En ocasión de las conmemoraciones por el cuarto aniversario de los atentados de Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, la prensa internacional ha tratado ampliamente la «guerra contra el terrorismo» y las políticas establecidas en su nombre durante estos cuatro años.
Todas están basadas en un credo que el primer ministro australiano John Howard, aliado nada crítico de George W. Bush, recita en una tribuna publicada por The Age en la que afirma, como la administración Bush, que «el» terrorismo constituye una amenaza para las democracias liberales occidentales y para el modo de vida de sus ciudadanos. Así, la defensa de la democracia exige repensar el funcionamiento de los Estados y prever una lucha global, combate que a su vez exige una redefinición del derecho internacional, consecuencia lógica, aunque no asumida, de las ideas y objetivos defendidos por John Howard.
El director adjunto del diario ruso Vremya Novostyey, Semen Novoprudsky, no se aleja mucho de este enfoque al afirmar también que el 11 de septiembre inició una nueva era marcada por el miedo global a la amenaza terrorista y por una desilusión sobre la capacidad de los Estados para asegurar la seguridad de sus ciudadanos. Considera asimismo que los atentados de Nueva York y Washington provocaron la desaparición de la creencia en un mundo unificado, bajo una misma ideología marcada por los valores cristianos. En resumen, incluso si no expresa él mismo las conclusiones de su análisis, éstas no son otras que la necesidad de reformar los Estados para prepararlos en el combate contra los adversarios del mundo cristiano.

Repetidas por los medios de comunicación dominantes, las problemáticas de la «guerra contra el terrorismo» se han introducido ampliamente en los debates nacionales.
En Alemania, la cuestión de la lucha contra el terrorismo, tal y como ha sido definida por Washington, aparece en la campaña electoral en curso. El Welt an Sonntag realizó una entrevista cruzada a Otto Schilly, ministro federal alemán del Interior, y a Günther Beckstein, su presunto sucesor en caso de victoria de los conservadores el 18 de septiembre. Para el conservador, la lucha durará siglos y para librarla eficazmente se hace necesario fortalecer las estructuras antiterroristas. Pide igualmente revisar la política del derecho de asilo en Alemania, así como un acercamiento a los Estados Unidos, y considera que Alemania es hoy un pivote de la actividad terrorista. Cuestionado, el ministro socialdemócrata se defiende sin atreverse a poner en duda, o sin quererlo, los principios fundadores de la guerra contra el terrorismo. También Otto Schily afirma que la guerra contra el terrorismo durará siglos y resalta su gestión del problema, enorgulleciéndose de haber reducido el número de entradas de solicitantes de asilo al territorio alemán y de haber acercado sus servicios a los de Estados Unidos.

En Francia, el tema de la «guerra contra el terrorismo» se inserta en la campaña de las elecciones primarias de la UMP, principal partido de derecha, para la candidatura a la alcaldía de París. El diputado francés y presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, el muy atlantista Pierre Lellouche, aprovecha así las conmemoraciones del 11 de septiembre para agitar el espantapájaros del terrorismo islamista. Muestra su apoyo a la política antiterrorista de Nicolas Sarkozy, pero denuncia la inacción de la municipalidad parisina en cuanto a prepararse para un ataque terrorista. Así, para presentarse como la antítesis de lo que llama laxismo, destaca sus vínculos con el director de la policía de Nueva York o con el ex senador demócrata norteamericano Sam Nunn.

Raramente es puesto en tela de juicio el discurso que acompaña la «guerra contra el terrorismo». Sin embargo, en nombre de este combate, Washington ha llevado a cabo una guerra de agresión en Irak que lo ha aislado, lo que no deja de inquietar a una parte de la élite norteamericana.
El estratega estadounidense Harlan Ullman llama a los australianos en The Australian a reexaminar el vínculo entre «guerra contra el terrorismo» y guerra de Irak. Este conflicto es un error estratégico basado en el idealismo neoconservador. Para el autor, el fraccionamiento de la sociedad norteamericana y el llamado a los grandes principios para la legitimación de su política exterior han empujado a Washington a inventarse un enemigo superpoderoso y a tratar de alcanzar objetivos irrealistas. Es conveniente adoptar posiciones más pragmáticas. Sin embargo, aunque este texto sea una crítica a la política de la administración Bush, los reproches están relacionados con los aspectos más neoconservadores de la estrategia de Estados Unidos, sin que haya un verdadero cuestionamiento a las grandes líneas de la propaganda norteamericana. Así, el autor afirma que Estados Unidos fue a Irak para instaurar una democracia y que este país está profundamente dividido entre grupos étnico-religiosos.
Por lo tanto esta tribuna parece adoptar el mismo enfoque de Francis Fukuyama u otros analistas norteamericanos que, sin cuestionar el imperialismo de su Estado, denuncian errores tácticos de la administración Bush que, según ellos, podrían debilitar la estrategia global.
El analista sirio Marwan Al Kabalan también considera que la política del Departamento de Estado se encuentra en un callejón sin salida. La nueva doctrina estratégica implementada tras el 11 de septiembre, conocida como doctrina de los golpes estratégicos, tenía como objetivo hacer más segura la situación de Estados Unidos, pero, en realidad, sólo ha logrado aumentar los riesgos para Washington, pues si hasta ahora los Estados hostiles a Estados Unidos consideraban que atacar a este país los expondría a una respuesta, hoy saben que hagan lo que hagan corren los mismos riesgos, de modo que es mejor tomar ventaja atacando.
Este análisis tiene lógica, pero ignora un aspecto fundamental: Estados Unidos no ha desarrollado la doctrina de los golpes preventivos para protegerse más, sino para justificar agresiones.

En realidad, lo que preocupa a una parte de la élite norteamericana es que los errores de la Casa Blanca han dividido a la coalición surgida tras el 11 de septiembre y quebrantado la unidad nacional tras la figura del comandante en jefe en los Estados Unidos.

El embajador norteamericano en Francia y ex socio en los negocios de George W. Bush, Craig Roberts Stapleton, se esfuerza por volver a acoger a Francia en el seno de Washington haciendo vibrar la cuerda de la solidaridad en la adversidad. En Le Monde, resalta la acción de Francia en cuanto a la ayuda a las víctimas del huracán Katrina y se apoya en este acto de solidaridad para pedir una cooperación más fuerte entre París y Washington en la guerra contra el terrorismo.
Por su parte, Carie Lemack, presidente de una asociación de familias de víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, lanza un llamado a favor de la unidad nacional en el Boston Globe. Es de la opinión de que la lucha antiterrorista no debe constituir un objeto de debate y debe ser despolitizada. Jugando la carta de la emoción y evocando con frecuencia el recuerdo de su madre desaparecida, pide que el análisis de los avances en la guerra contra el terrorismo se deje en manos de los expertos y, haciendo hablar a los fallecidos, invita a los norteamericanos a abandonar toda intención de controlar la acción de su gobierno en ese sentido.

Opuestos a esta imagen casi unánime de la guerra contra el terrorismo, escasos autores tratan de hacer oír una voz disidente.
El profesor Noam Chomsky se interesa por los argumentos esgrimidos por Estados Unidos y sus aliados. En el Khaleej Times y El Periodico, se basa en ejemplos históricos para demostrar que los llamados a la lucha contra el terrorismo internacional no son más que reactualizaciones del discurso imperialista clásico: en esta gastada escenificación que se vende ahora ataviada de modernidad, la nación se encuentra siempre en peligro, la amenaza es importante y las aspiraciones de los dirigentes está siempre guiada por ideales y valores altruistas.
En el sitio web alarabonline.org, el deputado jordano Aouda Boutros Aouda expresa su irritación ante la aceptación de los principios de la doctrina de la guerra contra el terrorismo por parte de los dirigentes árabes. Felicita al ex primer ministro de Malasia, Mahatir Mohamed, por haberse atrevido a presentar a las fuerzas de la Coalición como los verdaderos terroristas. En efecto, el vínculo entre el Islam y el terrorismo se ha convertido en una evidencia tan fuerte para la prensa occidental mainstream que la acción de los gobiernos occidentales contra la población civil a fin de obtener un beneficio político no ha vuelto a presentarse como lo que es: terrorismo de Estado.
La periodista francesa Naima Bouteldja también denuncia lo común que se ha hecho la asociación entre terrorismo e islamismo. En The Guardian y en el Taipei Times, recuerda que los atentados de 1995 en Francia fueron presentados durante largo tiempo como la acción de redes islamistas, mientras que la implicación de los generales argelinos no ofrece lugar a dudas. Sin llegar a denuncia la tesis oficial sobre los atentados del 11 de septiembre, llama a sus lectores a la prudencia en cuanto a las acusaciones rápidas que sirven a intereses políticos.