João Guimarães Rosa

Se trata de tres enfoques en los que una prosa de irresistible belleza y proverbial exactitud, nos arrastra a ese mundo mágico llamado Brasil donde la violencia, eterna compañera de la pobreza, la explotación y la ignorancia, adopta colores pintorescos al emparentarse con el sincretismo cultural que alimenta un misticismo mixturado con el fanatismo, el odio de clases y la romántica sensualidad de una tierra en la que los extremos existen para tocarse y que acaba de regalarnos otra paradoja perfecta.

Brasil, un país donde los civiles poseen más de 15 millones de armas de fuego, con las que cada años se matan más de 30 000 personas y donde las balas liquidan más gente que el cáncer, los accidentes de transito y el SIDA, acaba de aprobar con el voto de 122 millones de personas, el 64,46% de los electores, la completa y absurda liberalización del comercio y tenencia de armas de fuego. ¡Viva nuestra perdición!

El absurdo tiene una curiosa historia.

Alarmado por la saturación de la sociedad con las armas de fuego, en 1997 se aprobó la Primera Ley Brasilera de Control de Armas y en el 2003, el gobierno de Luis Ignacio Lula da Silva, promovió la adopción del conocido Estatuto del Desarme, que restringió la venta de armas y prohibió portarlas. Según se afirma, la medida tuvo un éxito rotundo al provocar que de un año para el otro, las muertes por este concepto disminuyeran en un 8% y se recogieran medio millón de armas.

Las cosas marchaban magníficamente, la política del gobierno disfrutaba del apoyo de las más importantes organizaciones populares, de la Iglesia y de la sociedad civil, respaldadas por líderes naturales como Ronaldo, Chico Buarque, Fray Betto y otras importantes figuras.

Prácticamente nadie defendía la ley del revolver y hasta hace apenas unos meses, las encuestas revelaban que el 70 % de los electores favorecía la decisión de prohibir el comercio de armas, situación que se modificó de la noche a la mañana.

El 80% de las armas en poder de civiles son de producción nacional y para complacer a los fabricantes de armas, el gobierno se comprometió a realizar un insólito referéndum en el que preguntó: “¿El comercio de armas de fuego y municiones debe ser prohibido en Brasil?”. El 64% dijo NO. La negativa alcanzó a los 27 estados del país.

El impacto del fracaso a una política gubernamental que hasta poco antes parecía exitosa se explica por varias razones: la intervención del lobby nacional y probablemente internacional de los fabricantes de armas que pagaron una vasta campaña publicitaria.

De haber adoptado la prohibición, Brasil podía arrastras tras sí al MERCOSUR y hubiera alentado a las fuerzas pacifistas, apoyadas también por los órganos de seguridad pública y los mandos militares deseosos de conservar el monopolio de las armas.

Por otra parte, la politización del tema en un momento en que el gobierno de Lula era objeto de otros cuestionamientos, arrastró al cambio de voto a las fuerzas opositoras que han presentado la decisión como una muestra de desconfianza al gobierno, según dicen, incapaz de proveer seguridad pública.

La paradoja es obvia: en lo adelante Brasil tendrá más armas y menos seguridad.

Recuerdo ahora que fue un brasileño quien me contó que la sentencia: “Un clavo saca a otro” la inventó un vendedor de clavos. Los referéndums sobre la libertad de tener armas de fuego sólo pueden inventarlos los vendedores de armas.