Hace un par de días diferentes medios de comunicación abordaron el tema de la libertad de prensa. Algunos recordaron los acontecimientos que vivieron hace 50 años con el cierre de El Tiempo y El Espectador durante la dictadura del general Rojas Pinilla, mientras que otros están hablando de lo que sucede ahora, con el ya famoso caso del forzado exilio de Daniel Coronell. Creo que hay que conectar lo que sucedió antes y lo que está sucediendo ahora, porque lo que muchos han llamado un indudable triunfo de la libertad de expresión en nuestra democracia, en comparación con lo que se vivió hace medio siglo, podría ser visto más bien como una lamentable transformación del poder y sus métodos camuflados de intimidación que siguen atentando contra la democracia, la libertad de expresión y el periodismo independiente en el país.

Golpe de opinión

El periódico El Tiempo presentó hace poco un reportaje de conmemoración del acontecimiento más notorio de lo que ha sido la censura contra un medio por parte del gobierno. Hace 50 años, el diario publicó una nota protestando por el asesinato perpetrado por los “pájaros”, de un periodista de región que trabajaba para el Diario de Pereira. La nota, que había sido enviada a un diario en Quito antes de la visita del General Rojas Pinilla a ese país, enfureció al gobierno de Rojas, quien envió una carta solicitando al dueño del diario, en ese entonces Eduardo Santos, que rectificara la información que se había publicado y enviado a Quito. El periódico se negó a presentar una disculpa, y fue entonces cuando se cerró el periódico El Tiempo.

Seis meses después, también El Espectador fue cerrado, por iniciativa de su propio director pero ante la imposición del régimen. El gobierno de Rojas lo presionó para que corrigiera un editorial que había escrito el director, Gabriel Cano, sobre los negocios del general. Cano prefirió cerrar antes que acceder a la petición.

Estos dos periódicos, a pesar de que cerraron durante un buen tiempo, no se quedaron en silencio. Inventaron formas inteligentes de continuar un periodismo de protesta y contra la censura oficial de Rojas. Ante el intento de acallar a estos diarios, aparecieron para reemplazar a El Tiempo y El Espectador los diarios El Intermedio y El Independiente, respectivamente. Una vez Rojas fue obligado a salir del poder, volvieron a aparecer los diarios bajo sus nombres originales. Fue una estrategia ingeniosa, un golpe de opinión, que permitió seguir defendiendo, no solamente las ideas de aquellos que se oponían al régimen, sino también la defensa contra los que se oponían a la libertad de expresión.

Tal vez en ese entonces los medios entendían algo que al parecer hoy se ha olvidado. Ya para 1956, la famosa “luna de miel” entre los medios y la prensa se había diluido. Los medios habían empezado a tomar distancia del régimen y a criticarlo severamente a través de un arma tan poderosa como la palabra. Las reacciones del gobierno no se hicieron esperar, pero los medios opositores al régimen actuaron en bloque y se defendieron. Hoy la defensa de los medios y de los periodistas amenazados o secuestrados se hace a través de unas pocas columnas de opinión, pero no con hechos y no a través de la unión. Habría que recordar de vez en cuando que cuando se trata de proteger una profesión que se ve amenazada, se está atentando contra todo el gremio y no solo contra individuos.

Lecciones del pasado para el presente y el futuro

Pero las cosas han cambiado mucho. Son especialmente preocupantes los hechos que han sucedido las últimas semanas y que atentan contra un derecho fundamental, como lo es la libertad de expresión, y contra la vida misma de quienes ejercen el periodismo en Colombia. Hablo precisamente del caso de Daniel Coronell, del cual se ha escrito bastante en los principales medios del país, y aunque nunca será suficiente el apoyo y solidaridad que le puedan brindar otros colegas a través de las páginas de los periódicos, estoy segura que el despliegue que él ha recibido no se lo hubieran dado nunca a un periodista de región, como sí lo hicieron hace 50 años en las páginas de El Tiempo. De pronto hay que esperar un asesinato o un secuestro para que un periodista regional alcance a figurar en la prensa nacional.

En torno al caso de Daniel Coronell hay que unir varios puntos, o más bien personajes. Este periodista logró rastrear y ponerle cara a las amenazas que recibió en distintos formatos: coronas fúnebres con su nombre, llamadas telefónicas y correos electrónicos (los cuales dieron la pista) contra él y contra la vida de su hija de seis años. No hace falta entrar en detalles.

Pero sí es necesario comentar la reacción de César Mauricio Velásquez, presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá, quién en vez de solidarizarse con la lamentable situación de su colega, terminó defendiendo la posición de Carlos Náder, entrevistado en el diario La Otra Verdad, dirigido por Pedro Juan Moreno, asesor personal hace un tiempo del presidente Álvaro Uribe. En sus declaraciones a la W, Cesar Mauricio argumentó que Coronell tenía otros motivos para irse, y creó un manto de duda sobre la delicada situación y el profesionalismo del periodista.

También hay que subrayar que el amenazador resultó ser nada más ni nada menos, que un ex congresista y narcotraficante que pagó una pena, un hombre “muy simpático y divertido, una persona muy querida conmigo y con mis hijos” para el presidente Uribe, como lo afirmó él mismo en sus declaraciones a RCN radio el 1 de julio, al ser interrogado por la prensa sobre Carlos Náder. No creo que las declaraciones tan torpes de Uribe hayan sido orientadas por el “Goebbels” colombiano y asesor predilecto del presidente, José Obdulio Gaviria quién hace una semana estaba por salir de palacio para crear un diario propagandista que se llamará Ahora (La revista propagandista de Goebbels se llamaba Der Angriff, en español, El Ataque, y fue clave para ganar el apoyo del pueblo alemán para el nazismo. De manera similar, Uribe sabe que las dotes de propagandista de José Obdulio serán claves en su campaña política si aprueban la reelección, y por eso no le aceptó la renuncia).

Hace cincuenta años parte del desencanto de los medios con Rojas Pinilla se debía a los esfuerzos que este último estaba emprendiendo en aras de reformar la constitución para perpetrarse en el poder, y los medios oficialistas y propagandistas que estaba utilizando para legitimar su mandato. Mucho se ha hablado de que el pasquín de José Obdulio será distribuido gratuitamente en los lugares más alejados del país, donde no llegan otros medios. Es hora de acordarnos de otras “lunas de miel” que terminaron en divorcio entre el gobierno y los medios en el pasado, para entender lo que está sucediendo (con las respectivas diferencias del caso). Considero Daniel Coronell ha sabido expresar acertadamente esa relación en su entrevista con Yamid Amat para El Tiempo este 14 de agosto: “El país entiende la libertad de prensa de una manera muy curiosa: la gente cree que la libertad de prensa es un derecho de los periodistas a ejercer su trabajo y ese es un aspecto que subalterna el concepto. Cuando se habla de libertad de prensa, de lo que se está hablando es del derecho del ciudadano del común a conocer lo que está pasando. Y eso se está perdiendo.”

Y creo que se está perdiendo porque aparentemente varios periodistas han olvidado otra lección que nos deja el pasado, precisamente de aquella época cuando los medios eran partidistas y aliados de ciertos gobiernos de turno; no se puede tener demasiada cercanía a las fuentes, mucho menos a las que están en el poder. Y añadiría radicalmente que los medios no deberían permitir que quienes participan del poder tengan espacios a través de las cuales puedan seguir haciendo política. Por lo visto en este país se consideran compatibles la política y el periodismo como profesiones alternas y complementarias. Si no que le pregunten al propio vicepresidente Francisco Santos, o al ex ministro Fernando Londoño, que tiene una columna de opinión y un programa de radio, o por que no al ex ministro Fernando Botero, quien es director de dos publicaciones en México. El gobierno ha sabido aprovechar la mala memoria de la vocación de los periodistas y ha estado ofreciendo embajadas y puestos diplomáticos a más de un periodista en las últimas semanas. Para la muestra Roberto Posada, Eduardo Pizarro o D’arcy Quinn. Esta es también otra manera de limitar la independencia del oficio, y aplaudo la valentía de quienes han rechazado la tentación política para darse un baño de popularidad. Y vuelvo a cederle unas líneas a Coronell: “El deber del periodista no es estar con la popularidad sino con la verdad.” (Entrevista con Yamid Amat en El Tiempo, 14 de agosto de 2005)

Solo para terminar, quiero recordar las conclusiones que aparecieron en el editorial del 4 de agosto en El Tiempo conmemorando su cierre forzoso hace cincuenta años: “Hoy sería inconcebible un medio de comunicación partidista, tan militantes y apasionados como los partidos con los cuales se identificaban, o el gobierno de turno, y aunque así lo fueran, jamás tendría justificación la censura y los cierres de que fueron objetos.” Es cierto, ya los medios no son partidistas, por lo menos no a favor de los dos partidos tradicionales. Pero sí es curioso que estén apareciendo más medios “uribistas”. Y también es cierto que desafortunadamente a los medios como gremio les ha faltado pasión por la defensa de sus periodistas y del oficio que tienen que realizar en medio de un país donde el enemigo ya no proviene de un mismo frente y utiliza artimañas que lo hace más difícil de identificar. Ya los gobiernos no pueden clausurar periódicos, ni abiertamente censurar noticias, pero en las regiones los actores armados se han encargado de imponer la autocensura a riesgo de muerte. Y los políticos y los corruptos saben amedrentar a quienes se atreven a denunciar públicamente atentados contra lo público. En resumidas cuentas, algo muy serio está sucediendo con los medios, por que cada vez más hay más silenciamiento, y cada vez más el silencio le está otorgando el espacio a la amenaza de la muerte.