Las elecciones legislativas alemanas del 18 de septiembre de 2005 no han permitido establecer una clara mayoría y los tratos entre partidos políticos se suceden. Por lo demás, los resultados definitivos son aún desconocidos, pues falta una circunscripción por votar que determina una cantidad de escaños atribuidos proporcionalmente.
La coalición roja-verde (SPD-Verdes) en el poder perdió su mayoría absoluta en el Bundestag, pero sus adversarios cristiano-demócratas y liberales no la obtuvieron tampoco. El surgimiento de un nuevo partido de izquierda ha vuelto inaplicables las viejas alianzas.
Mientras prosiguen las negociaciones entre los diversos dispositivos, los responsables de los partidos políticos comentan en la prensa las intenciones de sus formaciones. No obstante, las declaraciones evitan las fórmulas demasiado verticales a fin de no perjudicar las negociaciones. Así, en una entrevista al Tageszeitung, la ex ministra federal de Medio Ambiente, la ecologista Bärbel Höhn, excluye toda participación en un gobierno del que forme parte Angela Merkel, pero no se pronuncia formalmente sobre la participación de los Verdes en un gobierno con la CDU. Nada parece imposible si el partido conservador renuncia a los excesos de su programa, demasiado abiertamente neoliberal. Höhn considera que el proyecto de Angela Merkel se acerca peligrosamente al modelo de Estado anglosajón. Ahora bien, este modelo mostró sus limitaciones durante el huracán Katrina en los Estados Unidos. Así, parece resignarse a volver a la oposición y afirma creer en un rápido regreso al poder en un nuevo cambio de gobierno.
El presidente-ministro conservador de Baja Sajonia, el muy popular Christian Wulff, etima que su partido ha ganado las elecciones, pero que la campaña del SPD cuyo objetivo era intimidar a los trabajadores de menores salarios acerca del programa de la CDU impidió que su partido ganara las elecciones de forma más nítida. Afirma que la reforma es necesaria, pero que continúa asustando. Niega toda ambición personal al apoyar a Angela Merkel.

El intercambio muestra que el debate en Alemania entre partidos de gobierno se centra en el grado de reforma a aplicar y en el grado de liberalismo a introducir en el «modelo social renano». En ningún momento se cuestiona la naturaleza de estas reformas. El principio de un alineamiento con el sistema socioeconómico anglosajón, es decir, la integración en la globalización, es aceptado sin discusión por las élites políticas y mediáticas alemanas, con excepción del Partido de Izquierda que por esto se encuentra marginado, es decir, calificado como de extrema izquierda aunque está dirigido por el ex presidente del SPD. Este unanimismo disimulado tras el debate alrededor de la rapidez de las transformaciones que deben imponerse en el país es tal vez la principal razón de la doble derrota del SPD y de la CDU (este partido llegó a convertirse en el primero de Alemania, pero perdió 23 escaños en el Bundestag). En este resultado podemos ver la réplica de un fenómeno que afecta a Francia y lleva cada vez más electores a distanciarse de los partidos tradicionales. En Alemania, este rechazo a las políticas propuestas por los grandes partidos se ha traducido en un éxito para el Partido Liberal (que debe su nombre al liberalismo de las Luces y no al «liberalismo» de la Escuela de Chicago) y sobre todo para el Partido de Izquierda (Linkspartei, coalición que agrupa al ex Partido Comunista germano oriental, a decepcionados del SPD y a militantes del movimiento altermundista) que registró un excelente resultado, convirtiéndose en el cuarto partido político alemán.
Uno de sus dirigentes, Gregor Gysi, muestra su satisfacción en Die Tageszeitung por sus resultados, que, en su opinión, es la señal de una voluntad de los alemanes de rechazar el modelo neoliberal que se ha convertido en dominante en los medios de comunicación y en los partidos políticos. Llama por lo tanto al fortalecimiento de la alianza electoral formada en estas elecciones, prediciéndole un futuro radiante.

En la prensa extranjera, la mayor parte de los analistas se refiere a la ingobernabilidad alemana y al impacto de estos resultados sobre la «necesaria» adaptación de la economía alemana. Algunos, como el editorialista del Figaro Alexandre Adler, ven incluso en una gran coalición CDU-SPD una oportunidad para acelerar las reformas. Sin embargo, otros prefieren analizar las elecciones como una prueba más del rechazo al modelo anglosajón por parte de la población europea.
En El Periódico, el director del Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, ve en el resultado del Linkspartei el gran acontecimiento de esta etapa. Incluso considera que este partido hubiera podido obtener un resultado mucho mejor si Angela Merkel no hubiera asustado tanto a los electores alemanes al punto de que algunos prefieren una votación útil y perdonar las traiciones de Gerhard Schröder. El autor aconseja al nuevo partido evitar las exageraciones verbales contra los social-demócratas, pero, más aún, recomienda al SPD no olvidar lo que lo salvó de una corrección electoral.
Si este razonamiento es exacto, y así lo creemos, estas elecciones deben no sólo ser comparadas a las presidenciales francesas en cuanto al rechazo a los partidos dominantes, sino también a los referendos francés y holandés sobre la Constitución Europea en lo tocante al rechazo a las políticas pseudo liberales. Se observa así una verdadera sublevación de las urnas en Europa.
En Assafir, el analista libanés Ghassan Abou Hamed considera que el patronato alemán querrá resolver la crisis política lo más rápidamente posible y fomentará una gran coalición. Como Schröder y Merkel no llegarán nunca a entenderse en este punto, predice la elección de un canciller insulso, sin relieve, capaz de aplicar un compromiso entre los dos partidos y caer bien en los medios de los negocios, lo que debería aumentar aún más el descrédito de dichos partidos. Se asombra igualmente por la injerencia extranjera en las elecciones alemanas. Turquía apoyó a Schröder y Estados Unidos a Merkel. El autor hubiera podido añadir que la coalición saliente, y más precisamente el canciller saliente, fueron apoyados por Rusia, que no escatimó esfuerzos.

Las cuestiones de política exterior no parecen haber tenido un peso determinante en las elecciones legislativas alemanas. Sin embargo, a los medios atlantistas les satisface la salida programada de Gerard Schröder. La redacción del Washington Post había deseado abiertamente su derrota hace algunas semanas y con posterioridad a las elecciones manifestó su complacencia al ver por fin eliminado a este canciller demasiado independiente. No obstante, el diario deploraba que esto no hubiera conducido a una victoria de Angela Merkel, quien de hecho no escatimó esfuerzos para mostrar su sometimiento a Washington.
También Israel se vio beneficiado con las atenciones de Merkel. Antes de las elecciones, la candidata conservadora concedió una entrevista al diario de referencia Ha’aretz en la que afirma su apoyo a la política de Ariel Sharon. Expresa igualmente que la lucha contra el antisemitismo es una de sus prioridades para lo que promete implementar programas de intercambio entre jóvenes israelíes y alemanes. De este modo, confunde a israelíes y judíos y, por consiguiente, antisemitismo y antisionismo. Por otra parte, socava los esfuerzos de quienes, en los medios académicos, quieren presionar a Israel para empujarlo a la paz mediante el boicot académico.

También los neoconservadores hicieron campaña por Merkel. El director del Proyecto por un Nuevo Siglo Americano (grupo encargado de redactar el programa de presidencia de George W. Bush), Gary Schmitt, en entrevista concedida al Figaro, exhibía antes de las elecciones su apoyo a Angela Merkel en Alemania y a Nicolas Sarkozy en Francia. Afirmaba que es la alianza con los Estados Unidos la que podía hacer del tándem franco-alemán el motor de Europa y estimaba que la influencia global de Alemania y de la Unión Europea deben pasar únicamente por la OTAN. Para los halcones, la Unión Europea no debe ser más que una potencia complementaria de la política de Washington, de modo que la voluntad de independencia franco-alemana constituía motivo de disgusto. Hoy, la alianza París-Berlín-Moscú-Pekín está al borde de perder el eslabón alemán que debería pasar a la esfera de influencia norteamericana. Es lo que Schmitt dice cuando reduce los vínculos de Alemania con Rusia y China a un antojo de Gerhard Schröder que pronto no tendrá mayores consecuencias.
En el mismo diario, pero esta vez después de las elecciones, los investigadores alemanes de la Rand Corporation, Andreas Hotes y Kai Wegrich, consideran que teniendo en cuenta los resultados, nada cambiará significativamente en Alemania. Incluso si la CDU lo hubiera deseado y hubiera ganado de forma más neta las elecciones, no hubiera podido estrechar más los vínculos con Estados Unidos. Mostrándose tranquilizadores con sus lectores, afirman que, sea como sea, Francia no tiene por qué inquietarse, pues seguirá siendo el socio privilegiado de Alemania.