¿Son las masas, reales o imaginarias, buenas o malas? ¿hay que usarlas sólo como guarismos votantes, como integrantes de la barra entusiasta, sin decisión ni voz –y menos voto- en cualquier acción política? Decía Haya de la Torre que “no hay buenas ni malas masas, sólo buenos o malos dirigentes”. ¿A quiénes conviene tener masas carentes o ignorantes de cualquier arquitectura ideológica, sin conocimiento de sus derechos y deberes, huérfana de cualquier disciplina para brindar su concurso inteligente y valioso en pro de la justicia social y la revolución? ¡Evidentemente sólo a los malos dirigentes!

Cuando, como hoy ocurre, las masas aparecen sólo para vitorear lo que NO conocen ni analizan y son convocadas sólo para las urnas, entonces envilecemos la democracia al confinarla a esta estrecha, miope e insuficiente instancia mecánica. Ni el voto es por sí sólo, la expresión democrática suficiente, y tampoco los comicios respaldan el derecho de los pueblos a fiscalizar el accionar de sus elegidos y su fulminación o fusilamiento en el caso de su mal proceder o traición flagrante.

El sábado pasado asistí a un evento de suyo emotivo y evocador. Los que hace 35 años éramos jóvenes de volante y pinta por calles, carreteras y toda clase de escenarios, nos reencontrábamos en ambiente familiar jamás abdicado y decíamos presente para rescatar reivindicando banderas antimperialistas invictas por limpias y vigentes. Se habló de disciplina ideológica, de derechos humanos y su concepción moderna, de historia y remembranza por todos aquellos que no pudieron asistir porque habían emprendido el viaje sin retorno y, sobre todo, presidió la cita una espiritualidad hermanante y sabedora de la riqueza de ser una promoción política que advino a este terreno cuando no habían diputaciones, gobiernos regionales, ni cargos de ninguna especie posibles. Y este hecho demuestra que las grandes causas no perecen por el miedo ni por el tiempo.

La comprobación de que aún hay veta rescatable y futuro no impiden denotar que si existieron desviaciones, cuasi claudicaciones, es porque quienes debieron actuar no lo hicieron por esa mala interpretación de servir y no servirse. Los oportunistas, los capituleros, los traficantes políticos, los piratas y filibusteros que llegaron después, ocuparon diputaciones y senadurías, alcaldías y toda clase de cargos. Y no pocos discurrieron por las alamedas delincuenciales y atentatorias contra los derechos humanos que distanciaron a las masas de sus líderes por falta de orientación o educación política, virtudes que hubieran impedido semejantes crímenes.

La política no puede ser vil negociado culpable o tabladillo de pasiones inferiores como se ve hoy a través de los medios de comunicación. Un partido, cualquiera que fuese, no debe tener como fin y meta de su ambición, tan sólo la repartija de puestos o el asalto del presupuesto del Estado. Sólo los mejores deben llegar a las responsabilidades y a los rateros y estafadores, embusteros y vendedores de sebo de culebra, aunque hablen bonito o discurseen naderías y oropeles, hay que botarlos al basurero de la historia.

No hay buenas ni malas masas, sólo buenos y malos dirigentes. Tan criminal es prohibirle al militante sus cánticos y lemas, como vetarle el camino al conocimiento de la modernidad y del liderazgo. En esa tarea fundamental, irrenunciable como lo es la vida misma, tienen las promociones de antes y las que recién llegan, un compromiso que sólo puede reconocer una dinámica instructora, pedagógica y combativa. Quienes hagan lo contrario son apóstatas y proditores. Y lo dicho se aplica a cualquier partido que busque el poder a través de una formulación política clara, con fines puntuales y un engarzamiento con la ciencia y la tecnología de un mundo globalizado al que hay que responder con planteamientos y alternativas superiores que tengan como protagonista y actor más importante al pueblo en sus variadas, múltiples y diversas expresiones genuinas.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!