Bien es sabido que ni los pueblos ni las personas nacen demócratas, se hacen demócratas. En Venezuela observé un fenómeno sumamente curioso: por un lado el pueblo, una aplastante mayoría de sus ciudadanos, parece concordar en que es más conveniente vivir bajo el imperio de las leyes sancionadas por la mayoría y están dispuestos a convivir en un clima de tolerancia, negociación y pacto social; y por el otro, unas élites políticas de oposición –a las que hasta hace muy poco creíamos demócratas convencidos que, una vez desplazadas del poder, han demostrado que no estaban adecuadamente educadas en el sacramento de la urna, la persuasión y la tolerancia— que se resisten a comprometerse con las reglas del juego democrático y –lo que es peor— conspiran con un gobierno extranjero para desconocerlas y sabotearlas.

Cabe la pregunta: ¿ Cambiaron tanto los políticos venezolanos que hoy están en la oposición y apoyan la violencia y el golpismo ? Definitivamente no. Lo que sucede es que antes eran los que mandaban y no se sentían para nada obligados a obedecer la ley ni a escuchar a los ciudadanos de a pie. No eran administradores asalariados, sino elementos que gobernaban con total insolencia antidemocrática. Ahí está el corazón del problema: para que la democracia funcione en Venezuela, para que pueda surgir una mentalidad social hospitalaria con la ley y la libertad, es imprescindible variar totalmente la actitud de los partidos políticos de oposición, de las televisoras privadas que actúan como partidos y –por qué no— algunas posturas de los partidos que integran el gobierno.

En Venezuela parece estarse dando un proceso inédito en el contexto latinoamericano: el venezolano de a pie –el del 80 % que estaba sumido en la pobreza en uno de los países más ricos del mundo— comienza a percibirse como el dueño y señor de su país que, por primera vez, ejerce la soberanía. Comienza a prevalecer en el pueblo venezolano una reflexión básica sobre el modo en que la mayoría quiere que se conduzcan los negocios comunes y sobre el imperio incuestionable de las reglas del juego, actitudes que debemos celebrar, pues sólo así será posible en ese atribulado país la vigencia del Estado de Derecho.
Le pregunté a un intelectual de derecha, en mi opinión una de las cabezas mejor cultivadas de Venezuela: –cuyo nombre me reservo por que así me lo pidió expresamente— ¿ Será posible que los tanques vuelvan a avanzar hacia Miraflores ? Y me contestó: “la inmensa mayoría de los venezolanos siente ahora que el Estado le pertenece; de manera creciente acata y respeta las reglas del juego democrático y en muchos casos por primera vez se sienten que son gobierno. Mientras esto sea así –y los chavistas no caigan en los mismos errores y corrupciones de las élites pasadas— es muy difícil que los tanques avancen hacia Miraflores. Y si avanzaran, no dudes en que el pueblo saldrá a detenerlos con los puños si es preciso”. Y concluyó melancólicamente: “No hay nada que hacer”.

No me detendré en los resultados electorales pues el chavismo, como confirmaban todas las encuestas –incluso una encuesta secreta realizada por la CIA— alcanzó unos 150 curules en la nueva Asamblea Nacional.

En Venezuela, la oposición –al menos la asociada con el golpismo, con la violencia y con la antidemocracia— está recibiendo una Terapia de Realidad parecida a la que Glasser diseñó, en su momento, para tratar a los delincuentes. Nada de oscuras coartadas freudianas al estilo del puntofijismo. Nada de permitir que transmitan a otros sus propias responsabilidades, o mejor irresponsabilidades.

Sin embargo, ya en el avión, de regreso a casa, leía unas declaraciones de María Corina Machado de la organización opositora “Súmate” –un compañero de vuelo me porfió tercamente que la organización se llama “Réstate” — que decía: “Con estos resultados hay menos democracia en Venezuela, hay un Parlamento unipartidista, la Asamblea está herida de ilegitimidad”.

De nada servirán los llamados a la cordura y a la oposición responsable que les lanza Chávez, si en los opositores no se produce eso a lo que los curas de la infancia llamaban “propósito de enmienda” , y francamente, todavía, en esta visita a Venezuela no he apreciado síntomas de que ese milagro interior esté a punto de ocurrir. Más bien las élites opositoras tercamente insisten en el terror, digo en el error.
Bien. Aquí cabe la pregunta: ¿ Por qué los líderes de los partidos de oposición tienen ese comportamiento suicida ? Creo, sinceramente, y quisiera compartir con los lectores mi preocupación: la oposición venezolana está contagiada con el virus del antiespíritu de cuerpo.

Los norteamericanos –que realizan una investigación de todo, o de casi todo— conocen este virus y lo han descrito magistralmente. Se trata de una fuerza centrífuga irresistible que conduce a la disgregación de toda estructura que resulte claramente repudiada por la sociedad, en la que sus dirigentes han perdido la autoridad moral, y en la que su discurso carece de cualquier clase de relación con la verdad o la virtud.

El Presidente Chávez, luego de ejercer el derecho al sufragio el domingo expresó: “este nuevo fracaso de la oposición obedece a que los venezolanos estamos inmunizados contra ese veneno, contra el intento de sabotearnos por la vía del retiro de algunos partidos y la vía violenta…”. Bien vale la pena –digo yo— que el gobierno bolivariano instituya el programa Barrio Adentro XL, para vacunar –con el antídoto correspondiente, es decir con Terapia de realidad — a esa oposición rabiosa y descuerpada , que gústenos o no, también necesita la democracia venezolana.

Rebelión