El presidente chileno Ricardo Lagos expresó que a los pocos minutos de producido el incidente en el Congreso, el jueves pasado, el jefe de Estado Alejandro Toledo, le llamó para pedir “disculpas”. ¿Llama la atención la inmediatez cuasi automática, sumisa y vergonzosa que se usó para “disculparse” por un asunto incurso en un debate político peruano? ¿Genera otra cosa que asco, que múltiples parlamentarios se desvivan en “protestas” por lo ocurrido como parte de una supuesta buena conducta pública? Me temo que no. ¡Estos caminan de rodillas!

El legiferante Jurado le espetó al primer ministro, el vendepatria PPK, su notoria e indisimulada preferencia por el país del sur y colocó una bandera chilena que fue arrojada al suelo por el ministro de Defensa. ¿En qué momento se produjo un agravio? Fue parte de una acalorada sesión y como tal debe entenderse. ¡Nada más!

Que casi toda la prensa hablada, radial y escrita, se jale los pelos y convierta lo que fue una anécdota inadecuada, tal vez, en una “ofensa” no forma parte sino de la correspondencia que tienen que guardar con quienes pagan múltiples anuncios publicitarios o planillas de sueldos a periodistas venales o de mínimo o inexistente amor patriótico. ¡Así se manipula a la opinión pública y se troca hasta la monstruosidad lo que era una justa política absolutamente interna!

Conviene preguntar a todos estos: ¿qué hicieron o qué dijeron cuando en mayo-junio del 2002, en Chile, se pulverizaba a Aerocontinente? ¿Qué expresaron cuando en Lima estaba por esos días, la canciller Soledad Alvear y al nefasto Niño Diego García Sayán, entonces titular de RREE, no se le ocurrió idea más inoportuna y claudicante que condecorarla? Afirmé entonces desde Dignidad: ¿qué, la premian porque arruinaron en su país de origen a una empresa peruana? Niño Diego jamás contestó.

Cuando los días terribles de la ocupación chilena en casi todo el Perú, en Lima se produjeron escenas que ha registrado la historia escrita, de cómo, oficiales cobardes y ciudadanos cogotudos pero miserables, firmaban manifiestos de que no iban a intentar ninguna sedición contra los ocupantes del territorio patrio. Es cierto que la guerra la había perdido Perú, pero también lo es que hasta en Chile hoy se preguntan si esa circunstancia que se aplicó con odio y saña, de la ocupación, valió la pena. Nos emocionamos hasta las lágrimas al recordar las atrocidades nazis con los judíos, pero olvidamos, irresponsablemente, que la primera ocupación expoliadora y hasta étnica fue la practicada entre 1880 y 1883.

La historia oficial del Perú no quiere hacer mucha luz sobre cómo se sostuvo el gobierno pelele de Miguel Iglesias el que firma el Tratado de Ancón y, como se estipula en el Protocolo Complementario, de ese acuerdo infame, que el dinero prestado a esa administración debía ser devuelto con los ingresos exportadores del Perú. Y así como este capítulo vergonzante, muchos otros.

Los que caminan de rodillas en Perú han perdido la brújula por completo. Nunca podrían actuar con dignidad porque ese es un atributo de los hombres libres de que ellos carecen. Su tránsito infeliz por la vida consiste en comer el pasto, beber el agua y legar la única herencia de un esqueleto, como dijera Manuel González Prada, pero sólo vegetan para acicalar al poderoso, nativo o extranjero; otorgar patentes de corso al huno que nos flagela y al patrón que nos doblega con el poder de sus millones de dólares. Jamás de los jamases, un grito libertario, una muerte con gloria, una apuesta por el porvenir con esperanza. Esos derrotados, son los que recurrentemente, pasan por el gobierno, la burocracia, el Congreso, los ministerios. Son parte de la anti-historia, productos del cólico social que persiste en una nación con millones de pobres y unos pocos miles de ricos occidentales, racistas e insolentes. ¡Una total desigualdad!

Clamó alguna vez Piérola: ¡cuando se cierran las puertas de la legalidad, se abren las de la violencia! Los que caminan de rodillas son miopes y cobardes. Y son fácilmente identificables porque se los ve en la televisión, en los diarios y hablan todo el tiempo por la radio. No hay mal que dure cien años. Ni cuerpo que lo resista.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!