Ningún mandatario norteamericano se jactó tanto al ganar un segundo mandato en la Casa Blanca como Bush, quien anunció con bombo y platillo su decisión de “gastar el capital político” que le dieron en las urnas los electores en los comicios de 2004.

Es cierto que los votantes se inclinaron por el candidato republicano ante una agenda poco convincente presentada por los demócratas.

Sin embargo, la Casa Blanca malgastó ese respaldo, y gracias a las torpezas del poder Ejecutivo, ya la cuenta está en rojo.

Analistas alertan que ese déficit es peligroso. Bush es como un tigre herido, que para revertir la acelerada caída de su popularidad puede lanzar un zarpazo desesperado, ¿otra guerra?, ¿Siria?, ¿quién se atreve a pronosticarlo?

Digan lo que digan sus admiradores, Bush no es un presidente exitoso, a pesar del poder que ha tenido en la mano y la debilidad de los oponentes.

Llegado al gobierno por obra y gracias de las triquiñuelas políticas que caracterizan los comicios norteamericanos en los últimos tiempos, Bush arribó al 11 de septiembre de 2001 en franca crisis.

No obstante su tardía reacción al 11 de septiembre, los norteamericanos se agruparon a su alrededor al sentirse atacados y por su declaración de guerra al terrorismo.

Terrorismo, esa fue la palabra mágica que uso el gobierno para elevar el saldo de capital político durante el primer mandato. La manipulación del miedo como lema de la campaña para llegar a un segundo.

Se abrió el camino para invadir a Afganistán, un presunto nido de terroristas. Apoyo para Bush.

Se acudió al patriotismo y al miedo cuando se dijo a los estadounidenses que Irak tenía armas de destrucción masiva y que el país corría peligro de ser atacado.

Eso representó más capital para el gobernante, aunque después se comprobara que todo fue una falacia y que sólo estaban detrás del petróleo iraquí.

Al parecer, la estrategia falló. La agresión diseñada para que fuera un paseo se convirtió en un atolladero, que muchos comparan con Vietnam, del que cada día es más difícil salir.

Bush, “El magnífico”, “el elegido de Dios”, celebró su triunfo, se creó su propio espectáculo descendiendo con chamarra de piloto sobre una portaaviones para declarar ante la algarabía de sus seguidores: “Misión cumplida”.

Llegó a 2004 sin concluir la misión en Irak, pero su capital político era alto, tanto que ganó un segundo mandato.

Pero, Irak se convirtió en un fiasco, el Pentágono carece de una estrategia para terminar la guerra. La violencia se enseñorea en la nación árabe y la cifra de militares norteamericanos muertos se acerca a los dos mil.

La erosión del capital político de Bush es tanta que hasta sus colegas del Partido Republicano comienzan a abandonar el barco.

Faltando 13 meses para las elecciones legislativas del 2006, ya Bush no es confiable para sus camaradas de Partido y muchos se alejan de su figura.

Algo que erosionó también esa popularidad que lo presentaba como un “duro”, fue el escándalo de las torturas en la prisión de Abu Graib, mucho más tras su obstinación de vetar una prohibición votada por el Senado 90 votos contra nueve.

Para colmo de males, a Estados Unidos llegó el huracán Katrina y encontró a un presidente sometido a un fuego graneado de críticas, con poco aliento y sin casi nada que gastar.

El ocupante de la Casa Blanca demostró lo que es, un líder indeciso.

El país en desgracia, el presidente y el vicepresidente de vacaciones. Nadie al mando. Tres días de silencio gubernamental y de estupor de los estadounidenses, quienes abandonados a su suerte terminaron por perder la confianza en la Casa Blanca.

¿Cuánto le ha costado a Bush, en capital político, su pésima y desorientada actitud ante Katrina?, preguntó un reciente comentario del diario californiano La Opinión.

Por otra parte, los escándalos políticos que salpican a las más altas esferas del poder en la Unión también afectan a Bush.

El gobernante apoyó a Tom DeLay, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, acusado de corrupción y lavado de dinero.

Karl Rove, el “guru” y arquitecto de la carrera política del presidente y estratega de muchas victorias republicanas, está en capilla ardiente investigado por la presunta filtración de la identidad de una agente de la CIA.

Igual situación enfrenta Lewis Libby, jefe de despacho del vicepresidente Richard Cheney.

Para observadores, el presidente Bush está en sus últimos estertores aunque aún le resta un largo camino para completar su mandato, trayecto peligroso y que puede deparar sorpresas.

En este tiempo, tendrá que pedir “prestado” más capital político o intentar ganarlo con una nueva aventura como la de Irak.

PLNingún mandatario norteamericano se jactó tanto al ganar un segundo mandato en la Casa Blanca como Bush, quien anunció con bombo y platillo su decisión de “gastar el capital político” que le dieron en las urnas los electores en los comicios de 2004.

Es cierto que los votantes se inclinaron por el candidato republicano ante una agenda poco convincente presentada por los demócratas.

Sin embargo, la Casa Blanca malgastó ese respaldo, y gracias a las torpezas del poder Ejecutivo, ya la cuenta está en rojo.

Analistas alertan que ese déficit es peligroso. Bush es como un tigre herido, que para revertir la acelerada caída de su popularidad puede lanzar un zarpazo desesperado, ¿otra guerra?, ¿Siria?, ¿quién se atreve a pronosticarlo?

Digan lo que digan sus admiradores, Bush no es un presidente exitoso, a pesar del poder que ha tenido en la mano y la debilidad de los oponentes.

Llegado al gobierno por obra y gracias de las triquiñuelas políticas que caracterizan los comicios norteamericanos en los últimos tiempos, Bush arribó al 11 de septiembre de 2001 en franca crisis.

No obstante su tardía reacción al 11 de septiembre, los norteamericanos se agruparon a su alrededor al sentirse atacados y por su declaración de guerra al terrorismo.

Terrorismo, esa fue la palabra mágica que uso el gobierno para elevar el saldo de capital político durante el primer mandato. La manipulación del miedo como lema de la campaña para llegar a un segundo.

Se abrió el camino para invadir a Afganistán, un presunto nido de terroristas. Apoyo para Bush.

Se acudió al patriotismo y al miedo cuando se dijo a los estadounidenses que Irak tenía armas de destrucción masiva y que el país corría peligro de ser atacado.

Eso representó más capital para el gobernante, aunque después se comprobara que todo fue una falacia y que sólo estaban detrás del petróleo iraquí.

Al parecer, la estrategia falló. La agresión diseñada para que fuera un paseo se convirtió en un atolladero, que muchos comparan con Vietnam, del que cada día es más difícil salir.

Bush, “El magnífico”, “el elegido de Dios”, celebró su triunfo, se creó su propio espectáculo descendiendo con chamarra de piloto sobre una portaaviones para declarar ante la algarabía de sus seguidores: “Misión cumplida”.

Llegó a 2004 sin concluir la misión en Irak, pero su capital político era alto, tanto que ganó un segundo mandato.

Pero, Irak se convirtió en un fiasco, el Pentágono carece de una estrategia para terminar la guerra. La violencia se enseñorea en la nación árabe y la cifra de militares norteamericanos muertos se acerca a los dos mil.

La erosión del capital político de Bush es tanta que hasta sus colegas del Partido Republicano comienzan a abandonar el barco.

Faltando 13 meses para las elecciones legislativas del 2006, ya Bush no es confiable para sus camaradas de Partido y muchos se alejan de su figura.

Algo que erosionó también esa popularidad que lo presentaba como un “duro”, fue el escándalo de las torturas en la prisión de Abu Graib, mucho más tras su obstinación de vetar una prohibición votada por el Senado 90 votos contra nueve.

Para colmo de males, a Estados Unidos llegó el huracán Katrina y encontró a un presidente sometido a un fuego graneado de críticas, con poco aliento y sin casi nada que gastar.

El ocupante de la Casa Blanca demostró lo que es, un líder indeciso.

El país en desgracia, el presidente y el vicepresidente de vacaciones. Nadie al mando. Tres días de silencio gubernamental y de estupor de los estadounidenses, quienes abandonados a su suerte terminaron por perder la confianza en la Casa Blanca.

¿Cuánto le ha costado a Bush, en capital político, su pésima y desorientada actitud ante Katrina?, preguntó un reciente comentario del diario californiano La Opinión.

Por otra parte, los escándalos políticos que salpican a las más altas esferas del poder en la Unión también afectan a Bush.

El gobernante apoyó a Tom DeLay, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, acusado de corrupción y lavado de dinero.

Karl Rove, el “guru” y arquitecto de la carrera política del presidente y estratega de muchas victorias republicanas, está en capilla ardiente investigado por la presunta filtración de la identidad de una agente de la CIA.

Igual situación enfrenta Lewis Libby, jefe de despacho del vicepresidente Richard Cheney.

Para observadores, el presidente Bush está en sus últimos estertores aunque aún le resta un largo camino para completar su mandato, trayecto peligroso y que puede deparar sorpresas.

En este tiempo, tendrá que pedir “prestado” más capital político o intentar ganarlo con una nueva aventura como la de Irak.

PL

Ningún mandatario norteamericano se jactó tanto al ganar un segundo mandato en la Casa Blanca como Bush, quien anunció con bombo y platillo su decisión de “gastar el capital político” que le dieron en las urnas los electores en los comicios de 2004.

Es cierto que los votantes se inclinaron por el candidato republicano ante una agenda poco convincente presentada por los demócratas.

Sin embargo, la Casa Blanca malgastó ese respaldo, y gracias a las torpezas del poder Ejecutivo, ya la cuenta está en rojo.

Analistas alertan que ese déficit es peligroso. Bush es como un tigre herido, que para revertir la acelerada caída de su popularidad puede lanzar un zarpazo desesperado, ¿otra guerra?, ¿Siria?, ¿quién se atreve a pronosticarlo?

Digan lo que digan sus admiradores, Bush no es un presidente exitoso, a pesar del poder que ha tenido en la mano y la debilidad de los oponentes.

Llegado al gobierno por obra y gracias de las triquiñuelas políticas que caracterizan los comicios norteamericanos en los últimos tiempos, Bush arribó al 11 de septiembre de 2001 en franca crisis.

No obstante su tardía reacción al 11 de septiembre, los norteamericanos se agruparon a su alrededor al sentirse atacados y por su declaración de guerra al terrorismo.

Terrorismo, esa fue la palabra mágica que uso el gobierno para elevar el saldo de capital político durante el primer mandato. La manipulación del miedo como lema de la campaña para llegar a un segundo.

Se abrió el camino para invadir a Afganistán, un presunto nido de terroristas. Apoyo para Bush.

Se acudió al patriotismo y al miedo cuando se dijo a los estadounidenses que Irak tenía armas de destrucción masiva y que el país corría peligro de ser atacado.

Eso representó más capital para el gobernante, aunque después se comprobara que todo fue una falacia y que sólo estaban detrás del petróleo iraquí.

Al parecer, la estrategia falló. La agresión diseñada para que fuera un paseo se convirtió en un atolladero, que muchos comparan con Vietnam, del que cada día es más difícil salir.

Bush, “El magnífico”, “el elegido de Dios”, celebró su triunfo, se creó su propio espectáculo descendiendo con chamarra de piloto sobre una portaaviones para declarar ante la algarabía de sus seguidores: “Misión cumplida”.

Llegó a 2004 sin concluir la misión en Irak, pero su capital político era alto, tanto que ganó un segundo mandato.

Pero, Irak se convirtió en un fiasco, el Pentágono carece de una estrategia para terminar la guerra. La violencia se enseñorea en la nación árabe y la cifra de militares norteamericanos muertos se acerca a los dos mil.

La erosión del capital político de Bush es tanta que hasta sus colegas del Partido Republicano comienzan a abandonar el barco.

Faltando 13 meses para las elecciones legislativas del 2006, ya Bush no es confiable para sus camaradas de Partido y muchos se alejan de su figura.

Algo que erosionó también esa popularidad que lo presentaba como un “duro”, fue el escándalo de las torturas en la prisión de Abu Graib, mucho más tras su obstinación de vetar una prohibición votada por el Senado 90 votos contra nueve.

Para colmo de males, a Estados Unidos llegó el huracán Katrina y encontró a un presidente sometido a un fuego graneado de críticas, con poco aliento y sin casi nada que gastar.

El ocupante de la Casa Blanca demostró lo que es, un líder indeciso.

El país en desgracia, el presidente y el vicepresidente de vacaciones. Nadie al mando. Tres días de silencio gubernamental y de estupor de los estadounidenses, quienes abandonados a su suerte terminaron por perder la confianza en la Casa Blanca.

¿Cuánto le ha costado a Bush, en capital político, su pésima y desorientada actitud ante Katrina?, preguntó un reciente comentario del diario californiano La Opinión.

Por otra parte, los escándalos políticos que salpican a las más altas esferas del poder en la Unión también afectan a Bush.

El gobernante apoyó a Tom DeLay, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, acusado de corrupción y lavado de dinero.

Karl Rove, el “guru” y arquitecto de la carrera política del presidente y estratega de muchas victorias republicanas, está en capilla ardiente investigado por la presunta filtración de la identidad de una agente de la CIA.

Igual situación enfrenta Lewis Libby, jefe de despacho del vicepresidente Richard Cheney.

Para observadores, el presidente Bush está en sus últimos estertores aunque aún le resta un largo camino para completar su mandato, trayecto peligroso y que puede deparar sorpresas.

En este tiempo, tendrá que pedir “prestado” más capital político o intentar ganarlo con una nueva aventura como la de Irak.

PL