En una importante entrevista concedida a la cadena ABC, el general Colin Powell confesó públicamente que su discurso pronunciado en las Naciones Unidas, en el que denunciaba la presencia de armas de destrucción masiva en Irak, era lamentable y que ello «constituiría una mancha en su expediente». El ex Secretario de Estado reconoció que su informe ante el Consejo de Seguridad sólo tenía por objetivo dar credibilidad a las acusaciones de la administración y que los servicios de inteligencia no habían «funcionado bien».

Además, añadió que nunca encontró ningún vínculo entre Irak y los atentados del 11 de septiembre, como tampoco entre Sadam Husein y Osama bin Laden.

«Soy un guerrero reacio a la guerra, pero cuando el Presidente decidió que no era tolerable que ese régimen siguiera violando las resoluciones de la ONU, estuve de acuerdo con él en hacer uso de la fuerza», admitió.

Las declaraciones del general Powell son una manera elegante de declararse no apto para el nuevo y desesperado trabajo que el presidente George W. Bush deseaba confiarle: hacerse cargo de los sobrevivientes de Nueva Orleáns y desecar un territorio tan vasto como Gran Bretaña invadido por el océano.