Cabe preguntarse sobre el sentido que debe darse a la cumbre de la ONU y a los compromisos que pueden o deben contraerse en su seno. El mundo ha cambiado desde que se creó esta organización, hace sesenta años. El 11 de septiembre nos sentimos conmocionados por el ataque profundamente irracional cuyo blanco fue el corazón de lo que llamamos «civilización».
Por un lado, disponemos de los valores proclamados en 1945 al final de los procesos de Auschwitz e Hiroshima, expresados claramente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en los convenios subsiguientes. Por el otro, ningún siglo ha sido testigo de tantas matanzas, genocidios y dictaduras, pero también es el siglo en el que se puso fin a los imperios coloniales, al apartheid, al totalitarismo soviético y unificamos Europa. Sobre todo, el siglo XXI fue teatro del desarrollo de las interconexiones entre las sociedades humanas. Todos estamos en el mismo barco y ello impone la constitución de una democracia mundial.
Ahora bien, esta interdependencia constituye un reto por tres fenómenos: la erosión de los recursos físicos de la tierra y de su diversidad cultural, el impacto todavía mal calculado de la evolución de las tecnologías, la concentración de las corporaciones que ha creado gigantes en la economía mundial. Esos tres desafíos incumben a todos, y pueden ser reemplazados por una acción decisiva y responsable que conjugaría los esfuerzos de las sociedades civiles de todos los pueblos y Estados democráticos. Esta interdependencia conferiría a las instituciones mundiales, defensoras por definición del interés de todos, las misiones y los recursos que les permitirían servir de forma eficaz los valores proclamados por la Carta.
Por esa razón, el Collegium international éthique propone que la Asamblea General de las Naciones Unidas adopte la Declaración Universal de Interdependencia que presente ese término no como una constatación sino como un proyecto.

Fuente
Libération (Francia)
Libération ha seguido un largo camino desde su creación en torno del filósofo Jean-Paul Sartre hasta su adquisición por el financiero Edouard de Rothschild. Difusión: 150,000 ejemplares.

«Trois défis pour un monde juste», por Stéphane Hessel, Libération, 9 de septiembre de 2005.