El fútbol es uno de los pocos fenómenos sociales que aún mueven masivamente a la gente. Conocido como ‘el rey de los deportes’, se ha convertido en una industria que genera millones de millones de dólares eliminando progresivamente su carácter lúdico para someterlo a las leyes que rigen en el mercado, con el objetivo de generar rentabilidad y ganancia.

En el capitalismo la estrategia universal es la mercancía. Según Max Weber: “La razón económica del capitalismo exige la lucha por ganancias siempre renovadas”. El poder de atracción del fútbol como deporte de equipo, señala el predominio de los procesos laborales colectivos en todos los sectores de la economía. Tanto en la empresa como en la industria del fútbol, el ser humano es vendible, intercambiable, transferible y desechable. El futbolista es un activo en metálico, su permanencia en un club o en una selección nacional obedece a su eficiencia y eficacia, similar al desempeño de un obrero o un trabajador fabril, cuyo sueldo se devenga por la explotación y sobreexplotación de su capacidad física y psicológica, so pena de ser cancelado de su puesto de trabajo en tanto no represente réditos económicos.

El capitalismo y el neoliberalismo no permiten, al trabajador futbolista, hacer valer sus derechos laborales. Como en toda empresa transnacional, se impide organizarse en sindicatos o agremiaciones a fin de no reconocer sus derechos laborales. Para contrarrestar aquello, los clubes y las federaciones nacionales se han ideado formas de compensación para mejorar su sueldo en función de resultados, formas tales como premios a los que los jugadores del equipo pueden acceder por puntos ganados de local, empate o visitante.

El fútbol-empresa regentado por un organismo está por sobre todos los organismos e instituciones estatales, e incluso por sobre los derechos laborales contemplados en la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Las controversias entre dirigentes (empleadores) y futbolistas (empleados) se dirimen en esa especie de ente todopoderoso, autónomo (que nos remite al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial de Desarrollo), a quien no se le puede exigir rendición de cuentas, que se denomina Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) y que dispone, tal como las empresas del capitalismo, de la propiedad y del poder de los medios de producción: desde la venta del fútbol como un espectáculo, la construcción de estadios, lugares de entrenamiento y concentración, sedes sociales, venta de derechos de transmisión de radio y televisión, vallas publicitarias, la venta de entradas al campeonato mundial con mucha anticipación via internet y con la modalidad prepago.

El futbolista está subordinado a un patrono (que hace recordar la época del esclavismo) en la figura del empresario o representante, frecuentemente dirigente del club dueño de su carta-pase. El futbolista, no siquiera es consultado si quiere o no jugar en tal o cual equipo, simplemente al cerrarse la negociación debe acatar la orden. La mayor parte de las ganancias van a parar a las arcas del dueño de sus derechos deportivos, en tanto que el futbolista recibe una escasa parte de la negociación que se denomina “prima”. Sólo si es considerado un jugador de élite tiene ciertos privilegios, como ser la imagen oficial de marcas transnacionales de bebidas gaseosas, productos farmacéuticos, implementos deportivos, etc. Como en toda transferencia mercantil, el precio de un futbolista depende de la oferta y la demanda. Cuando bordea los 30 años, en el mercado de piernas, sus bonos sufren una considerable baja y va a parar en la bolsa, esa especie de lista negra que se denomina “lista de transferibles”.

Parte importante de toda empresa es la publicidad, la cual manipula esa carga emocional de los hinchas (que se manifiesta antes, durante y después de un partido de fútbol) cuyo clímax es lograr vincular a las masas con ese instante de gloria al gritar un gol ( en mi concepto el único orgasmo en masa) que da la sensación de felicidad, la fantasía de éxito y fama al identificarse con los héroes de la jornada al obtener una clasificación a un mundial o el campeonato nacional.

El futbolista es un anuncio publicitario vestido de corto que envía mensajes subliminales a los aficionados. Es el hombre-máquina que debe estar dispuesto a adaptarse a situaciones de presión, de estrés, a la competencia de alto rendimiento y dar resultados. Biotipos, fisiología, dietética y nutrición van de la mano de la planificación de jugadas de laboratorio donde el DT trata de introyectar la mayor cantidad de situaciones de juego y de dirigir cómo resolverlas.

Hoy el fútbol es de resultados, no privilegia la gambeta de un Mané Garrincha, un Pelé o un Alberto Spencer, ha rendido pleitesía a empresarios e industriales en detrimento del jogo bonito, del espectáculo mismo. La gambeta ha pasado a segundo plano. Atufado por la técnica, el fútbol, ha cosificado al jugador, ha invadido los espacios de su intimidad, aun de la sexualidad al debatir sobre la conveniencia o no de tener relaciones sexuales antes de un partido de fútbol, ha permitido que las grandes cadenas de televisión regulen una de las pocas alegrías que tenía la masa al imponer la hora de inicio de los partidos, la tarifa para que se pague por ver, mientras afirman: “Mente sana en cuerpo sano” y anuncian bebidas alcohólicas, y propagan la imagen clásica del DT con un cigarrillo en la mano, al verse impotente de meter un gol.

“Los goles que se convierten en la cancha son los goles en contra de los dominados” afirma Gerhard Vinnai en su libro “El fútbol como ideología”. Hace tiempo que el fútbol dejó de ser un encuentro de amistad, confraternidad y sana competencia deportiva para transformarse en una gran empresa transnacional. Jugar por amor a la camiseta, defender los colores de una institución o del barrio, o simplemente hacer una pichanguita con los panitas del barrio, por el placer lúdico de meterle un golazo al arco iris, es ya cosa del pasado.