El Blues es, sin duda, el género musical más apasionante y complejo, pues nació en África, pero empezó a florecer en América, a las puertas del siglo XX. Es la herencia viva de quienes vivieron en la pobreza, la persecución y el trabajo duro, experimentando a partir de entonces el amor y la traición, la santidad y el pecado, el placer y el desgarro del sexo, la tragedia, la risa, la ebriedad, la desesperación y la pura alegría.

Leroy Jones, narrador y poeta norteamericano afirma que en el «shout» (el grito desgarrador de los cantantes de color) se encierran las preguntas y respuestas sobre la vida de todo un colectivo africano encerrado en el continente estadounidense, cuya primera manifestación musical radica en el canto evangélico, es decir, en el gospel: la fuente de todo el blues que por su contenido y carácter social constituye la voz de todo el pueblo negro en la Norteamérica de los blancos. El blues no sólo es una música hecha por el pueblo, sino la música del pueblo.

“La gente me sigue preguntando dónde nació el blues, y todo lo que puedo decir es que, cuando yo era un muchacho, siempre estábamos cantando en los campos. En realidad no cantábamos, ya sabes, gritábamos (holler, grito característico de los bluesman), pero inventábamos nuestras canciones sobre cosas que nos estaban sucediendo en aquel momento, y creo que es ahí donde empezó el blues” (Son House, 1965).

Orígenes

Los antecedentes del blues moderno hay que rastrearlos a lo largo de la costa oeste de África, la zona en que se capturaron casi todos los esclavos y que luego fueron llevados a los Estados Unidos. Allí se encuentra el antiguo griot africano. El griot, figura legendaria, contaba a su pueblo historias, medio cantando, recitando versos largos, libres y poéticos, acompañado de un instrumento casero de cuerdas. Estos eran cantos de guerra, religiosos, de amor o de penas. Cantos a la libertad, historia de los pueblos transmitida de generación en generación.

El instrumento era un halam, hecho con una calabaza alargada, con cinco cuerdas cortadas de un hilo de pescar atadas al palo de madera que hacía las veces de mástil del instrumento. Los músicos africanos que lo llevaron al sur de los Estados Unidos le dieron un nombre diferente, banjo. Este servía de leve y apresurado acompañamiento a la profunda resonancia de la voz de los griot (cantante) y posteriores bluseros, antes de ser reemplazado posteriormente por la guitarra.

El sur de los Estados Unidos fue la áspera cuna que albergó la gran mayoría de los 15 millones de esclavos de origen africano a inicios del siglo XVII. Estos esclavos, en medio del arduo trabajo en el delta del algodón a orillas del Missisipi y del entrecruzamiento de profundas, agitadas y contrapuestas culturas, conformaron la materia prima para el nacimiento del blues.

Tradicionalmente blues se traduce como cantos tristes. Sin embargo, las primeras canciones de los esclavos se llamaron blues por el uso de notas blues, es decir, de los bemoles de la tercera y séptima nota de la escala mayor. La voz se sumerge entre estas notas, bajando un cuarto o un medio tono, en medio de una altísima habilidad técnica, de sonido y sentimiento. Por esta razón, si bien el banjo, junto con el omnipresente violín, se convirtieron en los instrumentos más comunes de las plantaciones del Sur, no fue este el instrumento que conformaría el blues. El banjo se le podría considerar como un estado intermedio entre la música de los griots y la de los primeros cantantes de blues.

El banjo perdió su papel central en la vida musical rural afroamericana debido a su poca funcionalidad para el acompañamiento. El modo de cantar afroamericano utiliza timbres vocales bajos y pone énfasis en los tempos más lentos, lo que resulta difícil de interpretar ante el breve y animado «plink» del banjo (el tono más alto y la tensión de las cuerdas del banjo no permite producir una nota sostenida). La solución a los problemas del banjo fue la guitarra, que tiene un sonido de bajo más profundo y que, sobre todo, si esta afinada por debajo del tono estándar de concierto produce notas que se sostienen el tiempo suficiente como para llenar las pausas de una frase vocal cantada lentamente. La guitarra en unión con la armónica, el bajo y la batería se convirtieron en los instrumentos característicos del blues, aunque muchos de los primeros estilos de éste género musical se construyeron sobre los patrones rítmicos y armónicos que se habían desarrollado y mantenido con el banjo.
Cuando se desarrolló y apareció por primera vez con notación musical, el blues era una canción con estrofas construida a partir de tres breves frases musicales que acompañaban a una estrofa de texto tan específica como la secuencia armónica de las frases. La forma clásica del blues es la famosa estrofa de tres versos, en doce compases de un tiempo de 4/4. Es la repetición del primer verso y el uso de las estrofas como bloques temáticos esenciales en vez de unidades narrativas lo que proporcionan a la estrofa del blues su carácter único. Los cantos de trabajo, con sus ritmos uniformes y sus versos poco rimados, remiten a la vida en las granjas y a los campos de concentración. El tempo se aproxima al ritmo de la tala de madera o de cualquier otro trabajo en el que el solista marque el ritmo al cantar frases rítmicas para hacer que los movimientos de los hombres de la brigada sean simultáneos.

En los años posteriores a la segunda guerra mundial, el bluesman se marcha rumbo a Chicago. La música se vuelve más seca y dura, acorde con el paisaje urbano. Después vendría el blues eléctrico en el Chicago de postguerra. Muddy Waters fue quien le dotó por primera vez de configuración y definición. Posteriormente el blues de Chicago daría nacimiento al moderno rock’n’roll. El blues revolucionó la música popular del siglo XX. Se convirtió en la estructura de canción más frecuentemente utilizada, atractiva por su clara simplicidad, su sensual familiaridad y una franqueza que permitió a las generaciones de artistas del pop, rock, country e incluso gospel y jazz su adopción como parte de su sonido.

El resurgimiento del blues en los años 1960

En la segunda mitad del siglo XX, en respuesta a la alienación, fetichización y cosificación generada en las sociedades capitalistas, la juventud norteamericana adoptó el blues como símbolo de la contracultura y parte de un movimiento «alternativo» al sistema de valores y estilo de vida hegemónico. Después de cien años de la caída del régimen esclavista estadounidense (y en plena segregación racial), el blues, de igual manera, hizo parte de los movimientos a favor de los derechos civiles y políticos de la década de 1960.

De este modo, las contracorrientes sociales y políticas de la época hicieron que muchos miembros de la generación de los sesenta adoptaran el blues como una alternativa honesta, directa y realista frente a la cultura dominante. Muchos vieron en el blues un sistema de valores, un estilo de vida y una manera más auténtica y consciente de enfrentarse al mundo. El blues todavía representaba la voz de un pueblo oprimido, explotado y alienado, incomprendido y rechazado por el ciudadano norteamericano medio. El blues permanecía como una clara declaración de principios desde «fuera del sistema». Su resurgimiento en la década de 1960 fue un affair amoroso entre la clase media blanca, la música y la forma de vida de los negros excluidos. Al igual que el blues fue para algunos blancos su primer contacto con la experiencia negra, también proporcionó a algunos negros la primera oportunidad de acceder, de otra forma que como esclavos y marginados, a la sociedad blanca. Por aquellos años, los bluesman Willie Dixon y Memphis Slim se embarcaban por primera vez a realizar las primeras presentaciones en Europa y Oriente Medio.

Chicago fue el lugar de origen del movimiento de blues urbano blanco de los años sesenta y al mismo tiempo el cuartel general de la oposición. Por esta época empieza la historia del blues hecho por blancos, tanto en Norteamérica como en Inglaterra. En Estados Unidos el blues blanco, pero cuya alma refleja el brillo de la negritud y su inconfundible música, está representado inicial y principalmente por Johnny Winter, “The texas tornado”. Winter es, sin duda, el más blanco de los músicos blancos de blues, exageradamente albino de piel, pero negro de alma. Su reputación es excepcional como artista de blues, rock y hard rock, y quedó marcado para siempre gracias a sus incendiarias versiones de “Johnny B. Goode”, el gran clásico de Chuck Berry. Otro bluesman blanco de Texas que ha pasado a la historia como uno de los mejores es el tempranamente desaparecido Stevie Ray Vaughan; una cantante blanca de blues fue la famosa y también desaparecida en su juventud Janis Joplin quien hacia parte del grupo Big Brother and the Holdin Company. Actualmente uno de los bluesman blancos vivos más importante es Tom Waits, voz y rasgos negros, piel blanca, nutrido de la sabia del blues y, aunque nacido en California, creció en una ciudad cercana a la frontera mejicana, National City.

John Mayall es la gran figura que personifica el blues inglés. Fue el primero y el que mejor entendió la esencia genuina del blues negro estadounidense, y el que con mayor fecundidad supo ensamblar su lenguaje expresivo con los mensajes de los maestros clásicos que llegaban de Norteamérica como Big Bill Roonzy, John Lee Hooker o Muddy Waters. Mick Jagger calificó a Mayall como “la escuela del blues”. Muchos de los más importantes músicos británicos han trabajado a su lado: Eric Clapton, Jimmy Page, Peter Green, Jack Bruce, Mick Taylor, Aynsley Dunbar, John Mc Vie, Dick Heckstall – Smith, John Heiseman, y otros. Grupos famosos ingleses como los Rolling Stones, Erik Burdon And the Animals, Cream, Led Zeppelin, o irlandeses como U2 encontraron su fuente de inspiración en el blues clásico.

Dolor y rebeldía

El dolor de los humillados y ofendidos puede ser trascendido casi siempre mediante la creación, el cambio de actitud, la resistencia y la transformación interior y social. En cierta ocasión, cuando le preguntaron a B. B. King –El rey del blues- cómo podría definir a un bluesman, respondió: “Todo lo que me rodea forma parte de mi música. Yo no hago otra cosa que cantar a las que rodean a mi pueblo. Soy un pueblo entero”.

Tanto el blues rural como el moderno de las ciudades cantan la vida personal de las gentes, sus problemas, el amor y el duelo del desamor, al héroe y al proscrito, a la muerte, al dolor, a la rabia y a la soledad. Pero eso sí, con ironía, con humor, con un cierto distanciamiento. Seguramente para demostrar que la vida no derrotará a nadie que cante, sobre todo si el que canta se toma a broma sus calamidades, trabaja la insurgencia del espíritu y llama a la conciencia de su pueblo por una sociedad diferente y un futuro mejor.

“Blues en toda mi sangre;
Blues en mi casa;
Blues en mi alma;
Blues...en todos mis huesos.
(Buddy Guy)

High Water Everywhere(Agua por todos lados)

El agua estaba llegando hasta la puerta de mi amigo.
El agua estaba llegando hasta la puerta de mi amigo.
El hombre le dijo a sus mujeres:
«Señor, sería mejor que nos marcháramos».

Oooh, señor, las mujeres están gimiendo.
Oooh, las mujeres y los niños se están hundiendo.
(hablado): Señor, ten piedad.
No veía a nadie en casa y no se podía encontrar a nadie”

(Canción del bluesman Charley Patton, escrita en 1927, que narraba el desbordamiento del río Missisippi y sus afluentes)

Sigue el racismo

Nueva Orléans, como los demás estados del Sur fueron la cuna del blues moderno. Por ello, suena hoy indignante, frente a la tragedia que vive su pueblo. En un siglo nada ha cambiado para la población marginada.

El impacto del huracán “Katrina” que actualmente padece la comunidad de Nueva Orléans dejó al descubierto la exclusión, el racismo y la miseria que pervive en la opulenta y capitalista sociedad estadounidense. Miles de muertos y desaparecidos. En su mayoría afroamericanos o latinos. Por ello no importaron en Washington ni la ayuda llegó oportuna de parte del gobierno de George W. Bush. A pesar que la tragedia estaba anunciada, los recursos para la atención de desastres no fueron aprobados, era más importante financiar la guerra en Irak y los controles, provocaciones y manipulaciones en el mundo.

Bibliografía

  Cohn, Lawrence, (1994), Solamente Blues, Odin Ediciones, S. A. España. La mejor obra, conocida como “La biblia del Blues”, Solamente Blues, es, según todos los críticos, el libro más completo y fidedigno que se ha escrito, hasta ahora sobre el blues. Presentado por B. B. King, y dirigido por Lawrence Cohn, la máxima eminencia en blues.
  Sarmiento, Libardo, (1997), Tom Waits, La lúcida marginalidad de los seres libres, en: Revista Ensayo y Error, Nº 3, año 2, septiembre, Bogotá.