La tradicional alianza de la corona británica con su ex colonia de América, alianza que sirvió de basamento a la política exterior británica tanto en la época de Winston Churchill como en la de Margareth Thatcher, se encuentra hoy en tela de juicio. En efecto, el Reino Unido no tiene otro remedio que escoger entre su compromiso atlantista y sus intereses europeos. Sin embargo, como señala Cedric Housez al analizar las declaraciones de los dirigentes británicos, el Reino Unido rechaza esa elección. El cuestionamiento sobre la participación de Tony Blair en las aventuras militares de George W. Bush se limita, por ahora, a la expresión de una voluntad de equilibrio de las relaciones transatlánticas.
Vistas desde Francia, las relaciones entre el Reino Unido y Estados Unidos parecen regirse aún, del lado de Londres, según la frase que Winston Churchill le dirigió a Charles De Gaulle y que este último cita en sus Mémoires de Guerre: «¡Sepa usted, general, que cada vez que tengamos que escoger entre Europa y el mar abierto, escogeremos siempre el mar abierto!». Esa frase marcó profundamente la historiografía francesa de la Segunda Guerra Mundial y es mencionada invariablemente cada vez que se habla de las relaciones entre Estados Unidos y Gran Bretaña o de la presencia británica en Europa.
Hoy por hoy, si nos atenemos a las declaraciones de los representantes del Partido Laborista o del Partido Conservador británicos o a lo que escriben los principales editorialistas, pudiera parecer que el Reino Unido sigue siendo fiel a los principios de Churchill. Londres aparece como el más próximo aliado, podría decirse que hasta el vasallo más fiel, de Washington a nivel mundial. Sin embargo, a partir de la guerra contra Irak y de las bajas que han sufrido las tropas británicas, un punto de vista diferente ha logrado encontrar al fin su forma de expresión en parte de la prensa británica y en la arena política. Analistas británicos de las relaciones internacionales y asuntos de defensa, así como algunos políticos, están poniendo en tela de juicio la «relación privilegiada» que une a Estados Unidos y el Reino Unido. Pero esa posición está lejos de ser mayoritaria en el plano mediático y no ha encontrado aún una amplia expresión política. Además, el deseo británico de independencia con respecto a Estados Unidos sigue estando marcado por una forma de ambigüedad.
Por otro lado, si los argumentos de los partidarios de una estrecha asociación entre Londres y Washington están bien desarrollados y se basan en años de discursos políticos y lazos bilaterales, los de sus oponentes se ven, al menos por el momento, ligados a un contexto reciente y necesitan aún largas explicaciones en la medida en que van contra la corriente mainstream.
La «relación privilegiada»
A partir de la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, Londres y Washington desarrollaron muy estrechos vínculos. Estos lazos, a los que a menudo se ha aplicado el término de «relación privilegiada», son uno de los ejes tradicionales de la política exterior británica. La entrada del Reino Unido en la Unión Europea, en 1972, trajo modificaciones a esa doctrina. A partir de entonces, el Reino Unido se presenta como un «puente» entre Europa y Estados Unidos y, por tanto, como garante de las buenas relaciones transatlánticas. Tony Blair insistió mucho en ese punto en entrevista concedida al Financial Times en abril de 2003 [1]. En esa misma entrevista, el primer ministro británico condenaba la posición franco-alemana de aquel entonces sobre la necesidad del surgimiento de un mundo multipolar. Según Blair, esto último sólo podría dar lugar a la aparición de potencias rivales y no era posible ningún tipo de cooperación a largo plazo. Ante la hegemonía que Estados Unidos ejerce hoy a nivel mundial, Blair apoyaba el desarrollo de un mundo unipolar en que el polo occidental estaría unificado tras Estados Unidos gracias a la labor del Reino Unido como intermediario.
Sólo raramente ha sido expresada con tanta claridad esa doctrina, pero se trata del postulado sobre el cual se basan la mayoría de las declaraciones de las élites laboristas o conservadoras sobre las cuestiones de política exterior.
Una precisión se impone sin embargo: ese postulado se expresa mucho más frecuentemente en la prensa británica que cuando esas mismas personas se expresan ante los demás medios europeos: Cuando laboristas o conservadores escriben en la prensa europea continental, muestran a menudo un fervor europeo que se desmiente luego en su propia prensa nacional. Siendo aún ministro británico de Asuntos Europeos, Denis McShane publicó, el 28 de febrero, en el diario conservador francés Le Figaro, un llamado dirigido a los electores franceses a favor del Tratado Constitucional Europeo (TCE) [2]. En aquel llamado, McShane afirmaba que muchos británicos estimaban que el TCE era de inspiración francesa y se mostraba cortés para con los ciudadanos franceses. Después de las elecciones legislativas británicas, McShane perdió su cartera de ministro de Asuntos Europeos y, libre ya del lenguaje diplomático, pudo entregarse a diatribas francófobas [3] o reclamar la paternidad británica del TCE [4] en la prensa de su país. Actualmente, integra incluso el nuevo think-tank de los neoconservadores del Reino Unido, la Henry Jackson Society.
Cuando los líderes británicos se dirigen a la opinión pública de su propio país o a la de Estados Unidos, el tono es muchísimo menos eurófilo y valorizan mucho más la alianza con Estados Unidos. En una tribuna publicada en el Daily Telegraph en junio de 2004 [5], el dirigente conservador de aquel entonces, Michael Howard, desarrolló una argumentación que es casi el arquetipo de ese punto de vista. En ella elogiaba el modelo anglosajón frente al modelo europeo y glorificaba la productividad de Estados Unidos comparándola con la de la Unión Europea. Estimaba, además, que la Unión Europea ponía en peligro la identidad británica. Ante aquella percepción de la situación, resultaba evidente qué tipo de política había que aplicar…
Ese enfoque también está muy presente en la prensa del magnate de los medios de difusión Rupert Murdoch. Estos casi siempre estigmatizan la integración del Reino Unido a la Unión Europea y la describen como un obstáculo para la independencia nacional mientras que presentan, por el contrario, el vínculo con Estados Unidos como un factor de independencia e incluso de poderío nacional. Estados Unidos, en efecto, es presentado casi siempre a los lectores como una fuerza bruta que puede ser orientada y conducida por Londres en beneficio de los intereses británicos.
En resumen, para los partidarios de la «relación privilegiada», es de buen tono glorificar el mundo unipolar. Estados Unidos debe ser la locomotora de un polo occidental que domine el mundo y beneficie al resto de la humanidad (todos los discursos de Tony Blair sobre la ayuda que los países occidentales pueden aportar a los países en vías de desarrollo apuntan en ese sentido). Hay que enganchar los países europeos a la locomotora estadounidense y ese vínculo debe crearlo el Reino Unido. Por consiguiente, la OTAN se ve sistemáticamente valorizada o presentada como una organización que es necesario defender si parece fragilizada. Por el contrario, los conservadores estigmatizan a la Unión Europea por su inconsistencia mientras que sus «partidarios» laboristas la presentan como una estructura de tipo económico que es necesario reformar para aproximarla al modelo anglosajón. En ningún caso se ve a la UE como una organización que pudiera convertirse en un polo político independiente (no hablemos ya de competencia) de Estados Unidos.
Sin embargo, hoy en día ese discurso no encuentra eco en la opinión británica. El número de víctimas británicas en Irak va en aumento cada día, al igual que los nuevos escándalos sobre el comportamiento de los militares de Su Majestad contra la población civil en Irak, y la colaboración con Estados Unidos en ese país es motivo de disgusto.
Irak: la «relación privilegiada» se debilita
Contrariamente a lo sucedido con los conflictos de Kosovo o de Afganistán, la guerra de Irak tuvo poca aceptación en el Reino Unido. Hubo importantes manifestaciones de oposición a la invasión, antes de su comienzo. Fue entonces que empezaron a aparecer caricaturas en las que se caracterizaba a Tony Blair como el perro faldero de George W. Bush. Así mismo, el cantante británico George Michael sacó en 2002, unos meses antes de la invasión contra Irak, una canción intitulada Shoot the Dog (Maten el perro). En el video-clip de esa canción, se veía a Tony Blair recogiendo, como un perrito, un palo que tiraba George W. Bush.
Ese tipo de ataques contra el primer ministro británico no pasaba, sin embargo, del plano personal. El problema que se señalaba era la sumisión de Tony Blair y de su gobierno ante la administración de Bush, no el problema de los vínculos entre británicos y estadounidenses.
El ex ministro conservador Malcolm Rifkind fue de los que más insistieron en la naturaleza personal del problema, tanto en la prensa británica como en sus intervenciones públicas. En un discurso pronunciado el 17 de noviembre de 2003 en la London School of Economics, recordó que, en el pasado, la «relación privilegiada» entre Londres y Washington no excluía la crítica y mostró el mayor desprecio por la actitud de Tony Blair [6]. Más tarde, aconsejó al Partido Conservador que hiciera el papel de contraparte de Tony Blair y que combatiera al primer ministro laborista apoyando la «relación privilegiada» pero mostrándose crítico hacia George W. Bush y su equipo [7].
Ese enfoque no es exclusivo de los conservadores. La crítica de los lazos personales que unen a Tony Blair y George W. Bush sin condenar la «relación privilegiada» aparece también en un sector de los liberal-demócratas y los laboristas que se oponen a la política del primer ministro. Esto se hizo especialmente evidente durante la campaña electoral estadounidense anterior a la elección presidencial de noviembre de 2004. En aquel momento, el ex ministro de Relaciones Exteriores de Tony Blair, Robin Cook, criticó la relación personal entre George W. Bush y Tony Blair y dejó entrever su inquietud por lo que sería de la «relación privilegiada» si John Kerry ganaba las elecciones [8]. El argumento emanaba de un laborista que se opone a Tony Blair y que tiene estrechos vínculos con el partido demócrata estadounidense, y al ex consejero de Tony Blair para las Relaciones Públicas, Alastair Campbell, le resultó fácil responderle [9]. Poniendo de relieve los lazos que unieron anteriormente a Tony Blair y Bill Clinton, Campbell anunciaba que los lazos que unían al Reino Unido y Estados Unidos eran una constante que resistía a cualquier cambio de gobierno.
Fue así que, en un primer tiempo, el argumento de la locomotora estadounidense que debe dirigir el polo dominante occidental con el apoyo británico no fue puesto en tela de juicio. En cambio, entre los partidarios de la «relación privilegiada» existía inquietud en cuanto a la capacidad del «motorista» británico para dirigir la locomotora, o por lo menos de influirla. La denuncia de la docilidad británica no estimulaba a los líderes políticos británicos, laboristas y conservadores, a interrogarse sobre la conveniencia del modelo unipolar y sobre el lugar del Reino Unido dentro de ese modelo. La discusión tenía que ver solamente con la actitud, no con la posición, de Londres en el orden mundial que desea Estados Unidos.
Sin embargo, el mismo día que Alastair Campbell, y en el mismo diario, el ex consejero de Robin Cook, David Clark, ponía en duda el análisis del ex spin doctor yendo incluso más lejos que su antiguo empleador [10].
Para el autor, la guerra de Irak demostró que los británicos se han convertido en vasallos de Estados Unidos y no en aliados en la dirección del mundo. Sin tener en cuenta un posible cambio de gobierno en Washington, el autor pedía que Londres recuperase su independencia y ponía en duda los fundamentos mismos de la «relación privilegiada». Sin abordar el tema del mundo unipolar, rechazaba el argumento según el cual los británicos no pueden más que beneficiarse de su alianza con Washington.
El texto de Clark significaba una ruptura para una parte de los laboristas, pero no venía de la nada. Llegó acompañado y precedido de una sucesión de artículos de expertos británicos en relaciones internacionales o en cuestiones de defensa que habían decidido poner en duda el paradigma fundador de la política exterior británica.
La oposición de los expertos y analistas.
En septiembre de 2003, apenas seis meses después del inicio de la invasión a Irak, la nueva presidenta del muy prestigioso Royal Institute of International Affairs, la doctora DeAnne Julius, provocó revuelo con su discurso de inauguración del nuevo ciclo de estudios de su
instituto [11]. Explicó ampliamente los intereses económicos divergentes que oponen hoy a Estados Unidos y el Reino Unido, y que hacen surgir dudas sobre las condiciones de la «relación privilegiada». Aquel discurso sonó como una advertencia dirigida a Washington: la clase dirigente británica podría dejar de mantenerse vinculada a la política estadounidense si esta última persiste en el unilateralismo. Una vez más, sin embargo, el problema no reside tanto en el mundo unipolar como en la consulta de los intereses británicos dentro del polo dominante.
Después de aquel discurso, numerosos expertos intervinieron regularmente en la prensa para denunciar el control de Estados Unidos sobre los servicios de inteligencia británicos y la docilidad de Londres ante las directivas de Washington. Aquellas intervenciones fueron alcanzando mayor eco a medida que la opinión británica se indignaba ante la manera como su gobierno enterraba el caso Kelly (el escándalo en torno al supuesto suicidio del experto en armamento del ministerio de Defensa, David Kelly, quien había informado a la BBC de las mentiras sobre las armas iraquíes de destrucción masiva).
The Independent dio así muy a menudo la palabra al profesor Brian Jones, ex colega del Dr. Kelly, para que contara cómo se organizó el engaño y las presiones de que fue objeto su equipo para que revisara sus informes sobre el armamento iraquí [12]. Aunque Jones no insistió específicamente sobre la cuestión de la independencia británica en la descripción del ambiente que existía en su equipo antes de la guerra contra Irak, se siente en esos textos la influencia de los dirigentes británicos sometidos al programa de propaganda trazado en Washington.
Los análisis de Crispin Black (ex teniente coronel del ejército británico) y Dan Plesch (investigador en el Royal Institute of International Affairs) irán mucho más allá en sus artículos publicados en el Guardian. Este diario se convertirá además en tribuna para todos aquellos que se oponen al control estadounidense sobre los servicios de inteligencia y el aparato del Estado británico. Crispin Black denunciará en él sobre todo la presencia y la influencia de miembros de la inteligencia estadounidense en las reuniones de alto nivel de los servicios secretos británicos [13]. Dan Plesch irá aún más lejos. Denunciará también la relación de vasallaje plasmada en la «relación
privilegiada» [14], llegando incluso a abogar junto al diputado Adam Price por la apertura de un expediente a favor del impeachment contra Tony Blair [15].
El más duro golpe contra la «relación privilegiada» fue sin embargo el que le asestaron 52 diplomáticos británicos el 27 de abril 2004. Saliendo de la reserva que se les impone, incluso después de pasar al retiro, estos diplomáticos publicaron simultáneamente en The Independent y The Guardian una carta abierta al Primer Ministro. Este hecho sin precedente constituía una verdadera revuelta del personal del Foreign Office. Debido a su importancia, Downing Street tuvo que renunciar a la adopción de sanciones. Los firmantes hicieron en aquel llamado el catastrófico balance de la Coalición en Irak, llamaron a un inmediato reajuste de la política aplicada en común con Estados Unidos y, lo que es más grave, en caso de una negativa de los políticos, preveían la ruptura de la «relación privilegiada».
Ante la multiplicación de estos llamados, la revisión de la relación entre Estados Unidos y el Reino Unido se convirtió pronto en el caballo de batalla de algunos parlamentarios británicos.
Los parlamentarios contra la «relación privilegiada»
Durante las elecciones legislativas británicas de mayo de 2005, ciertos candidatos del partido liberal-demócrata y los de la coalición Respect, agrupados alrededor del disidente laborista George Galloway, hicieron campaña contra la sumisión de los dos principales partidos a los intereses estadounidenses.
El dirigente del partido liberal-demócrata, Charles Kennedy [16], y George Galloway [17] hicieron campaña, por separado, afirmando que su partido había sido el único que no apoyó la política del Primer Ministro ligada a la de Washington. Una vez más, fue el Guardian quien difundió esos ataques. En sus llamados existe una voluntad común de romper con la lógica bipartidista de la «relación privilegiada» y de poner en tela de juicio a la misma vez ese dogma de política exterior y el eje de la vida política bipartidista británica.
En efecto, el sistema político británico está hecho para crear mayorías estables ante una oposición unificada mediante el escrutinio uninominal de una sola vuelta, que lleva al voto útil a favor de los principales partidos y evita la división partidaria. Sin embargo, la democracia británica se erigió sobre un primer bipartidismo que oponía a liberales y conservadores alrededor de la redistribución de los poderes entre aristocracia y burguesía. Ese bipartidismo desapareció con el surgimiento político de la cuestión social y el nacimiento del partido laborista, lo cual dio lugar a un nuevo bipartidismo que opone a laboristas y conservadores mientras que los liberales desaparecían poco a poco del juego político. Actualmente, los liberales y Respect abrigan la esperanza de ver desaparecer ese sistema para dejar lugar al surgimiento de la cuestión de la independencia británica con respecto a Estados Unidos. Tienen la intención de recoger los frutos y no permitir que otros se beneficien de la nueva coyuntura.
La elección británica del 5 de mayo de 2005 reforzó a los liberal-demócratas y Respect, pero ello no impidió que Tony Blair obtuviera su tercer mandato. El Guardian hizo ampliamente campaña contra la «relación privilegiada» pero se vio aislado.
En este momento es difícil saber en qué punto se encuentra la opinión británica en cuanto a la cuestión de la relación con Estados Unidos, sobre todo porque la oposición a la relación de vasallaje de Londres hacia Estados Unidos no está exenta de ambigüedad. ¿Quién, entre los que denuncian el control de Estados Unidos sobre la política británica, lo hace porque la invasión a Irak es un fracaso? ¿Quién desea una independencia británica duradera? ¿Quién lo hace llevado por un sentimiento proeuropeo? ¿Quién reacciona por oportunismo? ¿Quién lo hace así por antiimperialismo o, por el contrario, reacciona de esa manera para favorecer una política imperialista exclusivamente británica que no tomaría en cuenta los dictados estadounidenses?
La crítica de los vínculos que unen a británicos y estadounidenses peca por lo pronto de una ausencia de perspectiva global de la ruptura. En efecto, los expertos se esfuerzan por demostrar las implicaciones para la defensa británica y para la toma de decisiones en ese terreno que inducen los lazos con Washington. Los responsables políticos se basan en esos análisis para poner en tela de juicio el funcionamiento de la vida política interna del Reino Unido. No se nota sin embargo (¿quizás no aún?) una reflexión profunda sobre el mundo unipolar. Los partidarios de la ruptura con Washington no han demostrado por ello apego alguno al principio de multipolaridad, al desarrollo de un polo europeo o euroasiático como competidor de Estados Unidos. A no ser que crea en el aislacionismo, Londres debería hacer sin embargo, si se distancia de Washington, una profunda revisión de su sistema de alianza y cambiar de paradigma de análisis para las relaciones internacionales. Esa reflexión teórica sobre la representación del mundo que induce un realineamiento británico sigue siendo, de lejos, una tarea pendiente.
Es por tanto difícil establecer una opinión sobre los que han optado por la denuncia de los lazos con Washington. El tema es sin embargo importante. En efecto, hay quienes piensan hoy que para proseguir sus aventuras coloniales y convencer a su propia opinión pública de que al actuar lo hacen a la cabeza de las fuerzas del «mundo libre», Estados Unidos necesita el apoyo del gobierno británico. El ex comisario europeo de Relaciones Exteriores, el británico Chris Patten, y el ex embajador británico en Estados Unidos de 1997 a 2003, Sir Christopher Meyer, pretenden que la guerra contra Irak no habría tenido lugar sin el apoyo de Tony Blair a George W. Bush. Si ese análisis es acertado, el debate británico sobre los vínculos entre Londres y Washington es esencial para toda la humanidad.
[1] «Full transcript of the Interview with Tony Blair», Financial Times, 28 de abril de 2003.
[2] «Dire oui à la France, donc oui à l’Union», por Denis McShane, Le Figaro, 28 de febrero de 2005.
[3] «The president who let down his nation», por Denis MacShane, The Independent, 20 de mayo de 2005.
[4] «Now see what a mess will follow», por Denis MacShane, Times, 31 de mayo 2005.
[5] «If Labour had its way, Britain would cease to be a nation state », por Michael Howard, Daily Telegraph, 9 de junio de 2004.
[6] Las líneas generales de aquel discurso fueron retomadas días después en The Independant. «Blair crumbles when Bush comes to shove», por Malcolm Rifkind, The Independant, 20 de noviembre de 2003.
[7] «Whispering in Bush’s ear has got him nowhere. Blair must find his voice on Iraq», por Malcolm Rifkind, The Independent, 24 de mayo de 2004.
[8] «They have no idea how to win their war», por Robin Cook, The Guardian, 1ro de julio de 2005. Texto retomado días más tarde en el Taipei Times: «Iraq: The war with no strategy», Taipei Times, 6 de julio de 2005.
[9] «Blair is right to sit on the fence», por Alastair Campbell, The Guardian, 2 de noviembre de 2004.
[10] «Stuck in the middle», por David Clark, The Guardian, 2 de noviembre de 2004.
[11] Los principales puntos de esa intervención fueron retomados en The Independent: «U.S. Foreign policy direction will have to change direction», por DeAnne Julius, The Independent, 18 de septiembre de 2003.
[12] Citemos como ejemplo el texto «’There was a lack of substantive evidence... We were told there was intelligence we could not see’», por Brian Jones, The Independant, 4 de febrero de 2004.
[13] «The trouble with joint intelligence», por Crispin Black, The Guardian, 26 de mayo de 2004.
[14] «This relationship isn’t working», por Dan Plesch, The Guardian, 6 de abril de 2004.
[15] «The case for impeachment», par Don Plesch, The Guardian, 22 de septiembre de 2004.
[16] «This edgy volatility will usher in a three-party era», por Charles Kennedy, The Guardian, 4 de abril de 2005.
[17] «These are Blair’s last days», por George Galloway, The Guardian, 3 de mayo 2005.
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