En el año 1992, el británico David Wheatley dirigió una película sobre la emigración africana hacia Europa. Se titulaba La Marcha y recuerdo que entre sus fuentes de financiación contó con el Parlamento Europeo. El argumento era cómo se iba conformando una gran masa de africanos miserables que se dirigían desde un campo de refugiados de Sudán hacia Europa, evidentemente a través de España, firmemente decididos a llegar, aunque sólo fuese a morir en las puertas de nuestras casas.
Recuerdo una escena en la que el líder africano le pregunta a una eurodiputada si tiene algún animal doméstico, ésta le responde que tiene un gato. El africano le propone ser a partir de entonces él su gato, haría lo que ella le pidiese a cambio de tan solo la alimentación, seguro que de que sólo la muerte le esperaba si permanecía Africa.
La película apenas fue difundida entonces, y hoy es imposible de encontrar ni de alquilar, ni de comprar, ni conseguir en internet. Por ello me voy a permitir contar el final. La marcha de miles de hambrientos y andrajosos africanos logra atravesar el Estrecho y desembarcar en las playas andaluzas sin que todos los intentos de los políticos lograsen disuadirles de su objetivo.
Allí, en la misma playa, les espera el ejército, concretamente eran cascos azules de la ONU, fuertemente armados que encañonan a hombres, mujeres y niños, desesperados y semidesnudos. La película termina con esa escena, dejando a los espectadores escandalizados y angustiados con el interrogante de cómo se iba a resolver esa situación.
A la mayoría nos pudo parecer una hipótesis algo teatral y forzosamente paradójica, eso de enfrentar a africanos hambrientos y desarmados contra un ejército, supuestamente, guardián de la paz como eran los cascos azules de la ONU.
Hoy hemos podido comprobar en Ceuta y Melilla, como aquella estremecedora escena se ha convertido en realidad. El enemigo de nuestras Fuerzas Armadas -soldados fuertemente entrenados y pertrechados para la guerra-, son hombres, mujeres y niños hambrientos y desesperados que buscan salir de la miseria. Y nadie parece que se haya escandalizado. Como tampoco lo hemos hecho mientras se iban desangrando en las alambradas que hemos puesto en la frontera con ese mismo objetivo, que se mueran con la carne hecha jirones antes de poder entrar en Europa.
Ya nadie recuerda que la Alemania reunificada juzgó y encarceló a los dos últimos presidentes de la República Democrática Alemana, Erich Honecker y Egon Krenz, acusados por la muerte de las personas que intentaron cruzar ilegalmente el Muro de Berlín. Qué pocas voces se oyen hoy comparando ese muro con el creado en torno a Europa, qué pocas voces encuentran parecidos entre morir tiroteado cruzando el muro de Berlín o morir desangrado por las púas de la alambrada de Ceuta y Melilla o una pelota de goma en esa frontera. Qué pocas voces, qué poca dignidad. La miseria económica de un lado de la alambrada se convierte en miseria moral al otro lado.
Rebelión
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