegurar el control ciudadano a través de guardias cívicos, de una posible guardia rural, de la reubicación de cientos de familias en zonas rurales estrategias, de la conversión de las amplios núcleos sociales en delatores, etcétera.

Ante este escenario, lo que está en juego no sólo es el aparato estatal, sino la cotidianidad de la sociedad. ¿Una sociedad con libertades y derechos reales o una sociedad coartada y sin ningún derecho efectivo?

Ante tamaño dilema, los proceso de coordinación y unidad popular son pequeños. ¿Por qué? Porque estos se proponen y se disponen tan sólo detrás del aparato de estado, cediendo la cotidianidad de la sociedad al proyecto dominante.

Craso error. Aún después de conocer el funcionamiento de las sociedades del este, la izquierda colombiana repite la misma historia. Preocupada por lo general se olvida de lo particular, pero aún dentro de esta se olvida de lo fundamental.

Por ejemplo, en el congreso del PDI, no se vio una camada de militantes preocupados por el país, sino maniobrando para controlar un aparato, un pequeño aparato que representa y garantiza ciertos intereses y beneficios pero que no se proyecta ni se vincula a las aspiraciones básicas de la sociedad. De la mano de esa concepción, se construye un aparato para negociar favores y ganar unas delegaciones parlamentarias, pero no para ponerse de frente ante el tema del poder.

El camino que debe recorrer la AD, además de la participación en listas para el congreso es el fortalecimiento de la movilización y la discusión con la comunidad de sus temas más sentidos, en donde su candidato presente sus planteamientos frente a la posibilidad de integración alterna que gana espacio en el continente frente a los Estados Unidos, comportándose igual ante las constantes maniobras norteamericanas en Colombia y en los países vecinos.

Aún después de los meses que llevan debatiendo cómo construir la Alternativa Democrática, aún no se conoce un pronunciamiento que afronte los temas políticos y sociales básicos. Por ejemplo, ¿qué hacer y cómo actuar para sentar las bases de una paz posible y cercana en Colombia? ¿Será factible avanzar hacia este objetivo sin tomar en cuenta a las fuerzas insurgentes?

Pero hay muchos más interrogantes, por ejemplo, ¿qué sentido tiene hacer parte del Congreso Nacional, un ente dominado por los paramilitares, pero además caracterizado por su sumisión al mandato norteamericano y a los intereses oligárquicos criollos? ¿La decisión de luchar por algunos escaños en el Congreso, se toma después de valorar lo hecho en él –hasta ahora- por los delegados elegidos en el período pasado o por fuera de ese diagnóstico? De hacerse esta evaluación y luego de ella, ¿existirá algún proyecto sacado adelante por los congresistas de izquierda y democráticos que valga la pena reivindicar? En estas circunstancias ¿para qué sirve el Congreso, no será que beneficia más a ciertas individualidades para su brillo, que a los movimientos sociales y al país en su conjunto? Así las cosas ¿no será mejor, en una estrategia de poder de base y alterno, desconocer esta instancia demandando su ilegitimidad a través de una práctica cotidiana de poder que se ponga en marcha por toda Colombia?

Aprendiendo de las fuerzas sociales y políticas desatadas en el continente, y que en varios casos dirigen sus países luego de décadas de trabajo por la base, ¿no es más conveniente poner en marcha una estrategia de poder real que le dispute todas las cotidianidades a la derecha dominante, que andar preocupados solamente por el aparato estatal?

Por ejemplo, ¿cuál es el modelo de seguridad social –pleno- por implementar en el país y cómo se concretaría? ¿Por qué no se presenta ante el país, en cada ciudad, vereda y barrio, los mecanismos para garantizarle ingresos básicos a cada hogar?

Es decir, AD no sólo debe proponer un acuerdo para actuar en elecciones, sino como lo espera buena parte del país, allanar el camino para una unidad sobre la cotidianidad de las mayorías pobres, estimulando a su militancia para que se disponga a recorrer de nuevo los puntos cardinales del país, en una larga marcha que de verdad permita disputar el poder a la clase dominante.

El reto es sencillo y complejo al mismo tiempo. No dejarse deslumbrar por el brillo de un Dorado inexistente. Apegados a lo básico, a lo sencillo, a lo cotidiano, al dolor de no saber qué hacer mañana que caracteriza la vida de miles de familias, retomar la ruta de las mayorías, donde estas se erijan en miles de nuevos liderazgos y rompan en una insurgencia cívica y popular, los mecanismos de poder y control que por todas partes impiden a los colombianos fundirse en un poder real: el clientelismo, la amenaza, la promesa, los cinco pesos que resuelven el día pero que no atacan lo fundamental.

El reto está de frente ante todos nosotros.

Sin reformismo

Como si fuera un candidato con un gran caudal electoral, Carlos Gaviria mantiene silencio o actúa de bajo perfil. Propuesto por varios sectores políticos y sociales para que encabezara una dinámica campaña contra la profundización de la ultraderecha, y pese a la oportunidad con que se hizo la propuesta, no se ha actuado en consecuencia, se han perdido varios meses. Valiosos meses.

Es evidente. No es lo mismo la campaña de un candidato tradicional, con aparato y con intensiones solamente electorales para conservar el poder imperante -y que por tanto poco le interesa la gente en su cotidianidad real-, a la liderada por un candidato que tiene que construir el aparato pero que además tiene una intencionalidad más allá de lo electoral: la justicia, la libertad, la felicidad, la democracia y otras tantas. Por lo tanto, un candidato de este cuño no tiene ante sí votantes, no, tiene ciudadanos ansiosos de cambios, urgidos de otro poder, y el reto que sobrelleva es desatar fuerzas que insurjan, que en su libertad y libre albedrío rompan las esclusas que los oprimen.

Al no actuar así el candidato y quienes por ahora lo apoyan, yerran: hacen creer a sus posibles electores que los temas básicos del país los puede resolver un Presidente, ajeno a sus electores. Les hacen creer que sus problemas son tema de una coyuntura y por tanto no los estimulan para que se alisten para una larga jornada, la que implica entre otros, consolidar un proyecto político y social común, con vocación de poder, que implica lo electoral pero que va mucho más allá de este aspecto.

Precisamente una de las rupturas históricas generadas por la izquierda frente al poder burgués, es hacer descansar el poder, más allá de los elegidos o representantes de las mayorías, en el pueblo. Para nuestro caso esto es fundamental, pues solamente retomando la iniciativa de las mayorías podemos superar el actual estado de cosas.

Pero además, sólo mirando en el mediano y largo plazo podemos obtener nuestros propósitos. Un amplio debate ciudadano que politice a las mayorías y que enfrentando los poderes reinantes, forje las mayorías nacionales en el reto que tienen por delante, develando sin temor las dificultades que deben atravesar para poder hacer realidad su ideario.

Tamaña empresa que va mucho más allá de un candidato y de una elección. Si no garantizamos su realización por parte de cada uno de los candidatos que acepten liderar la campaña presidencial, simplemente estaremos legitimando una democracia de forma, “que garantiza que todos participen en el juego electoral”.

¿A quién estamos educando? ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Desde cuál proyecto? ¿Con cuáles objetivos? ¿A través de cuál programación y cuáles responsabilidades? Estas y otras muchas inquietudes deben ser resueltas para que en esta y en próximas coyunturas electorales no ejecutemos el más craso reformismo.

La coyuntura: reelección sí, reelección no

El que no hace goles los ve hacer. Así dicen en el mundo futbolístico. En la política sucede lo mismo. Luego de que los sectores sociales tuvieran el sartén por el mango (una vez ganado el referendo) la falta de diseños políticos activos produjo lo que hoy tenemos: marchar detrás de la iniciativa del establecimiento.

La reforma de la constitución y la posible reelección del actual Presidente es el tema que pareciera determinar todo. Y tras este, las maniobras no se dejan esperar.

En días pasados se publicaron los resultados de una encuesta que precisa que las mayorías nacionales anhelan que Álvaro Uribe sea reelegido. La presión es sutil pero evidente: ¿qué podrán fallar los magistrados ante esa expectativa nacional? Si fallan en contra del “deseo” nacional ¿qué podría pasar? Esta presión no aminorará, en próximas semanas se darán a conocer más encuestas y se profundizará, a punta de favores y prebendas, el bipartidismo reanimado con Pastrana en Estados Unidos.

Y el problema no termina ahí. Siendo importante enfrentar a Uribe como símbolo del nuevo bloque de poder, un proyecto político alternativo debe hacer pedagogía política develando los intereses concretos detrás del gobierno. Poco a poco, y con cinismo, industriales, ganaderos y políticos de viejo cuño asumen la vocería del proyecto paramilitar. Sobre esto, tampoco dice nada.

Entre tanto los sectores sociales y populares a la espera. Sin iniciativa propia, todo depende de los otros, ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué se perdió la iniciativa ganada con el referendo? La respuesta parece sencilla, pero es cierta: porque se piensa y actúa desde la creencia de que el poder descansa en la casa de gobierno. Al ser así, ¿para qué actuar en profundizar poderes paralelos?

Sin embargo y por otros caminos reales que existen y subsisten en Colombia, hay poderes latentes que aún no juegan sus cartas, y de ellos dependerá en gran parte el escenario electoral. Es el caso de la insurgencia. ¿Qué podría suceder si esta logra evidenciar que la mayor promesa del actual Presidente –la Seguridad Democrática- tras cuatro años de aplicada no sirvió para nada?

En encuesta realizada a los principales empresarios nacionales, publicada por el diario Portafolio el 8 de agosto, ante la pregunta que esperaría del actual gobierno en estos últimos meses, una de las respuestas sorprende: negociar con la insurgencia.

Es decir, para los controladores de la economía nacional, la seguridad democrática no ha funcionado, la guerra va para largo, y es necesario negociar. Si esta sensación rompe los mecanismos de propaganda del establecimiento ¿qué podría pasar en el tema electoral?

Pero hay más. Si se evidencia que lo acumulado en Colombia son múltiples poderes, ninguno de los cuales se impone por completo, ¿no estaremos ante la evidencia de un novísimo gobierno de coalición como condición imprescindible para recorrer el camino hacia una paz futura pero real?

Es decir, los escenarios son múltiples, pero también las posibilidades para romper la iniciativa del establecimiento. No es procedente ni refleja un proyecto activo en marcha, permanecer pasivos, esperando qué actúe un solo sector y considerando un solo actor.
Congreso Nacional de Unidad, convoca Alternativa Democrática

Izquierda, ¿ser o no ser?

Encuentro Nacional Popular

Como nunca había sucedido, o tal vez como hace mucho no ocurría en el país, entre sus sectores políticos populares, soplan vientos de acción común. El Polo Democrático Independiente (PDI) y la Alternativa Democrática (AD) son sus mayores reflejos.

Se llega a estos nuevos estadios de coordinación, luego de años de dispersión. Años en los cuales los sectores dominantes en la sociedad aplicaron con rigor la reestructuración del Estado o neoliberalismo y una política de terror, legitimando sus acciones tras un discurso único y el ofrecimiento de beneficios para las mayorías sociales, los que quince años después no se ven por ninguna parte.

Como país atípico en la región, en nuestro caso no sólo se vivió el adelgazamiento del Estado en entes públicos como salud, educación y otros, si no que además se vivió el ensanchamiento del Estado en lo militar, y de su mano la consolidación de un proyecto de derecha que legitimó el control social, la militarización de todo espacio público, acrecentando el miedo y de su mano el individualismo y el aislamiento en sus soledades de millares de familias.

Los escenarios de este proyecto son múltiples, y hoy se legaliza uno de ellos: los paramilitares. Tras el copamiento y control militar, político, social y económico de amplias zonas del país, legalizadas por el congreso, ahora presenciamos su consolidación en los principales cascos urbanos, en un “repliegue estratégico” que se propone el control por varios períodos electorales del aparato de estado, y que al mismo tiempo pretende asegurar el control ciudadano a través de guardias cívicos, de una posible guardia rural, de la reubicación de cientos de familias en zonas rurales estrategias, de la conversión de las amplios núcleos sociales en delatores, etcétera.

Ante este escenario, lo que está en juego no sólo es el aparato estatal, sino la cotidianidad de la sociedad. ¿Una sociedad con libertades y derechos reales o una sociedad coartada y sin ningún derecho efectivo?

Ante tamaño dilema, los proceso de coordinación y unidad popular son pequeños. ¿Por qué? Porque estos se proponen y se disponen tan sólo detrás del aparato de estado, cediendo la cotidianidad de la sociedad al proyecto dominante.

Craso error. Aún después de conocer el funcionamiento de las sociedades del este, la izquierda colombiana repite la misma historia. Preocupada por lo general se olvida de lo particular, pero aún dentro de esta se olvida de lo fundamental.

Por ejemplo, en el congreso del PDI, no se vio una camada de militantes preocupados por el país, sino maniobrando para controlar un aparato, un pequeño aparato que representa y garantiza ciertos intereses y beneficios pero que no se proyecta ni se vincula a las aspiraciones básicas de la sociedad. De la mano de esa concepción, se construye un aparato para negociar favores y ganar unas delegaciones parlamentarias, pero no para ponerse de frente ante el tema del poder.

El camino que debe recorrer la AD, además de la participación en listas para el congreso es el fortalecimiento de la movilización y la discusión con la comunidad de sus temas más sentidos, en donde su candidato presente sus planteamientos frente a la posibilidad de integración alterna que gana espacio en el continente frente a los Estados Unidos, comportándose igual ante las constantes maniobras norteamericanas en Colombia y en los países vecinos.

Aún después de los meses que llevan debatiendo cómo construir la Alternativa Democrática, aún no se conoce un pronunciamiento que afronte los temas políticos y sociales básicos. Por ejemplo, ¿qué hacer y cómo actuar para sentar las bases de una paz posible y cercana en Colombia? ¿Será factible avanzar hacia este objetivo sin tomar en cuenta a las fuerzas insurgentes?

Pero hay muchos más interrogantes, por ejemplo, ¿qué sentido tiene hacer parte del Congreso Nacional, un ente dominado por los paramilitares, pero además caracterizado por su sumisión al mandato norteamericano y a los intereses oligárquicos criollos? ¿La decisión de luchar por algunos escaños en el Congreso, se toma después de valorar lo hecho en él –hasta ahora- por los delegados elegidos en el período pasado o por fuera de ese diagnóstico? De hacerse esta evaluación y luego de ella, ¿existirá algún proyecto sacado adelante por los congresistas de izquierda y democráticos que valga la pena reivindicar? En estas circunstancias ¿para qué sirve el Congreso, no será que beneficia más a ciertas individualidades para su brillo, que a los movimientos sociales y al país en su conjunto? Así las cosas ¿no será mejor, en una estrategia de poder de base y alterno, desconocer esta instancia demandando su ilegitimidad a través de una práctica cotidiana de poder que se ponga en marcha por toda Colombia?

Aprendiendo de las fuerzas sociales y políticas desatadas en el continente, y que en varios casos dirigen sus países luego de décadas de trabajo por la base, ¿no es más conveniente poner en marcha una estrategia de poder real que le dispute todas las cotidianidades a la derecha dominante, que andar preocupados solamente por el aparato estatal?

Por ejemplo, ¿cuál es el modelo de seguridad social –pleno- por implementar en el país y cómo se concretaría? ¿Por qué no se presenta ante el país, en cada ciudad, vereda y barrio, los mecanismos para garantizarle ingresos básicos a cada hogar?

Es decir, AD no sólo debe proponer un acuerdo para actuar en elecciones, sino como lo espera buena parte del país, allanar el camino para una unidad sobre la cotidianidad de las mayorías pobres, estimulando a su militancia para que se disponga a recorrer de nuevo los puntos cardinales del país, en una larga marcha que de verdad permita disputar el poder a la clase dominante.

El reto es sencillo y complejo al mismo tiempo. No dejarse deslumbrar por el brillo de un Dorado inexistente. Apegados a lo básico, a lo sencillo, a lo cotidiano, al dolor de no saber qué hacer mañana que caracteriza la vida de miles de familias, retomar la ruta de las mayorías, donde estas se erijan en miles de nuevos liderazgos y rompan en una insurgencia cívica y popular, los mecanismos de poder y control que por todas partes impiden a los colombianos fundirse en un poder real: el clientelismo, la amenaza, la promesa, los cinco pesos que resuelven el día pero que no atacan lo fundamental.

El reto está de frente ante todos nosotros.

Sin reformismo

Como si fuera un candidato con un gran caudal electoral, Carlos Gaviria mantiene silencio o actúa de bajo perfil. Propuesto por varios sectores políticos y sociales para que encabezara una dinámica campaña contra la profundización de la ultraderecha, y pese a la oportunidad con que se hizo la propuesta, no se ha actuado en consecuencia, se han perdido varios meses. Valiosos meses.

Es evidente. No es lo mismo la campaña de un candidato tradicional, con aparato y con intensiones solamente electorales para conservar el poder imperante -y que por tanto poco le interesa la gente en su cotidianidad real-, a la liderada por un candidato que tiene que construir el aparato pero que además tiene una intencionalidad más allá de lo electoral: la justicia, la libertad, la felicidad, la democracia y otras tantas. Por lo tanto, un candidato de este cuño no tiene ante sí votantes, no, tiene ciudadanos ansiosos de cambios, urgidos de otro poder, y el reto que sobrelleva es desatar fuerzas que insurjan, que en su libertad y libre albedrío rompan las esclusas que los oprimen.

Al no actuar así el candidato y quienes por ahora lo apoyan, yerran: hacen creer a sus posibles electores que los temas básicos del país los puede resolver un Presidente, ajeno a sus electores. Les hacen creer que sus problemas son tema de una coyuntura y por tanto no los estimulan para que se alisten para una larga jornada, la que implica entre otros, consolidar un proyecto político y social común, con vocación de poder, que implica lo electoral pero que va mucho más allá de este aspecto.

Precisamente una de las rupturas históricas generadas por la izquierda frente al poder burgués, es hacer descansar el poder, más allá de los elegidos o representantes de las mayorías, en el pueblo. Para nuestro caso esto es fundamental, pues solamente retomando la iniciativa de las mayorías podemos superar el actual estado de cosas.

Pero además, sólo mirando en el mediano y largo plazo podemos obtener nuestros propósitos. Un amplio debate ciudadano que politice a las mayorías y que enfrentando los poderes reinantes, forje las mayorías nacionales en el reto que tienen por delante, develando sin temor las dificultades que deben atravesar para poder hacer realidad su ideario.

Tamaña empresa que va mucho más allá de un candidato y de una elección. Si no garantizamos su realización por parte de cada uno de los candidatos que acepten liderar la campaña presidencial, simplemente estaremos legitimando una democracia de forma, “que garantiza que todos participen en el juego electoral”.

¿A quién estamos educando? ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Desde cuál proyecto? ¿Con cuáles objetivos? ¿A través de cuál programación y cuáles responsabilidades? Estas y otras muchas inquietudes deben ser resueltas para que en esta y en próximas coyunturas electorales no ejecutemos el más craso reformismo.

La coyuntura: reelección sí, reelección no

El que no hace goles los ve hacer. Así dicen en el mundo futbolístico. En la política sucede lo mismo. Luego de que los sectores sociales tuvieran el sartén por el mango (una vez ganado el referendo) la falta de diseños políticos activos produjo lo que hoy tenemos: marchar detrás de la iniciativa del establecimiento.

La reforma de la constitución y la posible reelección del actual Presidente es el tema que pareciera determinar todo. Y tras este, las maniobras no se dejan esperar.

En días pasados se publicaron los resultados de una encuesta que precisa que las mayorías nacionales anhelan que Álvaro Uribe sea reelegido. La presión es sutil pero evidente: ¿qué podrán fallar los magistrados ante esa expectativa nacional? Si fallan en contra del “deseo” nacional ¿qué podría pasar? Esta presión no aminorará, en próximas semanas se darán a conocer más encuestas y se profundizará, a punta de favores y prebendas, el bipartidismo reanimado con Pastrana en Estados Unidos.

Y el problema no termina ahí. Siendo importante enfrentar a Uribe como símbolo del nuevo bloque de poder, un proyecto político alternativo debe hacer pedagogía política develando los intereses concretos detrás del gobierno. Poco a poco, y con cinismo, industriales, ganaderos y políticos de viejo cuño asumen la vocería del proyecto paramilitar. Sobre esto, tampoco dice nada.

Entre tanto los sectores sociales y populares a la espera. Sin iniciativa propia, todo depende de los otros, ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué se perdió la iniciativa ganada con el referendo? La respuesta parece sencilla, pero es cierta: porque se piensa y actúa desde la creencia de que el poder descansa en la casa de gobierno. Al ser así, ¿para qué actuar en profundizar poderes paralelos?

Sin embargo y por otros caminos reales que existen y subsisten en Colombia, hay poderes latentes que aún no juegan sus cartas, y de ellos dependerá en gran parte el escenario electoral. Es el caso de la insurgencia. ¿Qué podría suceder si esta logra evidenciar que la mayor promesa del actual Presidente –la Seguridad Democrática- tras cuatro años de aplicada no sirvió para nada?

En encuesta realizada a los principales empresarios nacionales, publicada por el diario Portafolio el 8 de agosto, ante la pregunta que esperaría del actual gobierno en estos últimos meses, una de las respuestas sorprende: negociar con la insurgencia.

Es decir, para los controladores de la economía nacional, la seguridad democrática no ha funcionado, la guerra va para largo, y es necesario negociar. Si esta sensación rompe los mecanismos de propaganda del establecimiento ¿qué podría pasar en el tema electoral?

Pero hay más. Si se evidencia que lo acumulado en Colombia son múltiples poderes, ninguno de los cuales se impone por completo, ¿no estaremos ante la evidencia de un novísimo gobierno de coalición como condición imprescindible para recorrer el camino hacia una paz futura pero real?

Es decir, los escenarios son múltiples, pero también las posibilidades para romper la iniciativa del establecimiento. No es procedente ni refleja un proyecto activo en marcha, permanecer pasivos, esperando qué actúe un solo sector y considerando un solo actor.

Colombianos en el exterior

Un factor nuevo y novedoso se considera por primera vez en las elecciones para Presidente en Colombia: los nacionales en el exterior. Contados por miles en diversos rincones del planeta, emigrados por causas económicas, políticas o de estudio, guardan un profundo recuerdo por su terruño y muchos de ellos, de existir una sociedad más justa y en paz, no pensarían dos veces su regreso.

En muchas ocasiones sobreviven allende las fronteras tal y cual como salieron de ellas: aislados. El desconocimiento de otros nacionales, el temor a ser deportados o la simple evidencia de ausencia de propuestas colectivas, los mantiene ensimismados en su soledad. ¿Podría transformar su prevención e indeferencia la esperanza de un cambio en Colombia? Sí.

Con esa seguridad se ha procedido en Venezuela, donde se estima vive más de un millón y medio de colombianos. Con la consigna “Colombianos en Venezuela una sola bandera” se les está invitando a participar de la próxima jornada electoral, con un objetivo básico: apoyar a Carlos Gaviria Díaz, candidato de la paz, y evitar la reelección de Álvaro Uribe Vélez, candidato de la guerra.

Por el momento se ha creado un comité de impulso nacional y comités de trabajo en varias capitales estaduales. Se han realizado reuniones con numerosa asistencia de los interesados y se ha logrado que diversos partidos políticos venezolanos vean con simpatía estas acciones. Pero el efecto más importante por el momento es que muchos colombianos, producto de la revolución bolivariana en marcha -de la cual se sienten beneficiarios- y de su deseo de vivir con justicia y paz en su país, han perdido la vergüenza de ser colombianos. Han empezado a salir a las marchas citadas por Chávez reivindicando su ser nacional y exteriorizando sus deseos para su país.

Igual disposición hay que potenciar en las distintas colonias de nacionales dispersas por el mundo. Las más importantes: Estados Unidos, España, Londres, Ecuador y otras hay que concitarlas a este objetivo. No dejar pasar el tiempo es la condición para que la sorpresa electoral parta de los colombianos en el exterior.