Quienes sin la pretensión de alcanzar tal perfección, intentan escribir para los pueblos, a veces logran páginas como la realizada por el colega Jaime Galarza que, herido más que inspirado por el drama de su país, Ecuador, publicó recientemente: «¡Que Venga el Tsunami!»

La encendida crónica muestra otra vez que en América Latina, los periodistas no son ni pueden ser cronistas neutrales ni espectadores en carpa ajena, sino protagonistas de su tiempo.

Únicamente quien comparte la tragedia de su pueblo, como lo hace Galarza, puede describir con letras salidas del alma el drama vivido por más de 100 ecuatorianos muertos cuando el barco en que trataban de emigrar zozobró, sepultando junto con sus vidas, la esperanza de llegar a los Estados Unidos.

«El país -dice Galarza- se cae en pedazos. La corrupción devora los cimientos de esta cosa llamada República del Ecuador. El trapiche del poder tritura a los pobres y los convierte en alimento balanceado para engordar banqueros prófugos de la justicia. El Congreso Nacional maquilla su podredumbre con afeites costosos pagados por los hambrientos. La Corte Suprema de Justicia no existe ni existió nunca para hacer justicia.

Mientras tanto, los pobres se van.

Se van para morir ahogados en el Lago de Nicaragua, en las bodegas de los barcos frigoríficos o en las aguas del Pacífico, cuando no bombardeados por aviones que despegan de la Base de Manta, o bien acribillados en las fronteras de Estados Unidos».

El mismo día en que Galarza publicó su estremecedora nota, en La Habana, Fidel Castro comenzó su comparecencia en televisión, reflexionando acerca de otra tragedia de razones diferentes aunque con formas idénticas y consecuencia semejantes: 30 cubanos perecieron en aguas del Estrecho de la Florida cuando en una embarcación con capacidad para diez, tripulada por traficantes de personas intentaban llegar a los Estados Unidos.

Los ecuatorianos y cubanos muertos tuvieron en común el ser víctimas de estafadores que han convertido el tráfico humano en un lucrativo negocio, aunque de haber llegado a los Estados Unidos no los esperaba el mismo trato.

En tierras norteamericanas, a las que ninguno pudo llegar, los ecuatorianos serían perseguidos, maltratados y probablemente deportados, mientras que a los cubanos, si conseguían arribar con los «pies secos», se les aplicaría la Ley de Ajuste Cubano, un privilegio criminal de los isleños que actúa como estimulo a la emigración y que ha impulsado, no se sabe a cuantos de nuestros compatriotas a la aventura de emigración ilegal.

Después de describir con dramático realismo la tragedia de su país hecha de las frustraciones originadas por la infame mezcla de intereses de la despiadada oligarquía nativa y el imperialismo sobre el fondo de las realidades históricas dejadas por la colonización, Galarza arriba a una conclusión obligada:

«Tanto sube el nivel de las aguas que pronto vendrá un tsunami…

Un tsunami de dignidad nacional frente a la ultrajante dominación imperial. Un tsunami de honestidad frente a las montañas de corrupción. Un tsunami de amor a la verdad frente a las mentiras oficiales y a la demagogia. Un tsunami de vida frente a las muertes injustificables de todos los días…

Sobre la ola más alta de este tsunami redentor, espada en mano volverá Simón Bolívar, el Libertador, para cortar las ataduras de la moderna servidumbre y guiarnos por el camino de la Segunda y Definitiva Independencia»

En Cuba donde el Tsunami que se avizora para el Ecuador llegó hace más de cuatro décadas, todavía mueren compatriotas, tal vez para probar que la Segunda Independencia tendremos que hacerla juntos.

Es el imperio quien ha hecho bueno el lema montonero: «Habrá Patria para todos o no habrá Patria para nadie». O los latinoamericanos nos unimos y marchamos juntos o perecemos todos. Unidos somos un Tsunami «barredor de tristezas, un aguacero en venganza» solos, cada uno por su lado, no somos nada.

No felicito a Galarza, me solidarizo con él y hago mías sus poderosas letras.

No digo que hubiera querido escribirlas yo, me basta el privilegio de haberlas podido leer.