El debate transmitido a través de la televisión por cable a todos los países latinoamericanos, llevó un mensaje que puede haber resultado sorprendente para cualquier espectador de la región: en el país que se ha levantado como el modelo económico liberal, toda su clase política -con los matices que se quiera incluir-, critica el modelo. Por lo menos en el discurso. Atrás quedaron las apologías acríticas y fanatizadas al modelo de mercado más a ultranza en toda la región.

La gran virtud de este debate es haber colocado en la agenda pública temas que durante largos años habían estado ocultos, acaso silenciados. ¿Qué dirá Nicolás Eyzaguirre del debate? En un dos por tres la gestión económica, tan aplaudida por la prensa especializada y los organismos internacionales, se fue al traste. Lo que vimos fue una polémica acerca de un país tercermundista como el que más.

Y eso es también lo que han visto nuestros hermanos latinoamericanos a través de la CNN. Tras el foro, el gobierno chileno señaló que tenía una muy buena impresión del debate, pero la percepción ha de ser otra, y muy distinta. Si Ricardo Lagos se enfurece porque la televisión muestra imágenes de manifestaciones callejeras, -que dan la vuelta al mundo y son vistas por los inversionistas-, la discusión presidencial le debe haber causado simplemente cólera. Lo que la comunidad financiera y política internacional ha visto son los comentarios de toda la clase política chilena acerca de un modelo económico que (según ha mostrado la televisión) se cae a pedazos. El economista Manuel Riesco, candidato a senador del Junto Podemos Más, ha interpretado el debate con la siguiente expresión: "El gran perdedor ha sido el modelo neoliberal".

Si aquello ha sorprendido a Latinoamérica, no ha dejado de sorprender a los mismos chilenos. De la noche a la mañana las férreas defensas del modelo económico en boga se han convertido en críticas, que surgen no sólo desde la Izquierda y la extrema derecha, sino también desde la misma coalición gobernante. Como dijo en el debate Michelle Bachelet, la candidata de la Concertación, lo primero que haría al ingresar a La Moneda el 11 de marzo próximo sería legislar para corregir el sistema privado de pensiones -uno de los tantos ejercicios teóricos neoliberales-, que en menos de diez años ha llevado al colapso de las jubilaciones.

Críticas desde el "establishment"

La crítica al modelo que siempre ha venido desde la Izquierda, ha llegado en los últimos meses hasta las cúpulas del mismo establishment económico. La entrevista a inicios de octubre a Felipe Lamarca, otrora uno de los representantes más duros del poder fáctico empresarial a través de la organización fabril Sofofa y cabeza visible del grupo Angelini, en la que lanzó críticas directas al actual modelo de mercado ("aquí no hay chorreo económico, acaso un goteo" o "es necesario corregir aspectos como la extrema concentración del poder") que no sólo han sido sorpresivas y hasta increíbles, ha generado una inmediata réplica en la clase política. El empresario-candidato presidencial y ex presidente de Renovación Nacional, Sebastián Piñera, ha salido a compartir las apreciaciones de Lamarca. En tanto, hasta el mismo presidente Ricardo Lagos señaló que también participaba de esas críticas, las que han sido también recogidas por la candidata Bachelet. ¿Qué es lo que les pasa? ¿Son tan buenas las elecciones, podemos preguntarnos?

Lamarca, ante la incredulidad de la audiencia por giro tan radical, señaló con no poca seguridad -alguien podría decir cinismo- que esta opinión la había mantenido siempre, pero nadie nunca se la había preguntado. No vamos aquí a entrar en un análisis sobre el discurso público y privado de Lamarca durante los años de la Sofofa, pero, de ser sinceramente así, estaríamos ante un caso de conversión tan radical como la de Pablo en el camino a Damasco.

Si nos remontamos un poco en el tiempo, es probable que hallemos al menos dos eventos más o menos importantes que habrían influido en este cambio en el discurso económico. Hace más o menos un año, el Banco Mundial (BM) evacuó un informe sobre la distribución de la riqueza en el mundo. Chile apareció entre las diez naciones con una distribución más desigual. Por esa época, el gobierno de Chile intentaba pertenecer a la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico). El exclusivo organismo económico le respondió que uno de los requisitos básicos para formar parte del club era tener una buena macroeconomía pero también una distribución más o menos decente de la riqueza. Posteriormente, hacia comienzos de este año, el BM volvió a evacuar otro informe sobre la distribución en Chile, con resultados muy similares.

Como en el caso Pinochet, cuyos enjuiciamientos han venido impulsados desde el exterior, es posible, y también un poco lamentable, que en este caso ocurra algo similar. Han tenido que ser las agencias internacionales y no la sociedad civil ni los partidos políticos los que le digan al gobierno que el modelo no funciona lo bien que cree o quiere creer.

Lo que ha habido es simplemente un gran inventario de las variables que han llevado a un país que crece a altas tasas, tal como recomiendan los organismos financieros internacionales, a convertirse en uno de los peores territorios de la injusticia económica y social. La desigualdad, en un par de años, ha venido a opacar las grandes y tan celebradas estadísticas macroeconómicas. Porque si estos registros a alguien le han servido, no ha sido al común de los chilenos, a las familias, los trabajadores o a las empresas. Sólo un ínfimo grupo se apropia hoy de la generación de riqueza. Para ello, basta recordar una reciente información económica: un cinco por ciento de las empresas chilenas -de un universo de 600 mil- factura más del 80% del total de las ventas.

Esta es la concentración económica que ha escandalizado a Lamarca, que tiene sus efectos en otras áreas de la economía como la casi nula generación de empleo y precarización de los existentes, más otras consecuencias en actores económicos como los consumidores. Sabemos que hoy prácticamente todas nuestras actividades son canalizadas como actos de consumo, desde la salud, la educación, el agua que bebemos, las llamadas telefónicas y otras, como la alimentación o la vivienda. Y en todas ellas, hay factores de concentración económica que coartan la libertad económica del consumidor. ¿Qué sucedería si verdaderamente el consumidor pudiera escoger, bajo la libertad de mercado que se nos había prometido, las mercancías y servicios en total transparencia? ¿Qué sucedería con la capacidad adquisitiva de los chilenos si la salud, la educación y los servicios básicos se rigieran por criterios ajenos al lucro?

La respuesta tiene un poco de especulación, no obstante tiene también sus argumentaciones. Desde hace unos cinco años, Chile sufre una fuerte contracción en la inversión extranjera. Las inversiones que se han realizado corresponden a grandes cambios de propiedad, como lo ha sido la compra de Bellsouth por Telefónica o la compra de Smartcom por Telmex, ambas operaciones destinadas a consolidar mercados, a quedarse con lo que ya existe. Más allá de estas operaciones de adquisiciones, no ha habido inversión extranjera en Chile. El motivo oficial es que hay una sequía de inversiones en el mundo, la que es más profunda en Chile, país exhibido como modelo económico en la región. Habría, entonces, una evidente contradicción en el discurso oficial.

Nuestra respuesta, atendiendo también a las aprensiones de Lamarca, es que la falta de inversiones extranjeras en Chile obedece a factores de concentración económica, que han llevado a un estancamiento en el crecimiento de la capacidad adquisitiva. Nadie quiere invertir en Chile porque aquí el negocio ya está hecho, porque, en otras palabras, los trabajadores ya han sido esquilmados en su capacidad de consumo.

Los extensos márgenes sociales de la macroeconomía

El discurso de terror de la derecha, que ha apoyado su estrategia electoral en el aumento de la delincuencia, le ha jugado en contra. Pero no sólo como retórica, también como acción política. Pese que la derecha observa la delincuencia como un fenómeno que sólo hay que controlar, sin atender a sus causas, la amplificación de los delitos -apoyada con satisfacción por los medios de comunicación- ha generado otros discursos, desde otros espacios sociales y políticos, los cuales sí apuntan a sus causas que, claro está, tienen su origen en la desigual distribución de la riqueza. De una u otra manera, la magnificación de la delincuencia por parte de la derecha se ha estrellado contra las bases del modelo económico. Por más guardias de seguridad y alambradas electrificadas, el problema no sólo seguirá presente, sino que será creciente.

Al modelo le ha llovido sobre mojado. Había transcurrido menos de una semana desde el debate cuando la atención mediática se orientó a Roma y, en especial, a la figura del padre Hurtado, quien, hace cuarenta años describía un Chile socialmente similar al actual: la desigualdad y la injusticia social, y no los milagros, pese al Vaticano y a los poderes fácticos, han sido el eje del evento en la plaza de San Pedro, de Roma, el que ha vuelto a impregnar los contenidos de los medios de comunicación.

Es posible recordar algunos de los textos del hoy San Alberto Hurtado. En su carta al Papa de entonces, Pío XII, Hurtado describía la espantosa realidad social de Chile, que no ha variado en lo sustancial: "Ante todo, se nota una diversidad muy grande en las condiciones económicas y humanas. La aristocracia y la nueva plutocracia llevan una vida fácil. Sobre todo es propietaria del campo: el 50% del terreno agrícola es propiedad de menos de mil personas. El pueblo, en general, está en condiciones de subproletario. Los ranchos en que viven son espantosos. El R.P. Lebret, O.P., director de Economía y Humanismo, en una visita reciente a Chile, declaró que no había visto en parte alguna del mundo habitaciones semejantes. Es muy frecuente encontrar un promedio de ocho personas en piezas de 9 metros cuadrados. ¡Y a veces se encuentran hasta siete personas en una cama!".

Ante este nuevo fenómeno, por cierto que la derecha y los poderes fácticos reaccionaron con prontitud. Un editorial del diario La Tercera del 22 de octubre, titulado "La fortaleza del modelo", señalaba, aprovechando de inculpar al actual gobierno: "¿Cuánto de ello representa, efectivamente, una falla del modelo? En realidad, muy poco, en tanto éste consiste, en esencia, en un régimen competitivo de libre mercado, apertura al comercio internacional, equilibrios macroeconómicos, iniciativa privada como motor de la economía, rol subsidiario del Estado y un Banco Central autónomo encargado de mantener a raya la inflación. No son estas las causas de la desigualdad que existe en Chile y, de hecho, los postulantes de la Concertación y de la Alianza no apuntan sus críticas a ninguno de estos aspectos".

Y continuaba, con no poco oportunismo y apuntando al gobierno de turno: "Así, más que una unánime crítica al modelo económico, lo que hay son quejas que tienen más que ver con políticas públicas y decisiones de gobierno en materia de educación, seguridad ciudadana, mayor competencia vía menores barreras de entrada, premio al buen desempeño, etc. El consenso sobre los problemas de Chile más bien sugiere, entonces, la fortaleza del modelo, en tanto sus pilares no son cuestionados por los actores políticos más relevantes: que hagan sus críticas y presenten sus propuestas desde el sistema, entonces, da cuenta de su solidez. El hecho de que el mensaje antisistémico del pacto Juntos Podemos Más no encuentre eco más que en un electorado muy minoritario, es decidor".

El interés de esta ferviente defensa del modelo no está en su falsa y sectaria argumentación; está en la inmediata reacción que ha generado en los poderes fácticos el consenso nacional acerca de la perversión del libre mercado. Porque, como puede observarse, los planteamientos desarrollados son los que hemos venido oyendo desde hace ya más de veinte años: el modelo es perfectible y sólo falta desregular aún más para que logre su perfección. Afortunadamente, es un planteamiento tan básico y falaz que se cae por sí solo