Insinuó, en medio de múltiples expresiones, el señor Alan García Pérez, que habría que esperar a una nueva composición política para esclarecer el escándalo de los audios en que se oyen las voces de Fernando Olivera y Genaro Delgado Parker. Por toda respuesta dijo que él “carece de toda esperanza” que con este Congreso y este gabinete haya chance de equilibrio. ¡Dios santo! ¿Y para qué existe su partido político, antaño esperanza popular mayoritaria? ¿no hay acaso marchas, huelgas de hambre, convocatoria a otras fuerzas de oposición como para dar una respuesta política valiente y de pantalones al feo entripado que protagoniza ese cadáver ambulante que se llama McM Fernando Olivera?

Si estamos en el escándalo 55, García dixit, ¿habrá que esperar que lleguemos al número 100 para alarmarse, entonces? No va a resultar fácil entender a un aspirante a la presidencia, que nos las tiene todas consigo, ¡precisamente!, por esta clase de censurables indefiniciones. Decir que el Ejecutivo tiene aún las herramientas y no la oposición, es no entender que apenas menos del 20% respalda a este gobierno a lo largo y ancho del país.

Cuando la nación aguarda que sus políticos, con las taras que la gente les reconoce como ínsitos, congénitos, naturales, reaccionen enérgicamente, el señor García Pérez pronuncia expresiones que destilan el amargo sabor que él impulsa una pasividad frente a groseras, vulgares y palurdísimas violaciones de la ética ciudadana y, acaso, de disposiciones penadas por la ley.

¡Este es el momento de actuar y no con la idiota “paciencia” de quien cree que las cosas caen del cielo, sino desde la tribuna parlamentaria, desde la columna periodística, desde el espacio radial o televisivo o desde la más modesta contribución por Internet! ¿Hay que hacer caer al régimen? Dudosamente necesita más detonantes, la administración toledista, para continuar su debacle. Sin los vistos buenos de la administración norteamericana que se mete en todo, no habría habido ninguna posibilidad, como hasta hoy, de supervivencia, en el lodo y en la vergüenza, pero encima de la línea de flotación.

Juzgo interesante hacer notar la indefinición de los partidos políticos. Con la excepción parcializada y carente de cualquier soporte, real o figurado, del FIM, agrupación que puede sufrir duramente la caída de su líder más importante, ninguna colectividad ha puesto los puntos sobre las íes. Lo “elegante”, lo “moderno”, lo “hábil” en Perú, es hablar boberías que suenen bien y que no digan nada. Nuestros políticos no dan discursos, dicen naderías. Y el envilecimiento es una realidad que frisa la cobardía y pusilanimidad más agudas de las que se tenga memoria.

Es innegable que el espíritu de cuerpo (hoy eres tú, mañana podría ser yo), funciona automáticamente. La mediocridad se arrebaña y forja sus propios antídotos contra el repudio ciudadano que no tiene acceso a los medios de comunicación. Para los partidos políticos, el ciudadano de a pie, es un votante, un guarismo, un sujeto, a quien hay que constreñir en pocas opciones para que emita su preferencia. Ciertamente, nunca habrá compromiso de ninguna especie porque el juego es mantener todo como está y esto perpetúa el modelo en que los ricos serán siempre muy ricos, y los pobres, per secula seculorum, muy pobres. ¡Qué infamia!

Alan García Pérez ha perdido la oportunidad de marcar diferencias. De repente está preso de esquemas clásicos y profundamente conservadores que buscan adecuarse al sistema. Sus declaraciones así le clasifican. ¡Error, mayúsculo error!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!