Cuando el inmenso movimiento contra la guerra en Irak encuentra dificultades para obtener éxitos políticos y la experiencia de otros gobiernos de izquierda en América Latina es una fuente de decepciones, cuando no pura traición, la revolución bolivariana de Venezuela parece indicar que hay realmente una alternativa.

En la izquierda, la mayoría hemos tardado tiempo en comprender lo que estaba en juego. Por lo tanto, es importante empezar a estudiar y debatir sobre el proceso venezolano. En primer lugar, para poder contribuir mejor al desarrollo del movimiento internacional de solidaridad que los venezolanos necesitan y merecen y, en segundo lugar, para comenzar a comprender y aprender de este proceso político complejo y muy original.

Nueva fase

Es el momento adecuado. Las victorias electorales decisivas del último año abrieron una nueva fase. Una mayoría del 60% a favor de Chávez, en el referéndum que pretendía destituirle el 15 de agosto del 2004, cambió los roles y privó de legitimidad a los que querían apartarle del poder. Después de las derrotas sufridas tras la tentativa de golpe de Estado de abril del 2002 y del bloqueo de la industria petrolera en 2002-2003, ambas resultado de la espectacular y masiva movilización popular, la oposición interna vió como se volvía contra ella su última jugada constitucional.

Después de estos hechos, la oposición se encuentra en un estado de profunda desorientación. Abandonando el ataque frontal, sectores de la burguesía venezolana en plena desbandada intentan encontrar algún arreglo que les permita continuar haciendo dinero con sectores de la maquinaria gubernamental. Sus mentores de Washington se encuentran desconcertados y no saben que hacer en la próxima jugada. Su derrota se consolidó aún más cuando los defensores de Chávez ganaron el control de la inmensa mayoría de los gobiernos regionales y municipales en las elecciones de octubre del 2004.

Quede claro que las amenazas, interiores y exteriores no han desaparecido. Pero su temporal retirada abre un espacio. Chávez y sus colaboradores más próximos han empezado a hablar de una “nueva fase”, de “salto hacia delante”, de “revolución en la revolución”. En noviembre, reunieron a todos los nuevos alcaldes y gobernadores para iniciar una “nueva Constitución estratégica”. Chávez mismo comenzó a hablar no sólo contra el neoliberalismo sino contra el capitalismo. A principios de este año empezó a referirse a la necesidad de reinventar soluciones socialistas para el siglo XXI. Finalmente, en abril, dijo explícitamente: “Yo soy socialista” y “El socialismo, es hacia ahí que nos dirigimos”.

Paralelamente, la simpatía hacia la revolución bolivariana ha crecido rápidamente, en particular en América Latina. Muchos de nosotros, los que seguimos el proceso de lejos, empezamos a darnos cuenta de que alguna cosa estaba a punto de suceder y que había que considerarla con seriedad. Evidentemente, necesitamos tiempo para seguir y estudiar lo que pasa. Debemos evitar las conclusiones prematuras, pero podemos comenzar a identificar algunas de las características principales de este proceso.

Las fuerzas de la revolución bolivariana...

Con el riesgo de simplificar en exceso, se puede decir que el proceso venezolano dispone de tres grandes fuerzas y dos grandes debilidades.

1. La movilización

La primera fuerza es la enorme capacidad de movilización de la población venezolana y su capacidad para afrontar los desafíos que se le han impuesto. Se ha expresado de diversas formas en los pasados años, empezando por el Caracazo de 1989, cuando decenas de miles de pobres de los barrios de Caracas tomaron las calles en una insurrección espontánea contra un paquete de medidas de ajuste impuesto por el FMI. Un número desconocido, probablemente algunos miles, fueron asesinados en la represión que le siguió. Muchos “chavistas” y el mismo Hugo Chávez ven en el Caracazo el inicio de su revolución. La conexión puede ser más simbólica que real, pero los acontecimientos de febrero de 1989 demostraron la capacidad de la población de Venezuela, sobre todo de los pobres de las ciudades, de actuar por cuenta propia contra fuerzas superiores y sin que aparezcan con claridad estructuras organizadas o dirigentes.

Esta capacidad ha sido demostrada en numerosas ocasiones en los seis años de revolución bolivariana, y especialmente en la defensa de su incontestado dirigente Hugo Chávez. El ejemplo más importante y espectacular fue, sin duda, la sublevación del 11-13 de abril del 2002, que detuvo el golpe de Estado organizado desde Washington, y que permitió a Chávez volver de manera triunfal al palacio presidencial de Miraflores sólo 48 horas después que fuera obligado a abandonarlo.

Esta capacidad de movilización se ha expresado igualmente en las ocho o nueve votaciones convocadas en los últimos seis años y medio. Esto significa que, sin que haya sido posible encontrar una convincente prueba de fraude, Chávez, habitualmente presentado por la prensa internacional como “autoritario”, “izquierdista”, “incendiario”, “antiguo paracaidista” y “conspirador”, ha conquistado un record de victorias electorales superior al de cualquier político burgués del mundo. El referéndum revocatorio del último año ha sido la expresión más intensa de este tipo de movilización.

Decenas de miles de personas participaron en las unidades de lucha electoral y en las patrullas que jugaron un papel central en la relegitimación del proceso revolucionario. En este proceso, sencillamente suplantaron la campaña apagada y fraccional iniciada por los partidos políticos que sostienen a Chávez, reagrupados en el llamado Comando Ayacucho.

En ambos casos, las movilizaciones fueron defensivas, demostrando que una mayoría de la población venezolana estaba presta a luchar, en las calles si fuera necesario, para defender lo que considera su gobierno, su jefe, su revolución.

Las formas más ofensivas de la movilización cuando los sectores populares entraron en acción, no sólo para defender lo que tenían sino para crear lo que querían, han sido menos evidentes y más limitadas, pero puede ser que más importantes a largo plazo. Se pueden mencionar algunas: la creación de comités de la tierra, de comités de sanidad y los consejos del agua creados por comunidades urbanas y barrios pobres para sostener e incluso “gestionar” ciertos programas sociales gubernamentales (o “misiones” como ellos los llaman) las tentativas (a menudo frustradas por los funcionarios locales pro-Chávez) de levantar Consejos de planificación locales o comunales con el objetivo de elaborar y aplicar los presupuestos locales y los planes de inversión, la creación de más de 40.000 cooperativas, urbanas y rurales, de todo tipo (aunque la mayoría son más un proyecto que una realidad) en respuesta al llamamiento gubernamental para el desarrollo endógeno (es decir, íntegro, autosuficiente) las primeras tentativas, aún frágiles, de control obrero en algunas fábricas y empresas.

El ejemplo más ambicioso de esto último fue la tentativa de un sector de obreros de la empresa petrolífera del Estado, PDVSA, de transformar la defensa de la principal fuente económica del país en un control popular; esto ocurrió durante el lock-out de la industria popular en 2002-2003 por ejemplo en la refinería de Puerto de la Cruz. El ensayo no sobrevivió tras la resolución de la crisis. Esta experiencia legitima el debate en relación al ritmo y a las tácticas que han conducido a las medidas tomadas y a cuál debe ser la orientación económica real de Venezuela y su revolución bolivariana.

Medidas simbólicamente importantes se han producido también en sectores menos sensibles, como la papelera Venepal en quiebra, expropiada por el gobierno a inicios de este año y relanzada bajo control obrero con el nombre de Invepal; o la Compañía Nacional de Válvulas, más pequeña, en la que los trabajadores hacen campaña por una solución similar. Se observan también inicios de control obrero o de cogestión en empresas más grandes, como la compañía estatal de aluminio, Alcasa, aunque el carácter de estas tentativas y su contenido exacto aún no aparecen con claridad.

2. La evolución de Chávez

La segunda gran fuerza del proceso político en curso es la capacidad de que han hecho prueba Chávez y su equipo de colaboradores más próximos en relación a la evolución de su dirección. Mucho ha sido ya escrito al respecto. Pero aún queda por escribir. Nos limitaremos a subrayarlo en el terreno ideológico y práctico. Hugo Chávez ha sido seriamente subestimado, a la vez por sus opositores venezolanos e imperialistas como por la mayoría de la izquierda. Se puede decir que, hasta cierto punto, el gobierno Chávez en Venezuela ha hecho lo que la administración del Partido de los Trabajadores de Lula no ha tenido el coraje ni la intención de hacer en Brasil: enfrentarse al imperialismo y comenzar una ruptura real con las prácticas neoliberales.

De todas maneras, hay aspectos de populismo de izquierda, de nacionalismo militar y de puro pragmatismo paralelo con mucha retórica incendiaria. Pero nada de eso puede borrar el sentido táctico audaz, la enorme competencia pedagógica o la convicción profunda, radical, que caracteriza de manera cada vez más evidente a la dirección Chávez. Esta convicción puede resumirse en cuatro principios de base:

 Soberanía: Venezuela y América Latina deben tener el pleno control de sus recursos, territorio y proceso de toma de decisiones.

 Democracia participativa: la sola vía para erradicar la pobreza es dar el poder a los pobres.

 Nueva economía: el nuevo modelo económico no puede ser realizado bajo el capitalismo.

 Internacionalismo: no hay soluciones puramente nacionales.

En el curso de los últimos meses de la “nueva fase” de la revolución bolivariana esta combinación se ha expresado en los términos de un compromiso socialista personal, cada vez más explícito, lo que es ciertamente agradable para muchos de nosotros. Es difícil acordarse de cuándo habíamos escuchado por última vez a un jefe de Estado decir en una gran reunión internacional que debemos sacar las lecciones del debate entre Stalin y Trotsky y que, en lo que a él respecta, es a Trotsky a quien da la razón.

Naturalmente no debemos dejarnos llevar por las palabras. Más tarde, en el mismo discurso, Hugo Chávez fue capaz de lanzar elogios sobre Putin, Chirac, Gadafi o el ayatolá iraní, o de salir en auxilio de Lula, como hizo cuando el gobierno brasileño fue duramente denunciado por la mitad de los participantes en el último Fórum Social Mundial de Porto Alegre. Eso puede reflejar un cierto grado de diplomacia, pero refleja igualmente una nueva manera de “campismo” [se refiere a quien en vez de separar la sociedad en clases lo hace en campos o países enfrentados. Ndr] que divide al mundo entre los que están por y los que supuestamente están “contra” (en un sentido u otro) la Casa Blanca. Existen numerosas contradicciones entre estos principios radicales y la realidad, como veremos más adelante.

Desde la revolución cubana, o incluso antes, no hemos podido verdirigentes de procesos revolucionarios expresar tan explícitamente sus convicciones socialistas mostrando netamente su voluntad de ponerlas en práctica.

3. El petróleo

Hay otro factor esencial que favorece el proceso venezolano, un factor que tiene mucha relación con la creatividad política de Chávez o del pueblo venezolano: el petróleo. Venezuela no es sólo el quinto productor y el principal suministrador de gasolina a la costa este de Estados Unidos, sino que se ha calculado que posee las más grandes reservas del mundo si se incluye el petróleo bruto muy pesado de la falla del Orinoco.

En el pasado las compañías petrolíferas no clasificaban este tipo en la categoría de petróleos, sino que lo consideraban en estado bituminoso, una especie de hulla, con el fin de reducir sus impuestos. La tecnología de refinado moderno logra transformar este petróleo muy pesado en carburante de calidad superior. La riqueza petrolífera de Venezuela ha producido cambios económicos y sociales muy profundos en el país. Además, combinado con precios elevados, da como resultado un proceso revolucionario gozando de una fuerza económica sin precedente.

Y sus debilidades

Nada de esto tendría sentido sino intentamos comprender como estos triunfos de la experiencia venezolana se combinan con sus evidentes debilidades o, podríamos decir, los desafíos que tiene que superar.

1. Escasa organización.

Probablemente la más seria de todas es la extrema debilidad de los movimientos sociales y de los partidos políticos de izquierda.

La falta de movimientos sociales puede parecer una paradoja en un proceso marcado por las movilizaciones de masas. Pero no hay en Venezuela nada que se pueda comparar al Movimiento sin Tierra (MST) brasileño, a los movimientos indígenas de Ecuador o Bolivia, a los piqueteros argentinos, al margen de cual pueda ser la crisis organizativa o de perspectivas políticas que conoce alguno de estos movimientos.

Las razones de esta situación son complejas. Una explicación puede estar en que cuando han existido sindicatos o movimientos sociales estaban bastante ligados a Acción Democrática (AD). Un partido político profundamente corrompido, pretendiéndose “socialdemócrata”, que estuvo en la vanguardia de la aplicación de las políticas neoliberales en Venezuela en los 80 y 90, y que luego pasó a estar en el centro de la oposición de la clase dominante a Chávez.

Sean cuales sean las causas, la ausencia de movimientos sociales fuertes e independientes tiene al menos tres consecuencias negativas. En primer lugar, significa que las formas de organización que aparecen en el curso de las sucesivas movilizaciones tienden a ser efímeras. Los Círculos bolivarianos han desaparecido en su mayoría. Sus energías han sido reorientadas hacia las “Misiones” y hacia los comités sanitarios, de la tierra o del agua. En el terreno político hacia las Unidades de lucha electoral y a las patrullas de la campaña del referéndum. Estas últimas fueron animadas a transformarse en Unidades de combate endógeno, para sostener los proyectos cooperativos de desarrollo.

Y mientras que se tensan las relaciones con Estados Unidos, se empieza a orientar a las comunidades y a los colectivos de trabajadores a dedicar una parte de su energía a la creación de milicias populares locales. Estos diversos objetivos pueden ser legítimos, pero la inestabilidad de las formas de organización hacen muy difícil el desarrollo de perspectivas coherentes o de plataformas de reivindicaciones unificadas de los diferentes sectores.

En segundo lugar, esto conduce a serias dudas respecto a la autonomía de tales organizaciones de masas. La ausencia de movimientos nacionales fuertes con sus peticiones específicas tiende hacia una aguda dependencia respecto a las iniciativas que vienen del centro, de los sectores del aparato del Estado y a menudo de Chávez mismo. Y es esta relación directa, absolutamente central entre el líder y las masas, que tiene la apariencia de populismo, parcialmente real al menos en su forma pero no en su contenido.

La única excepción a este fenómeno que se encuentra en un estadio preliminar es la nueva confederación sindical, la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) que en el curso de los dos últimos años ha empezado a cumplir, hasta un cierto punto, el espacio dejado vacío por el hundimiento de la antigua burocracia de la CTV (Central Venezolana de Trabajadores) después de su vergonzoso papel en el golpe de Estado fracasado y en el lock-out petrolero del 2002.

En tercer lugar, una de las principales razones que hacen de la UNT una excepción consiste en que es el único movimiento social en cuyo seno existe una corriente significativa de revolucionarios organizados de manera autónoma, la Organización de Izquierda Revolucionaria (OIR) La OIR es un reagrupamiento, aún en periodo de formación, de revolucionarios marxistas muchos de los cuales vienen de la tradición morenista del trotsquismo.

Los principales partidos políticos que sostienen la revolución bolivariana constituyen su mayor debilidad. El más pequeños, el PPT (Patria para todos), PODEMOS, el Partido Comunista, la UPV (Unión Popular venezolana) pueden aportar algunos cuadros de valor, pero en tanto que partidos políticos, en tanto que organizadores colectivos de acciones políticas y en tanto que suministradores de ideas políticas, son completamente ineficaces.

El mayor partido chavista, el MVR (Movimiento de la Quinta República) no es verdaderamente un partido político. Nunca ha tenido un congreso, no tiene vida interna en la que se pueda decir alguna cosa y no hay perfil político o ideológico definido. Es más una amalgama de grupos, de clanes y e intereses, algunos de ellos auténticos pero otros simplemente electorales u oportunistas.

Chávez y su equipo se dan cuenta de estos límites. Pero están muy lejos de saber como podrían reconstruir un verdadero partido militante si se tiene en cuenta los materiales de que disponen. Y si lo hiciesen, su capacidad para incorporar voces “críticas constructivas” como las de la OIR tendría una importancia decisiva.

2. El Estado.

Estas dificultades están relacionadas y son parcialmente el reflejo de otro gran problema, o desafío, al que está confrontado la revolución bolivariana: su relación con el Estado. Lo que vemos en Venezuela es la paradoja de una revolución, mejor dicho de un proceso revolucionario, que aún no ha sido capaz de realizar una ruptura decisiva con el aparato del Estado burgués.

Ha habido rupturas y reorganizaciones parciales. La misma elección de Chávez en 1998 apartó a la elite tradicional venezolana de la mayoría de los cargos de dirección de los que durante tiempo se aprovechó dirigiendo el Estado como algo privado. En el 2000 la elaboración de una nueva Constitución por una Asamblea Constituyente permitió redefinir de manera importante las reglas del juego. La sublevación popular que derrotó el golpe de Estado de 2002, acompañado de la revuelta de jóvenes oficiales y soldados, quebró la columna vertebral de la visible resistencia en el seno del aparato del Estado, sobre todo en los niveles superiores de las fuerzas armadas.

No hay duda de que en este terreno subsiste una oposición subterránea en sectores de las fuerzas armadas, la policía y la justicia. Incidentes recientes, como el asesianto del fiscal general Danilo Andreson o el secuestro del dirigente de la guerrilla colombiana Rodrigo Granda por militares venezolanos trabajando para Colombia y la aparente parálisis de las tentativas para librarlo a la justicia, indican que las cosas están lejos de funcionar sin sobresaltos como desearía el gobierno.

Pero el problema real es aún más profundo: la revolución bolivariana intenta realizar su programa de transformación radical mientras que toda la maquinaria administrativa, legislativa y judicial del antiguo aparato del Estado burgués sigue en pie así como la mayor parte de su personal. Para decirlo con claridad, no ha habido revolución sino un proceso revolucionario, todavía prisionero del Estado burgués.

Sería erróneo concluir que hay una ruptura política. Chávez y su equipo se dan perfectamente cuenta del problema. La preocupación central de su “nueva Constitución estratégica” consiste en trazar la vía para construir una nueva economía y un nuevo Estado, en parte a partir de las instituciones existentes y en parte rodeándolas.

Tengan razón o no, piensan que teniendo en cuenta la relación de fuerzas internacional y en su región, sería un suicidio romper explícitamente con el cuadro actual que encarna la “legalidad”, que sería interpretado inmediatamente como un ataque frontal contra la propiedad privada.

Se trata, claramente, de un dilema que no sólo se limita a Venezuela. Se pueden encontrar los mecanismos de organización de masas y de participación popular que serían capaces de nuevas legitimidades para instituciones de nuevo género. En este tema, Venezuela se encuentra en posición de abrir la vía para todos nosotros.