Contra todos los pronósticos, Roosevelt obró el milagro de convertir a Estados Unidos y a la Unión Soviética en aliados y hacer de esa cooperación el núcleo de la coalición antifascista que derrotó al eje Roma-Berlín-Tokio.

Aquella fue la época en que Estados Unidos asumió el liderazgo de occidente. Roosevelt y Churchill no eran menos imperialistas que Bush, aunque si más sofisticados e inteligentes y, sobre todo, más honestos.

El término Naciones Unidas, se utilizó por primera vez en la Carta del Atlántico, suscrita el 14 de agosto de 1941 con Churchill y Roosevelt, cuando, a bordo de un buque de guerra, frente a Terranova, iniciaron el proceso de construcción de la sociedad internacional que nacería de la derrota del eje fascista que, naturalmente, no podía prescindir de la Unión Soviética y de su líder Stalin.

Los Tres Grandes, Roosevelt, Churchill y Stalin, fueron tres tíos con agallas que, a pesar de sus grandes diferencias ideológicas y políticas, tenían en común una rara mezcla de tosco pragmatismo con un idealismo que les permitió soñar con un mundo en el que sus respectivos países, todos potencias militares con aspiraciones o pasado y vocación imperiales, que no renunciaban a sus objetivos, mas intentarían alcanzarlos sin acudir a guerras, al menos con las dimensiones de matanza.

Aunque los detalles de la estructura y normas de funcionamiento de la organización fueron elaborados por expertos, el diseño de la organización fue una obra personal de Roosevelt, Churchill y Stalin, quienes en medio de las tensiones y el enorme trabajo que significaba conducir la guerra, encontraron tiempo para, exponiéndose a grandes peligros, viajar hasta Teherán y Yalta, para dialogar y consensuar los aspectos más relevantes del período posterior a la guerra del que la ONU era centro.

El primer asunto relevante resuelto fue que, a diferencia de la Sociedad de Naciones, la ONU debería contar con atribuciones jurídicas y medios materiales para hacer cumplir sus resoluciones en lo concerniente a los asuntos de seguridad y el mantenimiento de la paz, cometido atribuido al Consejo de Seguridad. El hecho de que por primera y única vez, una organización internacional fuera habilitada para utilizar la fuerza, convirtió a los mecanismos para tomar tales decisiones en el tema más relevante.

Tratando de evitar que alguna de las potencias usara en su favor aquella posibilidad, se acordó que en los casos en que se tratara de uso de la fuerza o sanciones, no bastaba que una mayoría de países miembros del Consejo de Seguridad estuviera de acuerdo, sino que era necesaria la unanimidad de las cinco grandes potencias.

Así, como hijo de la desconfianza, aunque también de cierta multipolaridad nació el veto que entre 1946 y 1995 se uso 244 veces, sobre todo por los Estados Unidos y la URSS.

Existe el precedente de miembros del Consejo que han estado en desacuerdo con una decisión, sin decidirse a bloquearla, optando por abstenerse o ausentarse. El más notorio de estos casos y probablemente el que tuvo mayores consecuencias, tuvo lugar el 27 de junio de 1950 cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con la ausencia de la Unión Soviética, aprobó una resolución presentada por Estados Unidos que imponía sanciones militares a Corea del Norte, dando inicio a la Guerra de Corea bajo la bandera de la ONU.

La ONU fue una magnifica conquista de la diplomacia mundial, un hito en las relaciones políticas internacionales y un instrumento para el mantenimiento de la paz, que si bien no pudo mantener a todo el Globo libre de guerras, influyó en que las grandes potencias no se enfrentaran entre si.

Andando el tiempo, otros presidentes norteamericanos, especialmente George Bush hijo, harían inútiles los sueños de sus mayores, convirtiendo a la ONU en agua de borrajas, buena para nada, como acaba de evidenciarse en la Cumbre efectuada en Nueva York.

No se avanzó en los esfuerzos para relanzar la organización por vía de su perfeccionamiento y su democratización. Tampoco se adelantó en la lucha contra la pobreza, no hubo ningún aporte sustantivo los campos del desarme y la no proliferación, no se alcanzó una definición del terrorismo, ni se abordó la cuestión de los subsidios agrícolas. Se evadieron de modo vergonzante los problemas ecológicos globales y no se dijo nada del asunto de la financiación para el desarrollo y para colmo, el tema de los temas de la ONU: la paz estuvo ausente.

Sumándose al aburrido ejercicio retórico en que se convirtió la reunión, en una paradoja perfecta, Bush llamó a trabajar con seriedad, precisamentea favor de los asuntos cuya solución Estados Unidos torpedea.

La reunión estuvo animada por las objeciones de Venezuela y Cuba que salvaron la maltrecha honra del más nutrido de los conclaves de líderes mundiales efectuados nunca. Al permitir que se la manipulara groseramente del modo que lo ha hecho Estados Unidos y colocarse de espalda a los intereses de los pueblos a los que debieran representar, la ONU dio un nuevo paso hacía su obsolescencia.

La ONU, que no se forjó sólo en gabinetes ejecutivos y foros internacionales, sino que comenzó a edificarse en los frentes de combate de Europa y el Pacifico, se nutrió de la cooperación de las potencias en la lucha contra el fascismo, que fue donde se gestó y consolido el clima de confianza necesario para su creación, sucumbe por la acción de ineptos y mezquinos gobernantes. Con Roosevelt, George Bush no hubiera podido ser alcalde de barrio y Tony Blair no habría llegado a bedel en Buckingham.

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