No hay que hurgar excesivamente en los procesos que en el siglo XIX acompañaron su independencia, a la prosperidad económica asociada a un inmenso territorio, dotado de cuantiosos recursos naturales y condiciones excepcionalmente favorables para la ganadería y la agricultura para coincidir con que el mundo se forma por: ricos, pobres y argentinos.

La orgullosa Nación latinoamericana que en el siglo XIX exportaba cereales a Europa, contaba con una casi tres mil kilómetros de vía férreas por las que circulaban un millón de toneladas de cargas y tres millones de pasajeros, que en 1926 inauguró su primera fabrica de aviones y era ya el mayor exportador mundial de carnes, maíz, linaza y avena, el tercero en trigo y harina y que, en 1930 ocupaba el séptimo lugar mundial en cuanto a la renta per cápita, era 50 años después un empobrecido país gobernado por dictaduras antidiluvianas.

Con un territorio cinco veces mayor que el de España, favorecida por la temprana intervención del estado en la economía y donde el populismo y la demagogia abusaron hasta el hartazgo, Argentina creó un fuerte sector público, dio a la economía una cierta orientación social y fue luego convertida en empobrecida factoría por efecto de desastrosas políticas neoliberales.

Aunque el auge económico, benefició sobre todo a la oligarquía y a las elites nativas, también propició el crecimiento de la clase obrera y concomitantemente con ella del movimiento sindical con grandes y poderosas organizaciones proletarias.

El peronismo, un fenómeno exclusivamente argentino, altamente contradictorio, ha dominado la política argentina, caracterizada en los últimos sesenta años, por la alternancia de interregnos de democracia y largos períodos de dictaduras militares que, en connivencia con la oligarquía nativa aliada a los Estados Unidos, endeudaron el país, introdujeron el neoliberalismo y crearon métodos de represión política basados en el extermino físico de la oposición que dio lugar a 30 000 desaparecidos.

De las juntas militares a las democracias tuteladas que pactaron la impunidad y profundizaron el neoliberalismo vendiendo el país a precio de remate, los argentinos cuyo estilo de vida fue paradigma, descendieron a la más oprobiosa miseria.

La Argentina en la que el capitalismo de segunda generación perdió su mejor oportunidad y donde el fundamentalismo neoliberal ha conducido a los peores resultados, es la mejor vitrina para exhibir el más sonado fracaso y el peor escenario para intentar revivir una doctrina que aportó todo lo que podía: nada.

El repudio al imperio y a su representante, el presidente Bush no es un acto de ira circunstancial ni el resultado de una coyuntura política adversa, sino la expresión de un sentimiento de frustración continental que viene de la América profunda y encuentra en la Cumbre de los Pueblos una legitima tribuna.