El debate sobre la incorporación de Turquía a la Unión Europea está de nuevo sobre el tapete. En momentos en que acaba de abrirse, el 1ro de septiembre, la cumbre europea de Newport, en Gales, encuentro preparatorio previo a la apertura de las negociaciones sobre la incorporación, prometidas para el 3 de octubre, las tensiones entre los representantes de la Unión Europea y Turquía van en aumento en cuanto al problema chipriota. Turquía no reconoce a la República de Chipre, la cual ejerce su autoridad sobre la parte griega de la isla desde la división de facto de ese país, que tuvo lugar en 1974, en una zona turco-chipriota y una zona griega. El problema de la reunificación hubiese podido resolverse mediante el plan Annan justo antes de la incorporación de Chipre a la UE, pero los ciudadanos de la parte griega lo rechazaron durante un referéndum. Este imprevisto tomó por sorpresa a la Unión Europea que, por primera vez, había aceptado la incorporación de un Estado que no ejerce su soberanía sobre la totalidad de su territorio. Turquía se vio también ante un espinoso problema. Ankara apoyaba el plan Annan y había prometido reconocer el Estado reunificado que debía resultar de su aplicación. Al ser rechazado el plan, Turquía se vio ante una situación paradójica: estaba pidiendo su propia incorporación a una Unión de la cual no reconoce a todos los miembros.
El problema volvió a aparecer este verano cuando Turquía firmó, el 29 de julio, un protocolo de acuerdo sobre la apertura de sus fronteras con los diez nuevos Estados miembros de la Unión Europea. Para el gobierno chipriota, ese gesto equivalía a un reconocimiento oficial, lo cual niega Ankara. Los que se oponen a la incorporación de Turquía a la UE aprovecharon el incidente para hacer planear la duda sobre la apertura de las negociaciones del 3 de octubre.

Para los turcos, el regreso de la polémica sobre Chipre es un nuevo intento por impedir la incorporación de su país a la UE. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, expresó su descontento y afirmó que Turquía podría retirar definitivamente su candidatura a obtener la condición de miembro de la Unión Europea si se imponen nuevas condiciones a la apertura de negociaciones.
En el Turkish Weekly, Baris Sanli, investigador de la Strategic Research Organization (ISRO-USAK) de Ankara, proclama su malestar ante la situación. Para él, las sucesivas polémicas alrededor de la incorporación de Turquía a la UE son consecuencia de una interpretación étnica de la identidad europea. Baris Sanli recurre al absurdo para denunciar esa visión al poner en tela de juicio la nacionalidad francesa de uno de los principales opositores a la entrada de Ankara en la Unión Europea: el ministro francés del Interior, Nicolas Sarkozy. Si Sarkozy, a quien la prensa del consenso y los institutos de sondeo presentan como el futuro presidente de la República Francesa, es francés a pesar de sus orígenes húngaro, griego y judío ¿por qué pensar que Turquía no puede ser europea? Baris Sanli opina que Turquía ha dado más pruebas de su adhesión a la Unión Europea que cualquier otro país y que por ello merece ser admitida.
En Le Figaro, el analista geopolítico turco Semih Vaner opina también que Chipre no es más que el más reciente pretexto que han encontrado los que quieren impedir la entrada de Turquía a la Unión Europea. Recuerda que la división de Chipre no se puede achacar únicamente a Turquía y que este último país está lejos de ser el principal obstáculo para la reunificación. Llama entonces a los lectores del diario conservador francés a no dejarse engañar por las provocaciones chipriotas y por quienes tratan de servirse de ellas.

También se movilizan los partidarios de la incorporación de Turquía a la Unión Europea. El comisario europeo encargado de la ampliación de la UE, Oli Rehn, se declara favorable a la apertura de las negociaciones con Ankara sin pronunciarse formalmente en cuanto a la decisión final. Afirma en Le Monde que esa posibilidad es un estímulo para la reforma en Turquía, tenga lugar o no. Recuerda que el gobierno de Erdogan tenía dos tareas que cumplir antes del 3 de octubre: una reforma jurídica y la firma del Protocolo de Apertura de las Fronteras. Como las cumplió, hay que abrir las negociaciones.
El ex presidente de Finlandia, Martti Ahtisaari, y el ex director general del ministerio austriaco de Relaciones Exteriores, Albert Rohan, defienden ese punto de vista. Ambos retoman el análisis de Oli Rehn, que citan en su tribuna, con la diferencia de que no ven para las negociaciones otra salida que la incorporación de Turquía. Ambos hombres son miembros de la Comisión Independiente sobre Turquía creada por el British Council y el Open Society Insitute de George Soros. Los dos habían firmado una tribuna a favor de la apertura de las negociaciones con Ankara junto al ex primer ministro francés, Michel Rocard, también miembro de esa comisión y amigo de George Soros. Como la tribuna anterior, el texto de Ahtisaari y Rohan es difundido por Project Syndicate, otra asociación de George Soros, y ya ha sido publicado en el Korea Herald y en Le Figaro, quizás en espera de que aparezca en otras publicaciones.
Estos autores tienen el mismo punto de vista sobre las razones que deben llevar la Unión Europea a aceptar la incorporación turca: Ankara podría ser un buen aliado en la «guerra contra el terrorismo», como lo fue durante la Guerra Fría. Esa lectura de la candidatura turca corresponde totalmente a las problemáticas estadounidenses y sigue siendo fiel a los argumentos desarrollados sobre esta cuestión en los medios atlantistas, argumentos que ya hemos analizado en uno de nuestros Focus.

Para los medios atlantistas, la incorporación de Turquía sería una manera eficaz de anclar más aún a ese país en el mundo occidental (objetivo importante, según Samuel Huntington) y de impedir mejor, mediante la entrada a la UE de un aliado de Estados Unidos, que Europa se haga independiente. Pero ¿no podría tratarse de un análisis ya obsoleto?
Las relaciones entre Ankara y Washington no son las mejores desde la guerra contra Irak. Las veleidades estadounidenses sobre la creación de un Estado kurdo en Irak no han hecho sino empeorar las cosas desde aquel momento. Una polémica estalló recientemente en Turquía sobre declaraciones del ex primer ministro turco Bulent Ecevit y del ex comandante de las fuerzas terrestres de Turquía Aytac Yalman. Ambos dan por sentado o afirman claramente que, después de haber apoyado al PKK –el movimiento separatista kurdo de Turquía–, Washington abandonó a su dirigente Abdullah Ocalan para propiciar el ascenso de los protegidos de Estados Unidos en el Kurdistán iraquí. Henry Barkey, ex responsable de planificación política en el Departamento de Estado, trata en el Daily Star de minimizar las tensiones entre Estados Unidos y Turquía en cuanto al problema kurdo. Según él, se trata ante todo de un temor turco sin fundamento del que habría sin embargo que ocuparse convenientemente antes de que envenene las relaciones turco-estadounidenses. Es necesario entablar negociaciones so pena de que se produzca una intervención turca en el norte de Irak. Hay que señalar que el autor dice ser favorable a la creación de un Estado kurdo independiente. Ello conduce a pensar que su principal objetivo es que Turquía no dañe ese proyecto con el pretexto de combatir al PKK en el propio Irak.

A pesar de las fricciones entre turcos y estadounidenses, la antigua alianza entre ambos Estados sigue siendo un argumento fácilmente utilizable contra Turquía. Así lo hace el presidente del grupo mediático euroasiático y ex funcionario del ministerio armenio de Relaciones Exteriores, Vartan Toganian. En Gazeta SNG, el diario de la CEI, Vartan Toganian, presenta a Ankara como el agente de Washington en el Medio Oriente y el Cáucaso. Afirma además, en un texto muy ilustrativo del rencor que persiste entre turcos y armenios, que Turquía presenta una economía en ruinas dependiente de Estados Unidos y de la Unión Europea y que es normal, por consiguiente, que la UE no acepte incorporarla.