Las revueltas que sacudieron algunos suburbios franceses concluyeron; sin embargo, los medios de comunicación aún se hacen eco de ellas.
Los actos de violencia «sólo» destruyeron establecimientos comerciales y varios miles de vehículos, sin provocar muertes, pero tuvieron repercusión mundial. Los expertos mediáticos o dirigentes políticos se dieron gusto hablando al respecto, concedieron a los hechos una importancia que no tenían y se atrevieron a realizar las comparaciones más absurdas (el paralelo entre los actos de violencia y el huracán Katrina gozó de particular popularidad a pesar de su incongruencia) o nauseabundas (el principio de una guerra religiosa fue formulado con regularidad por una parte de la prensa).
La entidad Project Syndicate no escatimó esfuerzos en la materia. De esta forma pudimos encontrar el artículo sobre los actos de violencia en Francia del ex primer ministro francés Michel Rocard en el Daily Times (Pakistán), ABC (España), Taipei Times (Taiwán) y Jordan Times. Por su parte, la tribuna de los analistas Alfred Stepan y Ezra Suleiman tuvo el honor de ser reproducida en el Korea Herald (Corea del Sur), el Daily Times (Pakistán), el Taipei Times (Taiwán), el L’Orient Le Jour (Líbano) y La Vanguardia (España). Como de costumbre, no podemos garantizar que estos artículos no hayan tenido una mayor difusión; es probable que algunas publicaciones hayan escapado a nuestra atención. Estos textos exhortan a Francia a revisar su sistema social pero no aportan mucho que digamos al análisis. No obstante, contribuyen a dramatizar los hechos e influyen en la lectura internacional de un acontecimiento que, a escala mundial, no constituye más que un epifenómeno.
El escritor y periodista de Bahrein, Said Al Shihabi, no se muestra indiferente ante esta mediatización. Aunque quiere a todo precio diferenciar estos acontecimientos de la relación de «Occidente» con el Islam, en un texto publicado por Alquds al-Arabi, no deja de sucumbir a la dramatización generalizada de los acontecimientos, al comparar, como lo hizo antes que él Bernard Cassen, los actos de violencia en los suburbios con el paso del huracán Katrina. Sin embargo, ¿cuáles son los elementos de comparación entre la destrucción total de una ciudad, que dejó como resultado cientos de muertos, y la destrucción de algunos miles de autos? Todo ello lo lleva a pedir el cuestionamiento del modelo social francés. De esta forma, haciendo suyo el análisis de los medios de prensa internacionales, acaba formulando la misma respuesta: es necesario adaptar el sistema social francés, uno de los temas de campaña del candidato Nicolas Sarkozy, personaje inevitable de la mayoría de las tribunas sobre el tema.

Para la extrema derecha estadounidense, no es el modelo social francés el que está en tela de juicio sino la presencia musulmana en Europa, y, con mayor precisión, en Francia. Somos por lo tanto testigos de una explosión de comentarios racistas en la prensa neoconservadora. Era nuestro deber dar cuenta de estas declaraciones a nuestros lectores a pesar de la repugnancia que nos inspiran. La presente rúbrica tiene el propósito de destacar, volver a situar en contexto y analizar los principales argumentos aparecidos en la prensa internacional.
En Frontpage Magazine, al autor de best sellers antimusulmanes y director de Jihad Watch, Robert Spencer, comenta y alaba las palabras de su colega Oriana Fallaci. No vacila en afirmar que los «inmigrados» musulmanes pueden compararse con un nuevo ejército musulmán que desea conquistar Europa por medio de su superioridad numérica e imponer la charia en este continente. Asegura que el Islam es un totalitarismo comparable al nazismo (como Bernard Lewis, a quien también hace referencia) y que el Corán puede compararse con Mein Kampf. Esta manera de presentar los disturbios como si se tratara de una batalla urbana que opone «Occidente» al Islam goza de gran popularidad en América del Norte. Al inicio de los actos de violencia, el analista neoconservador Edward Morrissey intituló su artículo sobre el incendio de automóviles Falluja-Sur-Seine ?. Recordemos que para el Weekly Standard, Faluya no hace pensar en la masacre de la población civil por parte de un ejército de ocupación sino en una insurrección «yihadista» vinculada a Al Qaeda que el ejército estadounidense se vio obligado a reprimir.
Ya explicamos en nuestras columnas cómo la prensa anglosajona que apoyó la invasión a Irak había multiplicado las comparaciones entre la Francia de 2005 y la de 1945 al sobreexplotar el título «Paris brûle t il ?». El ex asesor de Ronald Reagan, Jack Wheeler, emplea también este medio en una tribuna publicada en To The Point, ampliamente comentada y aplaudida en la prensa neoconservadora. El autor, quien en el pasado detalló las técnicas de tortura que recomendaba para hacer hablar a los sospechosos en la «guerra contra el terrorismo», da muestras una vez más de un racismo desenfrenado. En su opinión, los revoltosos son musulmanes iletrados, criminales, que no se integran y que quieren, gracias a su abundante población, transformar la identidad francesa (cristiana y europea) en una identidad musulmana. Considera que el único capaz de hacer aún algo para salvar la situación es Nicolas Sarkozy.

Como podemos ver, ya se trate de desear la adaptación del modelo socioeconómico francés a la globalización económica anglosajona o de pedir el férreo control de las poblaciones «musulmanas», los medios atlantistas (neoconservadores o no) llaman al ministro francés del Interior.

Este último expresa sus puntos de vista en Le Figaro.

Luego de atizar el fuego durante los disturbios al multiplicar las provocaciones, el ministro del Interior, presidente de la UMP, presidente del Consejo General de Hauts de Seine y candidato a las elecciones presidenciales francesas de 2007, juega la carta de la pacificación, imitando de esta forma la estrategia que él mismo utilizara durante el debate sobre el velo islámico. Después de desempeñar un importante papel en el desencadenamiento de los actos de violencia, se presenta como elemento moderador. De esta forma, afirma su deseo de ver a Francia dotarse de un sistema de «discriminación positiva» basada en el lugar de residencia para ayudar a los habitantes de las zonas urbanas sensibles y avanza algunas propuestas a favor en especial de la integración de los jóvenes provenientes de estos barrios.
Estas palabras tranquilizadoras son desmentidas hoy por los rumores que estremecen las cancillerías y según los cuales se están organizando devoluciones masivas de inmigrados de origen africano en toda la zona Schengen para finales del año en curso.

Pero esto tiene poca importancia, en estos momentos Nicolas Sarkozy puede hacerse el moderado y pasar de la dulzura a la amenaza. Ya consiguió que en Francia se dejara escuchar un discurso abiertamente racista que sólo pedía poder expresarse y que ahora lo hace sin complejo alguno.

La extensa entrevista que el «filósofo» francés Alain Finkielkraut concediera al diario israelí Ha’aretz se ha convertido en el símbolo de este discurso racista sin complejos. En su opinión, de manera desordenada, las revueltas son la obra de los musulmanes que rechazan la República, utilizan a los niños para lograr sus fines, están en guerra con «Occidente» y se apoyan en un mensaje de odio que descansa en el mito de la colonización explotación cuando en realidad Francia hizo mucho bien en África. Alaba los objetivos educativos de la colonización y fustiga a las organizaciones y personalidades que desean que Francia enfrente finalmente sus crímenes pasados. Afirma de esta manera que el humorista Dieudonné, militante antirracista, es el gran organizador de la difusión de un «racismo contra los blancos» y el «patrón del antisemitismo en Francia».
Esta entrevista provocó que Dieudonné y organizaciones antirracistas presentaran quejas, pero el autor gozó de la indulgencia de los grandes medios de comunicación [1]. En cambio, sus detractores sólo contaron esencialmente con Internet para expresar su opinión. Así, la carta abierta del humorista Dieudonné en la que condenaba estas declaraciones sólo fue divulgada por el sitio Les Ogres y el anuncio de presentación de queja de las restantes organizaciones pasó de manera discreta por los medios de difusión.
Incluso cuando Finkielkraut afirma con frecuencia en la entrevista que sólo puede expresarse como lo hace en Israel y que sería censurado en Francia, parece que minimizó la complacencia de los medios de comunicación franceses con relación a su persona y a este tipo de discurso cuando no proviene de la extrema derecha patentada.

Si bien la entrevista de Alain Finkielkraut causó una impresión desagradable, fue sobre todo a causa de su extensión y de la crudeza del lenguaje utilizado. Aquellos acostumbrados a los escritos o declaraciones de este autor no encontraron nada sorprendente en las palabras citadas por Ha’aretz con excepción del estilo, de la declaración cruda que sustituye a la alusión.
De igual manera, cuando Finkielkraut afirma que «esto no se puede decir en Francia» quiere probablemente decir que no se puede decir como él lo hizo, pero la ideología que transmite encuentra lugar en los medios de comunicación franceses.

El cuestionamiento del carácter criminal de la colonización es algo corriente entre los expertos mediáticos y los políticos. El 23 de febrero de 2005 se dio un paso adicional al aprobarse una ley que reconoce el «carácter positivo» de la colonización de África por parte de Francia. La oposición parlamentaria propuso recientemente enmendar este texto pero la propuesta fue rechazada una vez más.
El historiador soberanista Max Gallo comenta el debate suscitado por dicha votación en Le Figaro. Muestra su consternación ante las simplificaciones históricas que se multiplicarían en Francia respecto de la colonización. En su opinión, en estos momentos existe un movimiento que desea en exceso empañar la obra colonial para apoyar el comunitarismo [el comunitarismo designa un enfoque en que el único elemento explicativo de los problemas o de las cuestiones sociales o políticas es la comunidad religiosa o étnica, N. del T.] y atacar la República. Por lo tanto, si bien condena la ley del 23 de febrero de 2005 es porque no le gusta que el legislador le dicte su trabajo al historiador. No obstante, no dedica mucho tiempo al contenido de la ley mientras que sí lo hace para relativizar los sufrimientos de los colonizados al compararlos con los de los colonos y con los «avances» aportados a las colonias en lugar de incriminar la valorización parlamentaria de un crimen histórico.
La negación de los crímenes coloniales no es algo novedoso en Francia. El país no ha hecho aún su examen de conciencia sobre el período colonial. Tenemos como ejemplo las próximas celebraciones nacionales de las victorias de Napoleón I cuando este restableció la esclavitud, exterminó a los revolucionarios franceses de las Antillas en un campo de concentración y recurrió a las cámaras de gas para perpetrar asesinatos masivos como lo demuestra en su última obra nuestro colaborador Claude Ribbe.
Mucho peor, la valorización del colonialismo experimentó un nuevo impulso en los últimos años desde que periodistas y políticos favorables a la política de Ariel Sharon y de George W. Bush expresaran el deseo de ver a los franceses apoyar a ambos dirigentes echando a un lado «la culpabilidad del hombre blanco», tema preferido del «filósofo» francés Pascal Bruckner y que en otros tiempos también estaba reservado a la extrema derecha. Adherirse a las tesis del «Choque de las civilizaciones» refuerza una vez más una tendencia que ya se manifestaba en el debate político francés.

El antiguo debate francés sobre la laicidad es también atacado directamente por esta ideología y la imagen del Islam conquistador que transmite.
En Libération, Caroline Fourest, periodista de Charlie Hebdo y dirigente de la organización Prochoix, denuncia de esta forma el proyecto de «retoque» de la ley de separación de la iglesia del Estado añorada por Nicolas Sarkozy. El texto de esta autora puede ser consultado desde hace más de un mes en el sitio Prochoix e ignoramos las razones que llevaron al diario de izquierda francés a publicarlo tan tardíamente. Fourest afirma que Nicolas Sarkozy se prepara para cuestionar el Artículo 2 de la ley fundadora del principio de laicidad republicano que prohíbe a los poderes públicos financiar los cultos o concederles un salario. La Red Voltaire, que milita a favor de la laicidad en las relaciones internacionales y defiende ese principio previo a la instauración de una verdadera democracia, no puede hacer otra cosa que compartir los temores de la autora con relación a este ataque al equilibrio de la ley de 1905. No obstante, Caroline Fourest cae rápidamente en sus obsesiones tradicionales y abandona con presteza el tema de la laicidad para volver a su principal tema de estudio: el peligro islamista. Así, aunque el cuestionamiento del Artículo 2 de la ley de 1905 constituiría una ventaja para todos los movimientos clericales que no han aceptado nunca el principio francés de la laicidad, la autora dedica la mayor parte de su artículo al peligro que representarían los musulmanes para la laicidad en Francia. Cambia rápidamente el rumbo en su discurso para lamentarse de la complacencia de los representantes electos franceses con respecto a los imanes en quienes delegarían la tarea de velar por el respeto a la ley en los barrios difíciles. La nominación de su chivo expiatorio, el intelectual Tariq Ramadan para dirigir una comisión consultiva sobre el Islam en el Reino Unido también es fuente de irritación para la autora.
En resumen, al asociar elementos poco relacionados entre sí, la periodista parte de una preocupación legítima y que exige la movilización de los ciudadanos para caer en la presentación de un Islam conquistador con una estrategia integrista en Europa. Sin llegar hasta el punto de lo que había escrito en el Wall Street Journal el 2 de febrero de 2005 (después de todo, «esto no se puede decir en Francia »), la periodista presenta en términos aceptables para la izquierda francesa tesis comparables a las de los editorialistas neoconservadores.

Ante esta repetida denigración de una población por medio de su pertenencia religiosa, pocas son las voces que discuten la islamización de los problemas sociales y el giro del debate político en Francia.
En el sitio Oumma.com, Tariq Ramadan lamenta que se divulgue en la opinión pública un racismo antes reservado a la extrema derecha. Hoy, hombres y mujeres provenientes de diferentes horizontes políticos están de acuerdo en denunciar la figura del extranjero. Señala asimismo que, como Alain Finkielkraut, los periodistas o editorialistas que se disfrazan de demócratas o de humanistas en Francia marchan en ocasiones al extranjero para estigmatizar en los medios de comunicación a las poblaciones musulmanas.

[1Ver al respecto, «Les prédications d’Alain Finkielkraut : « Ma copie corrigée sur les quartiers populaires »», por Henri Maler, Acrimed, 1º de diciembre de 2005.