Simón Wiesenthal

Me enteré de la existencia de Simón Wiesenthal cuando todavía podía leer Selecciones del Reader”s Digest sin experimentar la sensación de que los editores te toman por tonto. Me apasionó su oficio: cazador de nazis a tiempo completo y por cuenta propia. Lo más importante, con un lema cuyo significado es una profesión de fe: “Justicia no es venganza”.

Tal como lo percibí entonces Wiesenthal me pareció un continuador de aquellos maravillosos soldados que se batieron en Stalingrado y Normandía, de los bravos guerrilleros franceses y búlgaros y de los audaces clandestinos noruegos. La idea de que la batalla contra el fascismo no estaría completa hasta que no se condenara a los criminales nazis, me sigue pareciendo convincente.
Arquitecto de profesión, prisionero durante cuatro años en 12 campos de concentración, sobrevivió milagrosamente al holocausto, suerte que no tuvieron otros 89 miembros de su familia, asesinados por los nazis.

Durante los años de cautiverios, Wiesenthal se dedicó a anotar nombres, fechas y hechos. Una vez liberado por las tropas de EEUU, entregó sus notas a los militares norteamericanos, quienes lo apoyaron en la búsqueda de evidencias para los procesos de Nüremberg.

Los nombres de repulsivos sujetos y anécdotas en su tiempo ordinarias, se convirtieron en dramáticos relatos y eficaces testimonios.

Durante casi 60 años, comprendido por unos y atacado por otros, ayudado en sus investigaciones u obstaculizado, incluso con riesgo para su vida, Wiesenthal buscó y encontró a más 1 100 criminales nazis. En el 2003, al anunciar su retiro declaró: “Mi trabajo está hecho”.
Desde luego que no faltan los críticos y detractores para quienes, Wiesenthal es un “cazafantasmas que se levantaba como un espectro del pasado para perseguir a octogenarios y nonagenarios con furia insaciable”. Para algunos políticos fue un “asesino de reputaciones”.

Quienes critican a Wiesenthal quisieran “superar el pasado sin hurgar más en las heridas”, posición semejante a las conocidas leyes de “Punto Final”, “Obediencia debida” y las actitudes que llaman al perdón, el olvido y la reconciliación.

Para tan extraños justicieros las atrocidades cometidas por los nazis, lo mismo que los crímenes de las dictaduras y los desmanes de ciertos terroristas, deben quedar para el juicio de los historiadores.

Al fallecer el pasado día 20 en Viena, el combatiente antifascista dejó como paradigma un legado: “Cuando el hombre recuerda, sobrevive la esperanza. La impunidad es la muerte de la esperanza”.
Ojalá su mensaje fuera escuchado de Buenos Aires a Asunción, de ahí a Montevideo y Santiago de Chile y su eco llegue hasta El Paso.