Al llegar a la Santa Sede en primavera de este año, el Sumo Pontífice Benedicto XVI proclamó el logro de la unidad ecuménica cristiana como una de las tareas centrales de su pontificado. Parece que el Vaticano ya empieza a dar pasos en esta dirección.

El Papa ha dirigido esta semana a Moscú al arzobispo Giovanni Lajolo, quien responde por las relaciones de la Santa Sede con otros Estados, o es, en esencia, ministro de Exteriores.

Invitado por su homólogo ruso Serguei Lavrov, Lajolo se reunirá en Moscú también con Cirilo, metropolita de Smolensk y Kaliningrado, quien encabeza el Departamento de Asuntos Eclesiásticos Exteriores del Patriarcado de Moscú, y con un grupo de parlamentarios. Durante las negociaciones se debatirá la posibilidad de elevar de estatuto las misiones diplomáticas de ambos Estados hasta el nivel de embajadas con plenitud de funciones.

Para la Iglesia Ortodoxa Rusa, igual que para el Vaticano, esta es una visita emblemática que anuncia el calentamiento de relaciones mutuas en un futuro, una visita la que se esperaba durante decenios.

El ataque lanzado contra el "telón de acero" por el antecesor del actual Pontífice, Juan Pablo Segundo, les obligó a los dirigentes totalitarios de la URSS a recrudecer las persecuciones a los católicos. Las parroquias rusas de la Iglesia Católica Romana fueron desplazadas a la clandestinidad, como si se tratase de una secta peligrosa para la salud. Los católicos pudieron respirar con alivio sólo en abril de 1991, en el apogeo de la perestroika, cuando en el país empezaron a inculcarse normas democráticas.

Dos años antes, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, el Papa dio la primera en la Historia audiencia a un líder del partido comunista. Era Mijaíl Gorbachev. Su histórica visita dio comienzo al renacimiento de la Iglesia Católica Romana en Rusia. Precisamente en aquel entonces Moscú estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano, verdad que a un nivel no muy alto.

Hoy día bajo el ala pastoril de la Conferencia de los Obispos Católicos de Rusia se encuentran 300 comunidades, que agrupan a más de medio millón de creyentes, incluido el católico más encumbrado: el ministro de Desarrollo Económico, Guerman Gref. Según reconocen los obispos, sus relaciones con las autoridades de Rusia han mejorado notablemente.

Pero el Estado ha sido incapaz de mitigar la tradicional aversión que hasta estos momentos ha sentido hacia los misionarios del catolicismo la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), la fundamental entre las confesiones del país. La IOR les reprocha a estos hermanos en Cristo estar cometiendo el pecado de proselitismo, o la intención de atraer a su lado a los parroquianos ortodoxos en el territorio canónico de la IOR.

El Vaticano rechaza tales pretensiones, afirmando que la IOR tiene una concepción distinta del proselitismo, más ampliada, que la del Vaticano. Los jerarcas del Patriarcado de Moscú ven en tales explicaciones una artería, haciendo recordar que el Vaticano usa los mismos criterios cuando ve afectados sus propios intereses. Por ejemplo, la Santa Sede no deja de indignarse por el "proselitismo agresivo" que se practica en el Brasil, donde las parroquias católicas sufren serias bajas a causa de la actividad que allí desarrollan las sectas protestantes, en particular la de pentecostistas.

Otra manzana de discordias entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa es la tensión que se mantiene a lo largo de decenios en torno a los greco-católicos ucranios, llamados uniatos. Las iglesias uniatas se subordinan al Vaticano, aunque cumplen el rito ortodoxo, sueñan con instituir su propio Patriarcado en Kíev y solicitan que Roma lo bendiga.
Todo ello, por supuesto, obstaculizaba el desarrollo del diálogo entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Las barreras adquirieron un carácter infranqueable en los años del conservador pontificado de Juan Pablo Segundo, quien se caracterizaba por la falta de flexibilidad en las respuestas que la Iglesia Católica tenía que dar a los numerosos retos de la nueva época.

En la cúpula de la IOR esperaban con cierta tristeza que Benedicto XVI, conocido por su apego al cristianismo fundamental, siguiese el camino de su predecesor. Afortunadamente, no sucede tal cosa. Las relaciones mejoran, parece real el acercamiento entre la Iglesia Ortodoxa Rusia y el Vaticano.

Se puede hacer tal conclusión, en particular, basándose en las recientes manifestaciones del cardinal Walter Kasper. "En lo que atañe a la Iglesia Ortodoxa Rusa, el hielo se derrite. El período glacial ecuménico no existe", dijo en rueda de prensa en Roma este alto dignatario del Vaticano que responde por el diálogo interconfesional. Kasper de momento no cree que el Sumo Pontífice visite Rusia próximamente, pero da a entender que la Santa Sede hace esfuerzos por eliminar los obstáculos que impiden la realización de ese histórico acontecimiento. La actual visita del arzobispo Giovanni Lajolo a Moscú es una confirmación de ello.

Tales ánimos coinciden con lo dicho hace un tiempo por el Patriarca de Moscú y toda Rusia, Alexis Segundo: con el advenimiento del nuevo Papa, en la vida eclesiástica de Roma empieza un nuevo período que contribuirá a "actualizar" sus relaciones con la ortodoxia rusa.
Enfrentadas a los males como el terrorismo, el SIDA y la contaminación del entorno, las dos Iglesias más grandes del mundo comprenden que ellas no tienen el derecho a huir de la cooperación y menospreciar la idea de la unidad cristiana. Al llegar a la Santa Sede en primavera de este año, el Sumo Pontífice Benedicto XVI proclamó el logro de la unidad ecuménica cristiana como una de las tareas centrales de su pontificado. Parece que el Vaticano ya empieza a dar pasos en esta dirección.

El Papa ha dirigido esta semana a Moscú al arzobispo Giovanni Lajolo, quien responde por las relaciones de la Santa Sede con otros Estados, o es, en esencia, ministro de Exteriores.

Invitado por su homólogo ruso Serguei Lavrov, Lajolo se reunirá en Moscú también con Cirilo, metropolita de Smolensk y Kaliningrado, quien encabeza el Departamento de Asuntos Eclesiásticos Exteriores del Patriarcado de Moscú, y con un grupo de parlamentarios. Durante las negociaciones se debatirá la posibilidad de elevar de estatuto las misiones diplomáticas de ambos Estados hasta el nivel de embajadas con plenitud de funciones.

Para la Iglesia Ortodoxa Rusa, igual que para el Vaticano, esta es una visita emblemática que anuncia el calentamiento de relaciones mutuas en un futuro, una visita la que se esperaba durante decenios.

El ataque lanzado contra el "telón de acero" por el antecesor del actual Pontífice, Juan Pablo Segundo, les obligó a los dirigentes totalitarios de la URSS a recrudecer las persecuciones a los católicos. Las parroquias rusas de la Iglesia Católica Romana fueron desplazadas a la clandestinidad, como si se tratase de una secta peligrosa para la salud. Los católicos pudieron respirar con alivio sólo en abril de 1991, en el apogeo de la perestroika, cuando en el país empezaron a inculcarse normas democráticas.

Dos años antes, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, el Papa dio la primera en la Historia audiencia a un líder del partido comunista. Era Mijaíl Gorbachev. Su histórica visita dio comienzo al renacimiento de la Iglesia Católica Romana en Rusia. Precisamente en aquel entonces Moscú estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano, verdad que a un nivel no muy alto.

Hoy día bajo el ala pastoril de la Conferencia de los Obispos Católicos de Rusia se encuentran 300 comunidades, que agrupan a más de medio millón de creyentes, incluido el católico más encumbrado: el ministro de Desarrollo Económico, Guerman Gref. Según reconocen los obispos, sus relaciones con las autoridades de Rusia han mejorado notablemente.

Pero el Estado ha sido incapaz de mitigar la tradicional aversión que hasta estos momentos ha sentido hacia los misionarios del catolicismo la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), la fundamental entre las confesiones del país. La IOR les reprocha a estos hermanos en Cristo estar cometiendo el pecado de proselitismo, o la intención de atraer a su lado a los parroquianos ortodoxos en el territorio canónico de la IOR.

El Vaticano rechaza tales pretensiones, afirmando que la IOR tiene una concepción distinta del proselitismo, más ampliada, que la del Vaticano. Los jerarcas del Patriarcado de Moscú ven en tales explicaciones una artería, haciendo recordar que el Vaticano usa los mismos criterios cuando ve afectados sus propios intereses. Por ejemplo, la Santa Sede no deja de indignarse por el "proselitismo agresivo" que se practica en el Brasil, donde las parroquias católicas sufren serias bajas a causa de la actividad que allí desarrollan las sectas protestantes, en particular la de pentecostistas.

Otra manzana de discordias entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa es la tensión que se mantiene a lo largo de decenios en torno a los greco-católicos ucranios, llamados uniatos. Las iglesias uniatas se subordinan al Vaticano, aunque cumplen el rito ortodoxo, sueñan con instituir su propio Patriarcado en Kíev y solicitan que Roma lo bendiga.
Todo ello, por supuesto, obstaculizaba el desarrollo del diálogo entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Las barreras adquirieron un carácter infranqueable en los años del conservador pontificado de Juan Pablo Segundo, quien se caracterizaba por la falta de flexibilidad en las respuestas que la Iglesia Católica tenía que dar a los numerosos retos de la nueva época.

En la cúpula de la IOR esperaban con cierta tristeza que Benedicto XVI, conocido por su apego al cristianismo fundamental, siguiese el camino de su predecesor. Afortunadamente, no sucede tal cosa. Las relaciones mejoran, parece real el acercamiento entre la Iglesia Ortodoxa Rusia y el Vaticano.

Se puede hacer tal conclusión, en particular, basándose en las recientes manifestaciones del cardinal Walter Kasper. "En lo que atañe a la Iglesia Ortodoxa Rusa, el hielo se derrite. El período glacial ecuménico no existe", dijo en rueda de prensa en Roma este alto dignatario del Vaticano que responde por el diálogo interconfesional. Kasper de momento no cree que el Sumo Pontífice visite Rusia próximamente, pero da a entender que la Santa Sede hace esfuerzos por eliminar los obstáculos que impiden la realización de ese histórico acontecimiento. La actual visita del arzobispo Giovanni Lajolo a Moscú es una confirmación de ello.

Tales ánimos coinciden con lo dicho hace un tiempo por el Patriarca de Moscú y toda Rusia, Alexis Segundo: con el advenimiento del nuevo Papa, en la vida eclesiástica de Roma empieza un nuevo período que contribuirá a "actualizar" sus relaciones con la ortodoxia rusa.
Enfrentadas a los males como el terrorismo, el SIDA y la contaminación del entorno, las dos Iglesias más grandes del mundo comprenden que ellas no tienen el derecho a huir de la cooperación y menospreciar la idea de la unidad cristiana.

Al llegar a la Santa Sede en primavera de este año, el Sumo Pontífice Benedicto XVI proclamó el logro de la unidad ecuménica cristiana como una de las tareas centrales de su pontificado. Parece que el Vaticano ya empieza a dar pasos en esta dirección.

El Papa ha dirigido esta semana a Moscú al arzobispo Giovanni Lajolo, quien responde por las relaciones de la Santa Sede con otros Estados, o es, en esencia, ministro de Exteriores.

Invitado por su homólogo ruso Serguei Lavrov, Lajolo se reunirá en Moscú también con Cirilo, metropolita de Smolensk y Kaliningrado, quien encabeza el Departamento de Asuntos Eclesiásticos Exteriores del Patriarcado de Moscú, y con un grupo de parlamentarios. Durante las negociaciones se debatirá la posibilidad de elevar de estatuto las misiones diplomáticas de ambos Estados hasta el nivel de embajadas con plenitud de funciones.

Para la Iglesia Ortodoxa Rusa, igual que para el Vaticano, esta es una visita emblemática que anuncia el calentamiento de relaciones mutuas en un futuro, una visita la que se esperaba durante decenios.

El ataque lanzado contra el "telón de acero" por el antecesor del actual Pontífice, Juan Pablo Segundo, les obligó a los dirigentes totalitarios de la URSS a recrudecer las persecuciones a los católicos. Las parroquias rusas de la Iglesia Católica Romana fueron desplazadas a la clandestinidad, como si se tratase de una secta peligrosa para la salud. Los católicos pudieron respirar con alivio sólo en abril de 1991, en el apogeo de la perestroika, cuando en el país empezaron a inculcarse normas democráticas.

Dos años antes, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, el Papa dio la primera en la Historia audiencia a un líder del partido comunista. Era Mijaíl Gorbachev. Su histórica visita dio comienzo al renacimiento de la Iglesia Católica Romana en Rusia. Precisamente en aquel entonces Moscú estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano, verdad que a un nivel no muy alto.

Hoy día bajo el ala pastoril de la Conferencia de los Obispos Católicos de Rusia se encuentran 300 comunidades, que agrupan a más de medio millón de creyentes, incluido el católico más encumbrado: el ministro de Desarrollo Económico, Guerman Gref. Según reconocen los obispos, sus relaciones con las autoridades de Rusia han mejorado notablemente.

Pero el Estado ha sido incapaz de mitigar la tradicional aversión que hasta estos momentos ha sentido hacia los misionarios del catolicismo la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), la fundamental entre las confesiones del país. La IOR les reprocha a estos hermanos en Cristo estar cometiendo el pecado de proselitismo, o la intención de atraer a su lado a los parroquianos ortodoxos en el territorio canónico de la IOR.

El Vaticano rechaza tales pretensiones, afirmando que la IOR tiene una concepción distinta del proselitismo, más ampliada, que la del Vaticano. Los jerarcas del Patriarcado de Moscú ven en tales explicaciones una artería, haciendo recordar que el Vaticano usa los mismos criterios cuando ve afectados sus propios intereses. Por ejemplo, la Santa Sede no deja de indignarse por el "proselitismo agresivo" que se practica en el Brasil, donde las parroquias católicas sufren serias bajas a causa de la actividad que allí desarrollan las sectas protestantes, en particular la de pentecostistas.

Otra manzana de discordias entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa es la tensión que se mantiene a lo largo de decenios en torno a los greco-católicos ucranios, llamados uniatos. Las iglesias uniatas se subordinan al Vaticano, aunque cumplen el rito ortodoxo, sueñan con instituir su propio Patriarcado en Kíev y solicitan que Roma lo bendiga.
Todo ello, por supuesto, obstaculizaba el desarrollo del diálogo entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Las barreras adquirieron un carácter infranqueable en los años del conservador pontificado de Juan Pablo Segundo, quien se caracterizaba por la falta de flexibilidad en las respuestas que la Iglesia Católica tenía que dar a los numerosos retos de la nueva época.

En la cúpula de la IOR esperaban con cierta tristeza que Benedicto XVI, conocido por su apego al cristianismo fundamental, siguiese el camino de su predecesor. Afortunadamente, no sucede tal cosa. Las relaciones mejoran, parece real el acercamiento entre la Iglesia Ortodoxa Rusia y el Vaticano.

Se puede hacer tal conclusión, en particular, basándose en las recientes manifestaciones del cardinal Walter Kasper. "En lo que atañe a la Iglesia Ortodoxa Rusa, el hielo se derrite. El período glacial ecuménico no existe", dijo en rueda de prensa en Roma este alto dignatario del Vaticano que responde por el diálogo interconfesional. Kasper de momento no cree que el Sumo Pontífice visite Rusia próximamente, pero da a entender que la Santa Sede hace esfuerzos por eliminar los obstáculos que impiden la realización de ese histórico acontecimiento. La actual visita del arzobispo Giovanni Lajolo a Moscú es una confirmación de ello.

Tales ánimos coinciden con lo dicho hace un tiempo por el Patriarca de Moscú y toda Rusia, Alexis Segundo: con el advenimiento del nuevo Papa, en la vida eclesiástica de Roma empieza un nuevo período que contribuirá a "actualizar" sus relaciones con la ortodoxia rusa.
Enfrentadas a los males como el terrorismo, el SIDA y la contaminación del entorno, las dos Iglesias más grandes del mundo comprenden que ellas no tienen el derecho a huir de la cooperación y menospreciar la idea de la unidad cristiana.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)