Como expresamos en nuestra sección Focus, el huracán Katrina ha sido un terrible revelador para la administración Bush. La catástrofe ha demostrado que a pesar de los discursos unánimes de la prensa internacional sobre la superpotencia norteamericana, el Estado federal fue incapaz de socorrer a las víctimas de la catástrofe y menos aún de protegerlas.
Una parte de la prensa mainstream, que sin embargo durante mucho tiempo había aceptado la gestión de la administración Bush, pide hoy cuentas frente a esta prueba de la impotencia estatal.

El editorialista del New York Times, el economista Paul Krugman, denuncia en el diario el manejo de esta crisis por parte de la Casa Blanca. Afirma que debido a su política desde hace cinco años, la administración norteamericana ha hecho de lo que sólo hubiera podido ser un severo huracán, una terrible catástrofe con miles de muertos. Esto es aún más grave para el editorialista debido a que, lejos de asumir sus errores, los responsables políticos afirman, contra toda evidencia, que el drama era imprevisible. Esta justificación había servido tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. En aquella época ya era falsa, pero la prensa mainstream la había aceptado. Tras el 11 de septiembre, ningún responsable político fue molestado en nombre de la unidad nacional. Esta vez, amenaza Krugman, no será igual. Como para confirmar esta amenaza, el editorialista dedica su siguiente editorial a un cuestionamiento de la acción de la administración frente al huracán. El ex consejero de Bill Clinton, Sydney Blumenthal, considera en The Guardian que la crisis es el resultado de una incapacidad de la administración Bush para tener en cuenta elementos que van contra su visión ideológica del mundo. Washington no toma en cuenta a los científicos que pronostican el calentamiento del planeta, como tampoco lo hizo con los expertos que anunciaban que las tropas enfrentarían una importante resistencia por parte de la población iraquí. El documentalista norteamericano Michael Moore va más lejos en una sarcástica carta abierta al presidente Bush, publicada en su sitio web y retomada por el diario austriaco Der Standard. Para el autor, la Casa Blanca aplica una política de clases que favorece el mundo de los negocios en detrimento de la población. Washington no tuvo en cuenta los riesgos para la población negra y pobre de Luisiana, como tampoco la vida de sus soldados en Irak. Todo lo que cuenta para el poder en los Estados Unidos es favorecer a las élites económicas. ¿Acaso no se dirigió George W. Bush a San Diego al encuentro de un grupo de industriales después de la catástrofe en vez de hacerlo a Luisiana? En estas condiciones, y según el escritor alemán Fritz J. Raddatz, lo único que se puede desear a los Estados Unidos es que las víctimas de la catástrofe vayan a pedir cuentas al poder en Washington. Encolerizado por la destrucción de Nueva Orleans, ciudad que adoraba, el autor llama en Die Zeit, a la rebelión de la población.

Por el momento, la prensa mainstream no se hace eco de quienes denuncian una política racista de Washjington, aunque algunos han hecho oír su voz. Durante un programa de colecta de fondos en la cadena televisiva NBC, el rapero negro estadounidense Kanye West denunció la presentación que se hace de los acontecimientos por parte de los medios de comunicación, así como la política de la administración Bush. Afirmó que las principales cadenas de televisión mostraban sistemáticamente a los negros como saqueadores que debían ser eliminados y a los blancos como víctimas inocentes del huracán. Afirmó igualmente que si se había hecho tan poco para evitar el drama, es porque la administración Bush no le importa la suerte de los negros. Esta declaración, difundida en directo en la costa este de los Estados Unidos, desapareció de la grabación difundida más tarde en la costa oeste.
En cuanto a los partidarios de la administración Bush, no se preocupan por la censura cuando aplauden que se dispare sin orden para hacerlo contra los saqueadores, dando muestras así de un racismo apenas velado. El editorialista conservador del Boston Globes, Jeff Jacoby, afirma la importancia de que se reinstaure el orden en Nueva Orleans y presenta generalmente a la población que roba para encontrar alimentos como saqueadores interesados en su beneficio y como violadores. Denuncia la actitud de sus colegas que encuentran excusas para los «saqueadores» y concluye su texto afirmando que frente a una crisis existen dos razas: los que se comportan de forma noble y los que se comportan de forma infame. Teniendo en cuenta los orígenes sociales y el color de la piel de quienes, a falta de ayuda gubernamental, se ven obligados a robar para vivir, la lectura racista de los acontecimientos ilustrados por el autor no dejan lugar a dudas.

La administración Bush se ha desestabilizado por las reacciones frente a su incompetencia en el manejo de la catástrofe en Nueva Orleans y por lo tanto organiza la respuesta mediática. La Casa Blanca y sus servicios de prensa multiplican las comparaciones con el tsunami en el Sudeste Asiático, lo que ha tenido cierto éxito, pues el título «Nuestro tsunami» en la parte superior de una foto de Nueva Orleans ha sido titular de primera plana en la prensa consensual estadounidense. Al afirmar que ambas catástrofes han sido de igual gravedad, y contando con el recuerdo de los norteamericanos del mayor de número de víctimas provocado por el tsunami, Washington trata de hacer ver que el menor número de muertes en Luisiana se debe a su acción.
Para reforzar el paralelo con el tsunami del invierno de 2004, George W. Bush, como fue el caso en enero de 2005, ha recurrido a Bill Clinton y a George H. Bush a fin de colectar fondos para ayudar a las víctimas. El Departamento de Estado norteamericano reproduce el discurso pronunciado por el presidente en ejercicio junto a sus dos predecesores. Tras vagas promesas sin anuncios de medidas precisas, dedica una gran parte de su alocución a la reconstrucción de los oleoductos y refinerías del sector privado y concluye llamando a los Estados Unidos a la generosidad. Confesión de impotencia y forma indirecta de asumir la incapacidad del Estado para hacer frente a sus deberes elementales. En una alocución radiotelevisada, retomada en algunos de sus fragmentos por The Independent, el presidente Bush ha tratado de movilizar nuevamente a sus compatriotas y de despolitizar el problema lanzándose a una lectura fatalista de las fuerzas de la «Madre Naturaleza». Específicamente en este caso, oculta el hecho de que el huracán hubiera podido provocar menos daños si la infraestructura para limitar los daños previsibles hubiera estado creada.
De esta despolitización del hecho se hace cómplice la senadora demócrata por Luisiana, Landrieu, quien, en el Washington Post, se limita a hacer un llamado a la generosidad privada y a validar el carácter «natural» de la catástrofe. ¿No fueron acaso demócratas, mayoritarios en el Congreso entre los años 2000 y 2002, quienes votaron los presupuestos de la administración Bush que no renovaban las partidas para los diques, cuando el problema era conocido desde 2001?

En Al Watan, el periodista estadounidense-palestino, Hikmet El Atili, se complace en referir el concurso organizado en Qatar, Kuwait y Arabia Saudita consistente en dar el máximo de dinero a los Estados Unidos para ayudar a las víctimas a fin de aparecer como aliados confiables, mientras se denuncian las contribuciones de los demás. Sin embargo, esta política no da nada a los contribuyentes. En su discurso de agradecimiento a los donantes internacionales, Condoleezza Rice olvidó mencionarlos al leer la lista, prefiriendo detenerse en la modesta ayuda brindada por Sri Lanka, lo que vuelve a traer a colación el paralelo con el tsunami.