La semana pasada se cumplieron 50 años desde que la URSS había devuelto a la Galería de Dresde las obras maestras, trofeos del Ejército Rojo tras haber sido derrotada la Alemania hitleriana.
En aquel lejano 1955 nadie podía obligar a la URSS a hacer algo contra su voluntad.

No en vano he utilizado el vocablo «voluntad», ya que el hombre que la había mostrado y devuelto las obras maestras a Dresde, más tarde fue acusado precisamente de las manifestaciones superfluas de voluntad propia y de sus decisiones espontáneas y no sopesadas.

Se trata del entonces líder del Estado Nikita Jruschov. Lo acusaban y siguen acusando de que durante la crisis caribeña estaba a punto de desatar la guerra nuclear, de que regaló la Crimea rusa a Ucrania, exigía sembrar maíz en un clima septentrional inadecuado, desenmascaró el culto a la personalidad de Stalin e inmediatamente comenzó a implantar el culto a su propia persona. Pero jamás le ha acusado nadie de haber devuelto las obras maestras de arte a la Galería de Dresde.

En efecto, tras estos hechos aparecen las orejas de un astuto político.

Habiendo tomado esta decisión, Jruschov esperaba ganar dividendos políticos para los países del campo socialista y quería demostrar que los lazos de la amistad estuvieran por encima de los mezquinos intereses materiales. Pero quién si no un ruso pueda despojarse tan ostentativamente y echar en manos ajenas el gabán de marta cebellina.

Aunque esta generosa nobleza no dejaba de ser parte de una maniobra política, pero tratar de negar el carácter noble de los hechos equivaldría a tergiversar el espíritu moral de aquella remota historia.

Hasta ahora, en la vida de Europa no se ha registrado semejante gesto histórico. Nadie, verbigracia, ha devuelto a la Grecia saqueada el gran altar de Pérgamo y el friso de Partenón, ni los tesoros de la dinastía Ramesses a Egipto.

Los museos europeos siguen batiéndose para recobrar cualquier obra por pequeña que sea, piedra o fragmento de un antiguo pergamino secuestrado.

Durante seis años el director de un museo norteamericano no podía abandonar el territorio de EE UU porque Francia demandaba, vía Interpol, su arresto por haber comprado él un solo lienzo sacado de contrabando de Francia. Y el Museo Metropolitano de Nueva York que por veredicto del juzgado tuvo que devolver al Museo Estatal de Baviera las gemas robadas a finales de la guerra por un soldado norteamericano, puso la condición de que el nombre del museo jamás estaría vinculado a la devolución de estas obras de arte: las mini imágenes esculpidas en piedra que caben en la palma de la mano.

Hasta ahora este noble gesto de Rusia no tiene parangón.
En 1955 las obras maestras de Dresde fueron exhibidas, en un ambiente solemne, en el Museo de Artes Plásticas Pushkin de Moscú, y multitudes de personas emocionadas que acudieron al Museo para ver y al mismo tiempo decir adiós a «La Madona Sixtina» de Rafael, «La Venus dormida» de Giorgione y «El Dinario del César» de Tiziano concedieron a este acto humano el carácter sacramental de la voluntad popular.

¡Hemos devuelto a Dresde 1240 obras de arte!
En total, a la RDA fueron entregados 1,850,000 objetos de arte, 71 mil colecciones de libros y 3 millones de documentos archivados.

La rememoración del apocalíptico bombardeo a que los ingleses sometieron Dresde, sirvió de telón de fondo de esta grandiosa acción. En la noche del 13 a 14 de febrero de 1945, cuando de hecho Alemania ya fue derrotada, era absolutamente innecesario emprender aquel cruel ataque aéreo en que participaron 1,400 bombarderos. Sobre Dresde fueron arrojadas 3749 toneladas de bombas, de ellas el 75%, incendiarias. Tras la primera ola, tres horas después, siguió la segunda y ocho horas después, la tercera incursión aérea. Dresde dejó de existir. Sucumbieron 135 mil habitantes.

También fue deteriorado el Museo Zwinger (en que se guardaba la colección). Bajo las bombas sucumbieron 197 pinturas.
Pero también la nueva Rusia puede competir en nobleza con la URSS.

Sacudido el yugo del partido, nos hemos negado, ingenuos de felicidad, a la práctica anterior de secretismo. Por ejemplo, comenzamos a editar la revista «Trofeos» habiendo mostrado en ésta un sinnúmero de obras de arte llegadas al país después de la guerra. Hemos dado a la publicidad los archivos. Procede señalar que los polacos publicaron un tomo entero relativo a la exportación soviética de valores culturales, y condenaron airadamente la barbarie rusa.
Pues, se hizo posible publicar ese libro precisamente gracias a la política abierta de Rusia cuando los polacos habían obtenido acceso a los archivos dados a la publicidad.

Confiábamos en que nuestra nobleza sería debidamente valorada.
Pero nos equivocamos.
El reciente aniversario de la Victoria de la URSS obtenida sobre la Alemania nazifascista volvió a agravar las relaciones entre los museólogos de dos países. Con el fin de presentar sus pretensiones a Rusia, en Alemania fueron creados varios organismos públicos y estatales.

Fue hecha una larguísima lista de las obras perdidas por Alemania. Según afirma la parte alemana, en Rusia se guardan no menos de 250 mil obras sujetas al concepto de valores desplazados.

Ultimamente, Rusia comienza, por fin, a pasar del estado de defensa hermética a la ofensiva. Por fin, fue elaborado el Catálogo Unico de valores culturales incluyendo casi medio millón de obras perdidas en el período de la Segunda Guerra Mundial, aún cuando falta todavía una relación exhaustiva y desconoce el número exacto de las mismas.

Pues bien, al menos hay que publicarlo.
Está claro que la lista alemana y rusa de pérdidas nos vaticina una guerra infinita de pretensiones.

También está claro que ya va siendo hora de poner el punto final en ese forcejeo.

Pero sea como fuere, el 50 aniversario de la devolución de las pinturas a la Galería de Dresde da ciertos fundamentos de considerar que las relaciones entre los países y sus museólogos se han situado a un nivel nuevo. Acaba de ser firmado el acuerdo de cooperación entre el moscovita Museo de Artes Plásticas Pushkin y la Dirección General de colecciones estatales y artísticas de Dresde.

Se trata de desarrollar la colaboración cultural y, en particular, emprender la edición conjunta de la correspondencia del museólogo de Dresde Georg Treu con el coleccionista ruso profesor Ivan Tsvetáev, fundador del museo en Moscú.

Por lo menos, esto ya es algo.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)