Los sindicatos, las cooperativas, las mutuales, los consejos obreros, las asociaciones de trabajadores, surgieron como procesos de resistencia a los abusos del capital en momentos en que la sobreexplotación de hombres, mujeres y niños campeaba por los países recién industrializados. Sus demandas iniciales: disminución de las jornadas de trabajo, elevación de salarios, pago en efectivo, entre otras.

Las asociaciones de trabajadores permitieron el encuentro entre iguales y brindaron no solo la fortaleza para adelantar las luchas y demandas, sino que forjaron una cultura obrera base de la identidad para construir un proyecto histórico como clase.

Ese salto entre la reivindicación económica y la posibilidad de construir otra sociedad, radicalmente distinta, marcó la mayoría de edad del movimiento obrero. Salto tensionado hoy por distintas concepciones sobre el papel de los sindicatos y especialmente por el papel histórico de los trabajadores.

¿Puede el sindicalismo enfrentar al capital?

La respuesta depende del papel que se le asigna hoy a los trabajadores y sus organizaciones. Hoy encontramos en el mundo tres grandes corrientes sindicales: una que propugna por confrontar y derrotar al capital para dar curso a una nueva sociedad, otra que dice confrontar el capital para obtener de él mejores condiciones de vida, y una tercera que abiertamente colabora con el capital para de esa manera mejorar los ingresos de sus afiliados.

La diferencia entre los dos primeros está no solo en los métodos, sino fundamentalmente en el propósito y alcance de la acción sindical. Veamos más en detalle las características de cada uno de ellos y algunas de sus manifestaciones en el caso colombiano.

El sindicalismo colaboracionista: el mito del todos ganan

Impactado fuertemente por las teorías neoliberales y derrotado por la ofensiva de los capitalistas, este sindicalismo asume una posición de defensa del ingreso de sus afiliados. Milton Friedman –ideólogo del neoliberalismo- había afirmado que “el interés personal no equivale al egoísmo miope, sino que engloba todo cuanto interesa a los participantes en la vida económica, todo lo que valoran, los objetivos que persiguen». Los patronos a través del culto al individualismo, empujaron a muchos sindicatos a refugiarse en el “sálvese quien pueda”, a abandonar reivindicaciones de mayor alcance y a colaborar con sus políticas.

El colaboracionismo se expresa en los pactos de productividad, eficiencia y obtención de metas, con el fin de aumentar las ganancias, las cuales serían a la vez, repartidas entre todos.

La aceptación de largas jornadas de trabajo, dejar pasar las políticas de flexibilización y desregulación laboral y finalmente la implementación de formas de trabajo que trasladan la responsabilidad de la producción exclusivamente a los trabajadores, como las empresas asociativas y las cooperativas de trabajo, son las manifestaciones más frecuentes de este sindicalismo.

Esta práctica sindical acepta inmóvil el recorte sistemático de todos los derechos adquiridos, el aumento de los despidos y la precarización de la vida de los trabajadores, con el único fin de preservar algunos puestos de trabajo y los ingresos para unas minorías. Han abandonado la lucha por el bienestar y con más razón la posibilidad de construir una sociedad distinta.

Finalmente hay que decir que la esperanza de mantener el empleo, así sea para pocos, y aquella otra de elevar los ingresos vía productividad son un espejismo. Para quienes confían aún en la colaboración como vía de bienestar solo basta recordar que para el año 2004, en Colombia se llegó al 77,3% de pobreza por ingresos insuficientes, el desempleo disfrazado sobrepasó el 30% y la informalidad llegó al 61%. [1]

Por otra parte, entre los años 1995 y 2000, en plena aplicación del ajuste neoliberal, el sector industrial colombiano despidió a 132.000 trabajadores y del sector de la construcción fueron despedidos 435.000. Todo esto, sumado a las políticas de flexibilización y precarización, pero especialmente con la masificación de las cooperativas de trabajo y empresas asociativas, le permitió a los dueños del capital alcanzar una reducción en los costos laborales de cerca de un 75 por ciento.

Frente a la ausencia de respuestas y resistencias de este sindicalismo, los patronos recrudecen la explotación de su mano de obra y el sistema en general intenta recuperar su tasa de ganancia sacrificando aún más a los trabajadores.

El sindicalismo economicista: volar con una piedra amarrada en los pies

Es el sindicalismo mayoritario en el mundo. Impulsado por grandes confederaciones internacionales, especialmente la Ciosl, ha basado su acción en hacer cumplir la normatividad de la OIT y en buscar una “democratización del proceso de globalización”. En los marcos nacionales se defiende el derecho a la negociación, como única posibilidad de lucha, y en términos políticos su comportamiento se basa en el “diálogo social”.

Este tipo de sindicalismo se ha ahogado en sus propias contradicciones: Afirma Bill Jordan, antiguo Secretario General de la Ciosl “El congreso (de la Confederación) estableció como prioridades clave las normas fundamentales del trabajo de la OIT, la lucha contra todas las formas de discriminación, la instauración de la democracia y la necesidad de la estabilidad económica a través de la reglamentación del caprichoso mundo de las finanzas internacionales” [2]

En un mundo caracterizado por la voracidad del capital, el cual, como en el caso colombiano, acude hasta el asesinato para lograr sus procesos de acumulación, refugiarse, como prioridad, en la normatividad nacional o internacional es poco más que ingenuo. Bien es conocido el poder de manipulación de los empresarios y gobiernos de los países industrializados en los foros internacionales, que vuelven inocuos los instrumentos de regulación. La historia reciente ha demostrado que estos instrumentos funcionan solo presionados por la gente en la calle.

Por otra parte en el discurso de este sindicalismo se ha eliminado toda mención al problema de la explotación de los trabajadores. De lo que se trata es de mantener algunos derechos sociales, de mejorar su capacidad de interlocución (con empresas y gobiernos) y de luchar contra la discriminación. Tareas por demás necesarias, pero que al carecer de una perspectiva histórica y transformadora se ahogan en un acentuado economicismo. Al igual que el modelo colaboracionista no logran contener el desplome salarial, la precarización y el desempleo.

Como de lo que se trata es de regular el capital, la lucha contra los abusos de las empresas transnacionales y sus políticas de aniquilamiento son ambiguas y rayan en muchos casos con el colaboracionismo. Dice al respecto la Ciosl: “Los sindicatos tratan con muchos tipos de multinacionales, buenas y malas” y más adelante refiriéndose al ocultamiento de información por parte de los consorcios “ esto entorpece el desarrollo de un diálogo constructivo respecto a dónde la empresa está planificando instalarse y al impacto que esto tendrá en las vidas de sus empleados y comunidades” [3]

Este tipo de concepciones han llevado a que cuando los trabajadores desatan luchas más radicales contra la explotación y políticas de las transnacionales, estas confederaciones se opongan o amenacen con iniciar contracampañas. [4] En estos casos, del economicismo se ha pasado a comportamientos abiertamente patronales.

El mercado laboral

Sindicalismo clasista: del dicho al hecho...

Bajo esta denominación se han expresado variadas vertientes del sindicalismo; tantas como corrientes teórico-ideológicas se pueden encontrar en la izquierda. Un elemento común a todas ellas ha sido el discurso crítico con la implementación de los distintos modelos capitalistas, un llamado constante a la resistencia y a la confrontación contra los patronos y una postura de rechazo a los dos tipos de sindicalismo reseñados anteriormente.

Los alcances de este sindicalismo hay que medirlos en la práctica. Sin lugar a dudas los sindicatos influenciados por la perspectiva clasista jalonaron en las décadas de los setentas y ochentas en Colombia combativas jornadas de lucha, huelgas, ocupaciones de fábricas y movilizaciones. La influencia de la izquierda politizó sectores importantes y mayoritarios de los trabajadores especialmente del sector estatal, donde se destacaron los maestros, los trabajadores eléctricos, trabajadores de la salud y no pocos sectores de las empresas privadas como el alimentario y financiero.

A pesar del discurso radical, los puntos de llegada de las acciones combativas se fueron pareciendo mucho a los del sindicalismo economicista: las negociaciones colectivas, los comités paritarios y los acuerdos tripartitos. La combatividad permitió alcanzar altos niveles de bienestar para los afiliados, pero poco a poco se empezó a vislumbrar la falta de propuestas para el conjunto de la población al tiempo que se impuso una mentalidad defensista y conservadora: grave actitud en un momento en que los patronos y el estado arreciaron la ofensiva. La falta de imaginación, la copia de métodos y comportamientos propios de la derecha, han hecho del sindicalismo clasista un sector cada vez más marginal. Hay que recordar que la disminución de afiliación sindical ocurre en la misma proporción en sindicatos de corte clasista que en los de orientación economicista.

En el terreno organizativo, el sindicalismo clasista no logró superar las estructuras burocratizadas y verticalistas del sindicalismo tradicional, responsable de las rupturas entre bases y directivos. En no pocas ocasiones los discursos radicales han servido para encubrir practicas desafortunadas y en el peor de los casos se ha incubado un sindicalismo sectario, marginal, sin propuestas y alejado de la realidad de los trabajadores y del país.

Como consecuencia de la ofensiva patronal, “los sindicatos, -incluidos aquellos de orientación clasista- fueron obligados a asumir una acción cada vez más defensiva, cada vez más atada a lo inmediato, a la contingencia, retrocediendo su ya limitada acción de defensa de clase en el universo del capital» [5]. El abandono de la huelga, la priorización de las acciones legales y parlamentarias y hasta la renuncia a la presentación de pliegos han sido comunes en los últimos tiempos en sindicatos influenciados por la izquierda tales como la Uso y la Uneb.

Finalmente tenemos que decir que la falta de iniciativa de la izquierda ha facilitado que los trabajadores hayan quedado expuestos a “un fuerte proceso de implicación e involucramiento con el capital... sufriendo un retroceso social y político decisivo que ha desactivado la potencialidad subversiva que parecían encarnar» [6]. Así las cosas, los sindicatos han dejado de ser instrumentos para la lucha contra el capital para convertirse en fines y formas de vivir.

La izquierda y el nuevo sindicalismo

De la autocrítica que muchos sectores de la izquierda se han hecho, surge un nuevo sindicalismo clasista, con capacidad de transformación. Sin ser homogéneo, este nuevo movimiento coincide en la necesidad de recuperar la perspectiva histórica, de elaborar propuestas de amplio contenido social, de democratizar las estructuras y las prácticas y en desburocratizar y recuperar las formas de lucha como la huelga y el boicot. Entre las experiencias renovadoras, que abren camino hacia un nuevo sindicalismo vale la pena resaltar:

a. Las experiencias de fábricas sin patronos en la Argentina, que han ocupado las unidades fabriles, producen y comercializan directamente (sin ser intermediarios de nadie), y luchan por la nacionalización de esas empresas en el marco de un nuevo estado.
b. Las prácticas de algunos sindicatos argentinos, italianos y españoles para “desprofesionalizar” la actividad sindical, exigir la vinculación al trabajo de los dirigentes e impedir que los compañeros en labores de representación se eternicen en los cargos. Estas dinámicas estan insertas en una nueva forma de hacer lucha sindical, donde es “indispensable de un proceso de auto-organización desde abajo, que se extienda y se enraíce a nivel de masas en todos los estratos del trabajo dependiente, publico y privado, estable o precario, manual o intelectual, en todo caso subordinado al comando capitalista” [7].
c. Las campañas de boicot contra las empresas, impulsadas por trabajadores colombianos, coreanos y surafricanos. Demuestran niveles de conciencia elevados ya que se coloca la dignidad por encima del puesto de trabajo. Mediante estas iniciativas se empieza a recuperar una visión estratégica donde se plantea que la única posibilidad de valorizar la fuerza de trabajo y abrir paso a una nueva sociedad es parar la producción.

Estos ejemplos y muchos otros más en el mundo demuestran que la renovación si es posible, eso si, en franco debate con el conservadurismo, el defensismo y en confrontación al colaboracionismo. De igual forma, urge la autocrítica y la recuperación del proyecto de los trabajadores, para lo cual es imprescindible la organización y politización de la nueva clase obrera, real potencial de nuevas jornadas de lucha y movilización. El futuro de la izquierda esta ligado a esta tarea.

[1Para una ampliación de este panorama ver: Crecimiento sin bienestar. Libardo Sarmiento. Desde Abajo No. 97. pg. 2 y 3.

[2Jordan, Bill. Éxito en Durban, Editorial de El mundo Sindical. Mayo de 2002. pg. 5.

[3Resoluciones del Congreso Mundial de la Ciosl. En: El mundo sindical, mayo de 2002. pg. 21.

[4Un ejemplo concreto se halla en el comportamiento de la UITA –filial de la alimentación de la Ciosl- y el TUC –Central inglesa- frente a la campaña mundial contra Coca Cola.

[5Antunes, Ricardo. ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre las metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo. 1996.

[6Castel, Robert. ¿Por qué la clase obrera ha perdido la partida?. Actuel Marx n° 26, 1999.

[7Confederación COBAS, Italia. El nuevo modelo de auto organización. En: www.cobas.it