El presidente de Acción Popular, Víctor Andrés García Belaunde dijo que “El Frente de Centro es equidistante entre una posición de derecha e izquierda. Lo que buscamos es peruanizar el neoliberalismo”; y luego agregó: “hoy en día, las preocupaciones del Perú no son ideológicas, sino programáticas”. ¿En qué quedamos? La contradicción no puede ser más evidente. Mal puede decirse, sin caer en el ridículo estentóreo, que su opción es ideológicamente alternativa a izquierda y derecha para, a continuación, afirmar que basta con los programas porque las ideas ¡sobran!

Lo dicho por García Belaunde encaja perfectamente en el molde o arquetipo que siempre fue Acción Popular. Sin Fernando Belaunde y sus definiciones poéticas o aproximaciones geográficas, en las que fue un pionero indiscutible, este colectivo político careció de estructura ideológica siendo más bien un compendio coyuntural gris y borroso y que practicó en sus dos gobiernos.

Limitar a programas todo el ejercicio político resulta una expresión desafortunada. Entonces, ¿bastaría que todos los partidos lleguen al famoso consenso y lleven a cabo, sin ton ni son, cualquier iniciativa? ¿ya no hay diferencia entre las agrupaciones? ¿si todos son lo mismo, bajo el supuesto negado que las ideas están demás, no deberíamos estar en un país camino a una maravillosa democracia sin pobres ni desvalidos, sin injusticia social o ricos muy ricos y plutocráticos, racistas y anticholos y más de 20 millones de peruanos sobreviviendo bajo niveles vergonzantes?

En realidad, García Belaunde confiesa de modo público qué es su agrupación y cuál su posición defensora del status quo. Tiene como ambición, nada menos, que “peruanizar el neoliberalismo”. En buen romance, dejar las cosas como están, colocarles algún marbete con la palabra Perú y nada más. Su declaración tiene sabor sincero. Su conservadurismo palmario e inobjetable, nunca pretendió otra cosa.

Un norteamericano de origen nipón, Francis Fukuyama proclamó el fin de la historia y ganó mucho dinero. Hoy ya renegó de sus antiguas cuitas. Pero lo hizo al darse cuenta que aquella herejía distaba mucho de ser una realidad amistada con la historia social. Por tanto, desandó lo andado. Y continuó con su negocio de libros episódicos al amparo de una fama que en Estados Unidos siempre encontrará seguidores entusiastas. Pero Gringolandia es un terreno fértil para estas aventuras verbales, ¿lo es también el Perú?

Positivo, desde todo punto de vista, que los partidos políticos revelen sus reales puntos de vista de manera pública. Así, quien aspire, desde cualquier horizonte del espectro ciudadano, luchar por el cambio del Perú, sabrá que la ruta de Acción Popular, no es la más adecuada porque reniega de las ideas y resume su aspiración al simple revoltijo de programas que pueden ser remiendos o ridículos de increíble cocción.

Renunciar al juego libre de las ideas constituye una claudicación vergonzante. ¡Precisamente las ideas y cómo llevarlas a cabo, en multitud de ejercicios cívicos, diferencian a unos de otros! Pretender que la “peruanización del neoliberalismo” es una opción es decirle a la gente que tiene que seguir como está porque “así debe de ser”. ¡Y punto!

¿Admitirá el resto de partidos que ha llegado la hora de “renunciar” a las ideas y zurcir un programa que los hermane y los confunda en un cómplice acuerdo de cenáculo de espaldas al pueblo y a todas las esperanzas populares de justicia y libertad? ¡Tengo mis serias dudas!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!