Que el gobierno enviara, según propia confesión, a David Waisman al exterior para evitar que atacara con todo al vendepatria PPK, en su presentación del jueves pasado, da a entender que el legiferante golpea partes sensibles y, es obvio, que cuenta con parque de municiones más que suficiente. Ayer expresó, que las privatizaciones se habían hecho mal y que además, se oponía rotundamente al regalo de los puertos. Sin embargo de estas arremetidas entusiastas, ¿por qué se caricaturiza a Waisman?

La clave puede estar, precisamente, en que Waisman sabe lo que dice no sólo por su posición sino porque le asiste una forja vital de experiencia importante: es empresario y ha conocido desde falencias opresoras, hasta bonanzas pasajeras, pero ha estado –y está- en el fuego fiero de hacer patria con sus propios recursos sin necesidad de licitaciones tramposas ni cabildeos vergonzantes al interior del aparato estatal. Eso le permite no tener deudas políticas ni obligaciones de toma y daca que le callarían en ocasiones so pena de perder el negocio o la oportunidad de hacerlos.

De repente Waisman tiene que empezar a criticarse a sí mismo. Si sus objetivos los tiene claros, es obvio que no sucede lo propio en cuanto a imagen. Permitir, hasta con sonrisas, que le retraten como un “payasito” es una grosería de marca mayor. Nótese que hay un pobre diablo, bautizado como Popy, a quien sí gusta hacer actos de presencia todo el tiempo. Pero no es empresario y sí, en cambio, es un especialista en vivir de lo que paga el resto de los peruanos como impuestos. ¿Es esa la triste alegoría que le parece bien a Waisman como parte de su trabajo político? ¿Qué clase de consejeros tiene? La política tiene que dignificarse. Y sus protagonistas, es decir los políticos, tienen que ser los primeros en hacerlo.

A veces da la impresión que Waisman, expresando temas correctos, dispara salvas y no cañonazos. Del enunciado príncipe, es decir del pórtico, del introito, no hay continuación lógica ni mayor abundancia que le otorguen peso en la opinión pública y entre quienes toman decisiones. El recurso facilista de ridiculizarlo con el mote de “payasito” tiene un lado perverso que oculta el fondo de sus numerosas denuncias. De ese modo, Waisman puede hablar y hablar, pero no está haciendo nada distinto de lo que otros. Y, sería una calamidad, que en su posición, pierda la chance de disparar y plantear grandes temas de debate como lo reclama el país a nivel de hombres de Estado.

¿Tiene pasta para semejante ciclópea misión Waisman? Valentía no le falta, experiencia personal tampoco. No se sabe que haya incurrido en actos deshonestos o trapisondas para beneficio propio. Entonces, Waisman tiene que empezar a afinar la puntería porque una cosa es cazar elefantes y ratas (y éstas abundan en Perú) con matamoscas, y otra, con dardos aletargantes que dobleguen a los enemigos de la patria.

Los temas de Estado requieren para su discusión teórica, disciplinada y constructiva de hombres de Estado. De elementos dispuestos a pelear en el tráfago mismo de la lucha en la trinchera con el fusil en la mano. Y, ciertamente, sabedores que una de las cosas que se puede perder, es la vida misma. Y los políticos peruanos en 95% sólo entran si saben que pueden “ganar”. Me atrevo a pensar que Waisman (a quien no conozco) juega con sinceridad. Por tanto, hay el deber de reclamarle mayor rigurosidad, seguimiento y, sobre todo, que convoque tras de sí a la ciudadanía en grandes problemas que generen expectativa de porvenir histórico. Si no lo hace así, corre el riesgo de ser un placebo, un accidente, una esperanza marchita.

Sólo Waisman puede escoger el camino de la gloria constructora de un país o el de la efímera y olvidable algazara que es más de lo mismo. ¡Y de eso está cansado el pueblo peruano! ¡Precisamente, el gobierno del cual él forma parte, es el trágico testimonio vívido de torpeza y derrota! Y todos esperaban lo contrario. ¡Qué ironía suicida!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!