¿Qué tiene de valiente un individuo que aprovechando un viaje al exterior, simplemente no volvió al Perú, envió un fax y se hospedó en su país, Japón, durante largos y cómodos cinco años sin responder por todas las trapacerías y actos delictivos que se le achacan? El que tiene agallas enfrenta los cargos, los desmenuza y sigue en vigencia, no por la acción de mafias muy bien solventadas por propósitos torvos que el establishment financia sino porque la razón le asiste y tiene cómo demostrar su honestidad. Fujimori es además de despreciable ¡un nipón cobarde!

Como este gobierno ha sido tan feraz en la producción de insensateces, desvaríos, desaguisados de mil y un tipos, al margen de un número apreciable de hechos correctos en obras de infraestructura y custodia de la economía, alguien ha llamado a esto un fujimorismo sin Fujimori, la imagen “dura” del nipón pareciera constituir una alternativa para sectores de la población desilusionados con Toledo y los partidos actuales. ¿De qué otro modo se explica que no menos de un 15 ó 20% simpatice con este remedo de guerrero que nunca consideró siquiera, por miedo cerval, aplicarse el hara kiri?

En el decenio fujimorista se entregó casi todo el patrimonio industrial y de riquezas naturales del Perú a empresas extranjeras que vinieron con leyes y contratos llave en mano. La desprotección del trabajador se reflejó en el crecimiento de ambulantes por todo el país. Ingenieros nucleares, magísteres en educación, expertos en nutrición, hombres o mujeres con dos o tres profesiones, labradas en el duro yunque del estudio esforzado y a veces en ultramar, debieron conducir autos y hacer de taxistas ¡porque no tenían trabajo en ninguna parte! La globalización espiritual merced a programas de televisión y propaganda estupidizante hizo presa de enormes conjuntos poblacionales.

La democracia, no exclusivamente aquella que se ve en las urnas, fue devaluada. Los logreros, los delincuentes de cuello y corbata, los monreros de blue jean y los niños bien que predicaban el “modernismo” del régimen fujimorista, contribuyeron en no poco a hacer que este país se transformara en una caricatura sin historia, carente de tradición, renegadora de sus mejores valores. ¿Qué sustancia tenía para Fujimori, nipón –y cobarde por añadidura- cualquier cosa que refiriese a la tradición andina de la reciprocidad? ¡Nada! Con él, Perú envileció y se transformó en una chacra en que cada centímetro tenía un costo y un valor en nombre de la globalización.

¿Qué hicieron los partidos? El 90% del universo político concedió hasta que se les hizo irrespirable el ambiente. La prensa se adecuó a la pitanza publicitaria. Varios señorones contrataron con el gobierno en múltiples estudios, asesorías y añagazas de reforma del Estado, del Poder Judicial, de sinecuras mil. Ahora se llaman “luchadores” contra la dictadura, pero no mencionan los pingues negocios que llevaron a cabo con el régimen delincuencial de Fujimori. Uno de esos farsantes, Niño Diego García Sayán, llegó a ser canciller de Toledo y no se le ocurrió más barbaridad que condecorar en el 2002, justo cuando pulverizaban en Chile a Aerocontinente, a la canciller de ese país Soledad Alvear que pasaba por Lima.

¿Qué hay detrás de Fujimori? Muchos intereses, demasiado que conservar, copiosas fórmulas perversas de mantener engrilletado al Perú a fórmulas sucias, cohonestadoras de una falsa modernización que en realidad sólo convierte a los seres humanos en simples y vulgares guarismos de sistemas económicos individualistas y fracturadores de cualquier amalgama social que procure un Perú libre, justo y culto.

El vector se llama Alberto Fujimori. Kenya no es más que un nipón cobarde. Fleco de hombre, traidor al Perú, se guarece porque el sistema así lo preserva. Y aquí los partidos políticos no saben qué hacer para superar una situación que los tiene locos por mediocres y en vilo por indefinidos. ¡Qué falta de pantalones!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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Fujimori: ¡un nipón cobarde!
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