Tras la retirada israelí de la franja de Gaza, la ultraderecha israelí, opuesta a todo abandono territorial, no se desarma y, sin sorpresas, es en el Jerusalem Post donde sus oponentes encuentran una tribuna para expresarse. Uno tras otro, el diario israelí publica textos que emanan de los dos grupos que, en el interior del Likud, tratan de superar a Ariel Sharon por su extrema derecha: los partidarios de Natan Sharansky y los de Benjamin Netanyahu.
El 12 de septiembre, es el propio Natan Sharansky quien se expresa. El ex opositor soviético y ex ministro israelí desea agrupar al electorado nacionalista jugando con la carta de los elementos aglutinadores. Alaba la dignidad de los colonos evacuados y la de los militares israelíes obligados por un poder indigno a hacer el trabajo sucio. Considera que hoy Israel no está dividido entre partidarios y adversarios de la retirada de Gaza, sino entre una población afectada por esta decisión y un poder que desprecia sus sufrimientos. El autor va contra la orientación de la propaganda del gobierno Sharon que gusta de presentarse en el plano internacional como un gobierno de paz opuesto a un movimiento ultrarradical de colonos.
Dos días más tarde, el ex responsable de planificación política del gabinete de Benjamin Netanyahu, Michael Freund, sataniza a los palestinos para mejor deslegitimizar todas las concesiones territoriales. El autor presenta a los palestinos como una población salvaje, guiada por instintos de destrucción, y a la Autoridad Palestina como una estructura incapaz o cómplice en la que no se puede confiar. Basándose en la destrucción de antiguas sinagogas abandonadas en Gaza por los colonos, Michael Freund afirma que si Israel no se ocupa de esto por sí mismo, los palestinos destruirán las marcas históricas de la presencia judía en el territorio. Por lo tanto pide que Tel Aviv retome el control de la Tumba de José, de la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén y de la Cueva de los Patriarcas en Hebrón. En resumen, que el Tsahal sitie los territorios palestinos.

Esta oposición a la retirada de Gaza es una espina en el zapato de Ariel Sharon en el seno de su propio partido, pero una bendición en el plano internacional, pues puede apoyarse en el discurso de sus opositores para alzarse como alternativa pacífica al ultranacionalismo israelí, una postura que se rebela provechosa como ya fue analizado en Tribunes et décryptages. La prensa occidental rápidamente ha hecho ver en Sharon un equivalente de Charles De Gaulle durante la descolonización argelina. Sin emabrgo, como lo hemos recordado con frecuencia, la posición del gobierno Sharon es muy clara: la retirada de Gaza no tiene como objetivo permitir la construcción de un Estado palestino factible; sirve para disminuir la presión internacional, para hacer olvidar la «hoja de ruta» y fortalecer el control israelí en Cisjordania y Jerusalén.
En una entrevista al diario italiano La Republica publicada también en ruso por Inopressa, Ariel Sharon no lo oculta. La retirada de Gaza tuvo lugar porque no había forma de que los israelíes llegaran a ser allí mayoritarios. El Primer Ministro israelí precisa que no desea organizar otras retiradas y añade que mientras Mahmud Abbas no combata a los grupos armados palestinos (lo que sólo podría conducir a una guerra civil entre palestinos), Israel no hará ninguna otra concesión. Se muestra satisfecho de la disminución de la presión internacional sobre Israel y anuncia su intención de desarrollar las colonias en Cisjordania, es decir, anexar amplios territorios. Después de esto, es difícil pretender que se haya comprometido en un proceso de paz.
El ex gobernador israelí de Ramallah y coronel del Tsahal, Jonathan Figel, también expresa su satisfacción por la retirada de Gaza en Vremya Novostyey. Considera que son numerosas las consecuencias positivas para Israel: fortalecimiento de la seguridad gracias al muro de anexión, despliegue de tropas alrededor de los principales territorios anexados e incluso la esperanza de que los palestinos se enfrenten entre ellos. Por otra parte, para el autor, nada impide al Tsahal realizar ataques aéreos contra los palestinos en Gaza.

Al mismo tiempo, en Israel, se plantea la interrogante sobre la mejor forma de proseguir el proceso de paz. No obstante, los analistas que se interrogan en la prensa sobre este asunto no contradicen la anexión de amplias zonas del territorio de Cisjordania. En estas condiciones, se puede dudar de su sinceridad. La cuestión no parece ser cuál es el mejor medio para lograr la paz, sino cuál es la mejor forma para anexar territorios mientras se aparenta trabajar por la paz.
El ex director del Shin Bet, el laborista Ami Ayalon, se interroga en Ha’aretz sobre la mejor forma de reiniciar el diálogo con los palestinos. ¿Acaso no copreside una organización que afirma trabajar en la «solución de los dos Estados? Sugiere que Israel organice nuevas retiradas en Cisjordania y afirma claramente que no piensa hacer de estos territorios una parte de su espacio nacional. Sin embargo, los territorios en cuestión no son más que colonias aisladas, no los principales asentamientos construidos ilegalmente en Cisjordania y protegidos ahora por un muro que anexa zonas completas de territorios palestinos. El autor llama a proseguir la construcción del muro de anexión, declaraciones que van en contra de las posiciones defendidas hasta ahora por su organización: destrucción del Muro y regreso a las fronteras de 1967. En el Jerusalem Post, el ex experto del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, Shlomo Avineri, realiza un análisis diferente de la situación para llegar a las mismas conclusiones que Sharon o Ayalon, al considerar que la situación política en Israel y en el seno de la Autoridad Palestina no permite avanzar en las negociaciones. En vez de continuar con discusiones inútiles, es mejor manejar el conflicto en espera de un momento más propicio para las discusiones. En espera de ese momento tan anhelado, Israel debe racionalizar su colonización de los territorios palestinos mediante la evacuación de las colonias más aisladas. Se trata de una sutil forma de llamar a un congelamiento del proceso de paz en nombre de la paz por venir.

Del lado árabe y palestino, éstos no se dejan engañar por la táctica israelí, pero la impotencia es total.
El ex ministro de Educación Nacional de Kuwait, Ahmed Al Rabii, se refiere en Asharqalawsat a la muerte del plan de paz saudita, el cual preveía el reconocimiento de Israel por parte de los países árabes y la normalización de las relaciones con Tel Aviv a cambio de un regreso a las fronteras de 1967. Ahora bien, todos los países árabes, uno tras otro, están normalizando sus relaciones con Tel Aviv, lo que impide toda presión futura a favor de la retirada de Cisjordania. El autor considera que el argumento de que un acercamiento a Israel favorecerá la paz no se sostiene, no es más que una renuncia.
En una entrevista concedida al Corriere Della Sera tras el secuestro de una periodista del diario por palestinos, traducida al ruso por Inopressa, el presidente palestino, Mahmud Abbas, lamenta que Israel rechace reiniciar las negociaciones. Recuerda, sin embargo, que ha cumplido escrupulosamente todo lo que se le ha pedido. Lo único en lo que parece no ceder es en el enfrentamiento con Hamas. Para hacer bajar las armas a este movimiento, prefiere emplear la negociación. El presidente de la Autoridad Palestina comprueba que su docilidad no ayuda a su pueblo, pero se resigna a continuar con la política que se le impone.
En Dar-alhayat, el periodista Abdellah Escander considera que hay dos formas de interpretar la retirada de Gaza. Si es una victoria militar, es necesario continuar la lucha, pero si se trata de una recompensa por la buena gestión de la Autoridad Palestina, deben continuar las reformas. Dando margen a la duda, opta por la segunda hipótesis y plantea que la Autoridad Palestina debe dar pruebas de su habilidad en Gaza para tener un argumento contra Israel y poder incitar a otras retiradas.