La industria atómica de Rusia tiene una historia llena de episodios dramáticos y gloriosos.
Baste con recordar el accidente de Chernobyl que se produjo en abril de 1986, en los tiempos de la Unión Soviética, y el cual perjudicó la imagen del sector de tal manera que, al parecer, jamás habría logrado recuperarse.

No obstante, Rusia consiguió superar el «síndrome de Chernobyl» y encauzar el ulterior desarrollo de la energía nuclear hacia una vía pragmática. En 2003, el Gobierno ruso proclamó la necesidad de asegurar una evolución persistente de la industria atómica, como factor de estabilización y medio para potenciar la inmunidad contra las inminentes crisis energéticas.

«Deberíamos encarar la verdad: la energía nuclear de uso civil no tiene de momento ninguna alternativa justificada en plano económico o medioambiental en lo concerniente al desarrollo sostenible de la civilización humana» – afirma el académico Alexander Rumiantsev, jefe de la Agencia rusa para la Energía Atómica.

Las diez centrales nucleares instaladas en Rusia generan cada año casi 150.,000 millones de kilovatios hora. Es un resultado bastante modesto, pues representa apenas un 16% de la electricidad producida a escala nacional, correspondiendo el resto a las centrales hidroeléctricas y térmicas cuyos recursos están a punto de agotarse. La estrategia energética de Rusia contempla producir para 2020 una cantidad anual de 230,000 millones de kilovatios hora, lo que implica la necesidad de construir al menos una decena de grupos nucleares más.

El proyecto nuclear ruso se remonta a la época de la Segunda Guerra Mundial, cuando las divisiones alemanas todavía se encontraban en las inmediaciones de Stalingrado. Tras el 6 de agosto de 1945, después de que Estados Unidos lanzó las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki, el Gobierno soviético dio la máxima prioridad al proyecto decretando la creación de la denominada Primera Dirección General, departamento secreto para temas atómicos.

Originalmente, su objetivo era fabricar las armas nucleares pero el avance de los programas militares iba aparejado con el desarrollo de los proyectos civiles. La URSS realizó su primera prueba del armamento nuclear en 1949 y cinco años más tarde, en 1954, ya entró en funcionamiento la primera central atómica situada en Obninsk, en las afueras de Moscú. Tres años después aparecieron los primeros submarinos atómicos y, al poco tiempo, también los rompehielos de propulsión nuclear.

Sometido a varias reestructuraciones a lo largo de su historia, la Agencia rusa para la Energía Atómica (Rosatom) dispone hoy de una poderosa base tecnológica e industrial que incluye un centenar de empresas ubicadas en las más diversas regiones del país, con una plantilla total de 335,000 personas.

Este impresionante engranaje energético, implicado en programas militares y civiles, promueve la exploración geológica, fabricación, transformación y enriquecimiento del uranio y otros materiales nucleares, producción del combustible y demás artículos a partir del uranio enriquecido.

También se ocupa de la construcción de centrales nucleares, suministro del combustible a los reactores existentes, retirada de materiales utilizados, transformación radioquímica y enterramiento de los residuos radiactivos.

En la industria atómica rusa trabajan actualmente 305 académicos más varios miles de personas que poseen diversos grados científicos, de manera que se trata de un enorme complejo tecnológico con vasto potencial intelectual que ayuda a aglutinar todos estos elementos en un todo único.

Rosatom promueve un amplio programa de exportación relacionado, en primer término, con la construcción de centrales nucleares en otros países. Los modernos reactores nucleares agua-agua, del modelo ruso VVER-1000, se están construyendo en India, China e Irán. Otros renglones de la exportación son el suministro del combustible nuclear para las centrales atómicas instaladas en la Europa del Este, Europa Occidental y en los países de la CEI, así como los servicios de enriquecimiento del uranio.

En las condiciones de la economía de mercado, Rosatom se encarga de cooperar también con las empresas privadas. Así, la Agencia contrata sus principales equipos – turbogeneradores y turbinas para las centrales nucleares – al grupo industrial Silovye Mashyni, que es una entidad privatizada con sede en San Petersburgo.

En el marco de Rosatom funcionan con éxito dos sociedades anónimas pertenecientes al Estado: la corporación TVEL, fabricante de conjuntos de combustibles para las centrales atómicas, y la casa exportadora Techsnabexport.

«El cómo seguir avanzando hacia una economía de mercado es una cuestión bastante complicada para nosotros – admite el máximo responsable del sector -. Mediante la Ley de Energía Atómica, la totalidad de los materiales e instalaciones nucleares se proclama como patrimonio federal». Alexander Rumiantsev muestra clara preferencia por que las empresas del ramo tengan estructura accionarial, y no unitaria.

Otra dirección importantísima en las actividades de Rosatom tiene que ver con los programas de reconversión cuyo presupuesto anual, formado en partes iguales por las subvenciones del Gobierno ruso y las de diversos organismos internacionales, asciende a US$140 millones.

Según la información de Rumiantsev, Rusia elimina cada año una veintena de submarinos nucleares, dados de baja en la Flota del Norte y en la del Pacífico. La agencia nuclear se encarga de coordinar estas labores y es responsable de la descarga, transporte y transformación radioquímica del combustible nuclear. Ya se han puesto fuera de servicio 195 submarinos.

Para mediados del presente año, Rusia había reconvertido un total de 121 submarinos, todavía quedan otros 80, de los cuales 34 ya están en proceso de reconversión. «Hablando de nuestro sector en general, podríamos afirmar que los arsenales rusos contribuyen a garantizar la paridad nuclear y preservar la paz en el planeta desde hace seis décadas. Es el logro más importante» – señala Rumiantsev.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)