En el cine ruso se han puesto de moda los personajes históricos, en primer lugar Iosif Stalin.
En el cine ruso se han puesto de moda los personajes históricos, en primer lugar Iosif Stalin.
Son «brands» rusos, solicitados en el exterior también. Se trata de una mercancía reconocible, semejante a la «matrioshka» rusa, de unos personajes que parecen ser de cartulina, mientras que el texto de la película representa en sí una compilación de todo tipo de cuentos que circulan sobre ellos.
Es especulación en torno a la Historia, la cual tiene poco que ver con la realidad histórica y el propio género histórico. Hace poco los directores de cine preocupados por el éxito comercial de sus cintas hacían hincapié en tramas policíacas, con abundantes escenas de violencia y erotismo.
Hoy día se hace popular la profanación de la Historia. El cine nuevo no ofrece una seria reflexión sobre el pasado. Se hacen adaptaciones cinematográficas de unos mitos destinados para el espectador que conoce mal la Historia.
Para los actuales cineastas tanto Brezhnev como Stalin son personajes pop, dice Andrey Konchalovski, famoso director de cine. En numerosos documentales y espacios dedicados a Stalin se analizan sus relaciones con sus esposas e hijos, con escritores y actores, se habla de los problemas de su salud, es decir de las cuestiones de importancia secundaria desde el punto de vista histórico.
El cine soviético «canonizaba» a los líderes del partido y Gobierno, los presentaba como unos eruditos sin tacha ni reproche. Así aparecían Lenin, Stalin y algunos otros de sus compañeros de lucha.
La tradición de libre revisión de la Historia por el cine tiene su origen en la obra del patriarca del cinematógrafo ruso Serguei Eisenstein. «El acorazado Potiomkin», cinta mundialmente famosa rodada por él en 1925, tiene poco que ver con la realidad, pero lleva un fuerte mensaje propagandístico. También se hacían intentos de «humanizar» a los personajes históricos, revelando sus usos ridículos u opiniones ingenuas.
Una de tales películas es «Chapaev», obra maestra dedicada al heroico comandante nacido en el seno del pueblo, rodada en 1934 por los hermanos Vasiliev , cuyo texto ha enriquecido la fraseología rusa y se cita hasta hoy día.
Actualmente, los retratos de las personalidades históricas soviéticas a menudo se pintan en negro, añadiéndoles pinceladas de una comicidad tétrica. Durante esta temporada televisiva fueron proyectados dos seriales de la época de Stalin: «La saga de Moscú», de Dmitry Borschevski, según la novela homónima de Vasily Aksionov, y «Los hijos de Arbat», de Andrey Eshpay, según la novela homónima de Anatoly Ribakov. Ambas cintas tratan de las persecuciones a que fueron sometidos los intelectuales rusos (ambos escritores lo saben no de oídas).
Pero el opresor principal, Iosif Stalin, aparece en ambas como el Barba Azul del cuento mágico. «Un pérfido monstruo», así define el director de la revista «El arte cinematográfico», Daniil Dondurey, la imagen de Stalin creada en «Los hijos de Arbat». Los autores de ambos seriales, lejos de querer ser objetivos en la representación del jefe, crearon un personaje carente de toda veracidad, convirtiendo a Stalin en un «brand», que sólo tiene leyenda.
En el serial «La estrella de su época», de Yuri Kara, cuya protagonista es la actriz Valentina Serova, favorita de Stalin, éste último aparece como un personaje puramente cómico. En julio se exhibió el serial «Un KGB vistiendo smoking», de Oleg Fomin, en que con igual comicidad fueron plasmados el líder soviético Yuri Andropov y el propio KGB. También «tuvieron suerte» Pedro el Grande y sus sucesores: en el serial «Los secretos de los golpes palaciegos», de Svetlana Druzhinina, los grandes de este mundo sólo trajinan, padecen enfermedades y mueren.
La profanación de la Historia en filmes históricos es un fenómeno internacional. Así son los «hits» de esta temporada «Alexander», de Stone, y «El Reino de los Cielos», de Scott. El maestro Peter Greenaway reconoce: «Las películas históricas en su mayoría son muy malas».
Hollywood siempre se ha dedicado no tanto a popularizar la Historia cuanto a «revisarla». Los Césares y las Cleopatras del cine no tenían mucho en común con sus prototipos reales. Pero actualmente ha llegado la época de mitologización y falsificación jamás vistas de la Historia: vemos a un Alexander de Macedonia predicando la corrección política en su imperio y la tolerancia hacia otros pueblos. Es un cine que usa de un método análogo al «realismo socialista» soviético, el de mitos comunistas, pero vuelto a la inversa: su razón primera no tiene el carácter ideológico, sino el comercial.
También el espectador contemporáneo acoge mejor caracteres unidimensionales y no quiere que se le ofrezcan diversas versiones de un mismo acontecimiento. Hay cineastas que se concentran en la psicología de una u otra personalidad de fama mundial, así procede Alexander Sokurov, autor de los filmes dedicados a Hitler «EL Moloch», Lenin («El Tauro») y al Emperador Hirohito («El Sol»). Pero este ya es un cine elitista, es el «arthouse».
El director Vladimir Jotinenko rodó la película «La desaparición del Imperio», de la primera guerra mundial y la revolución, intentando mostrar la tragedia humana. Pero los actores seleccionados por él aparecen tan a menudo en primitivos seriales que ya no se perciben como idóneos para interpretar papeles serios. Los filmes históricos de género policíaco «El gambito turco», de Faiziev, y «El funcionario de Estado», de Yankovski, ofrecen una interpretación de la Historia propia de las revistas ilustradas.
El realizador Serguei Snezhkin fue en pos del nostálgico recuerdo de la época de Leonid Brezhnev, que tiene una parte de los ciudadanos de Rusia. En el serial« Brezhnev» se intentó ofrecer una imagen humana del protagonista: un joven irreprochable y también un anciano al que nada humano le es ajeno. Pero falta un auténtico enfoque histórico.
Brezhnev aparece como una compilación de los anécdotas dedicados a él, muy populares en la sociedad. Uno de los actores lo explicó del modo siguiente: «Pues el Buró Político estaba compuesto por unos individuos sumidos en marasmo»...
El cine ruso de momento prefiere plasmar nociones trilladas y mitos. Serguei Bodrov padre rueda un filme sobre Genghis Khan. El proyecto ya ha suscitado interés en el mundo. Sólo queda esperar qué le va a resultar: una fantasía de turno o una cinta histórica seria.
Ria Novsti 22 agosto 2005
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