Cada 23 de octubre, y como recado del corazón, dejo cualquier avatar político para saludar a mi hijo Alonso, que esta vez alcanzó sus primeros 16 años. Con más amigos de lo que puedo contar, premunido de un filón crítico que a veces saca de las casillas, vigoroso y alto, este joven, orgullo filial de marchamo inconfundible, camina por las rutas de Nuestra Señora la Vida, con paso rotundo, corazón contento y convicto que sólo él será el gran constructor de su vida, su obra, en suma de su promisorio futuro.

Todos los que somos hijos y ahora padres, sabemos que no hay felicidad más duradera que aquella que permite orientar al descubrimiento de sus metas, a quienes pronto tomarán la posta y guardianía de sus existencias. Pretender que los hijos sean lo que a nosotros gusta, no es sino un absurdo. En cambio, permitir que sus iniciativas florezcan, así fracasen o triunfen, siempre será un camino de libertad inabdicable que tendrá la virtud virtuosa del ejemplo democrático, piedra de toque, reto y respuesta.

Estos primeros 16 años llegan en la reminiscencia inmediata como si ayer mismo oyera sus llantos iniciales y gritos que dejaron sordas a muchas enfermeras. Tengo que sonreír, para mis adentros y mis afueras, cuando recuerdo que un buen día Alonso apareció caminando sin ayuda en la sala, previo remontar de su cuna y barrera de madera que ya entonces habían tornado insuficientes para contener a un huracán humano que fue y sigue dando demostraciones que los años han macerado, aún más, esa voluntad de acero, indomeñable y vehemente. Sospecho que alguna herencia tenía que demostrar y albergo la convicción que también tengo que ver en este perfil.

Recibí con Alonso la llegada aniversaria. En los diálogos de madrugada encontré respuestas asombrosas a no pocas de mis preguntas bobas. Suele ser muy común que los padres no aquilatemos que los chicos crecen, no sólo de tamaño y entonces, somos capaces de producir tonterías verbales que son atajadas rápidamente por los hijos. No pocas son las lecciones de hace pocas horas. Entendí que el niño trocó en hombre. Y yo seguí siendo el simplón iluso que se olvidó de contar que son ya 16 los que tiene este caballero de luenga estampa.

Saliendo del fraternal entorno hogareño, quisiera extender, como cuota ciudadana de inmensa alegría solidaria, mi abrazo a todos los chicos y chicas que hoy cumplen años. A ellos mi promesa, la misma que hago a diario invocando a mi hijo, que los mejores esfuerzos, los más indetenibles deseos, serán aquellos que procurarán un Perú libre, justo y culto. Veo a través de Alonso, la esperanza redentora que devolverá a nuestro país su esperanza revolucionaria. Creo que las nuevas generaciones tienen la inmensa responsabilidad de fiscalizar a quienes empezamos el nadir. Pero estoy convencido que a ellos tocará la indudable tarea de limpiar esta patria chica tan llena de pícaros, malhechores, rufianes y toda clase de delincuentes. En esa forja, en ese derrotero, estamos, como el soldado más humilde, disparando y peleando.

Alonso: en el pórtico de nuevas y emocionantes aventuras, salúdote con el indoblegable amor de padre, hermano mayor, amigo y custodio de boca cerrada de mil y un calaveradas. Hoy en tus primeros 16 años, que sea todo aquello que te enseñaron tus padres, acicate y espoleo, detonante y fulminante, diana y bengala, norte y luz de tu vida. Que nada te arredre, que los dicterios te fortalezcan, que la envidia agigante tu deseo justiciero de cambiar al Perú. Que cuanto has visto sea, sin duda alguna, lección y piedra de toque para no cometer yerros y, en cambio, manejar la nave de tu existencia hacia los puertos a que arriban los vencedores y los exitosos. ¡Que estos primeros 16 años sean riqueza y triunfo espiritual y señal de alerta para tu destino de hombre de bien al servicio de tu país, su gente y su historia! ¡Amén!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!