Con un paso de siete leguas, Bolivia dejó de ser una exótica postal andina, habitada por una primitiva sociedad, regida por una oligarquía encomendera, sostén de un capitalismo menesteroso que ha condenado a la pobreza impar a la más autóctona de nuestras naciones, para colocarse en la vanguardia del proceso político latinoamericano.

Esa masa irredenta, 60% quechuas y aymaras y 30% mestiza, acaba de protagonizar una hazaña histórica al catapultar a la presidencia de la República a Evo Morales, por fin uno de los suyos, que tras soportar durante más de medio milenio las más oprobiosas humillaciones, asume el mando.

Resultaron derrotadas la oligarquía que convirtió al país en una Mita hispana, y el imperialismo que conculca la soberanía, saquea las riquezas naturales y respalda el primitivismo político, que ha obstaculizado el desarrollo de instituciones civiles suficientemente legitimas y fuertes como para impedir casi doscientos golpes de estado en 181 años de vida independiente.

Fue vencido el miedo a la coca, un bien de la naturaleza y un maná perfecto para elaborar CocaCola, una ambrosía, símbolo del modo de vida americano cuando es consumida por las sociedades ricas y una hoja repudiable cuando es masticada por los empobrecidos pobladores de los Andes.

En Bolivia, a lo largo de más de medio milenio, los imperios y las oligarquías han edificado un orden social tan insolvente que ni siquiera ha logrado enseñar castellano a sus habitantes, levantando el paradigma de un estilo de vida basado en la exclusión de las mayorías, base de un inmovilismo que congeló el desarrollo social y político, convirtiendo aquella sociedad en un gigantesco laboratorio de antropología comparada.

Esta vez todo cambió. La masividad del voto popular que otorgó más del 50 % de los sufragios a Evo Morales, no dejó espacio alguno a las habituales maniobras palaciegas con que la oligarquía acostumbró a escamotear cualquier triunfo popular. El parlamento y los poderes judicial y electoral, nada tienen que hacer, excepto acatar la voluntad popular.

No estará alfombrado de rosas el camino a recorrer y serán necesarias sólidas convicciones, talento y esfuerzo para consolidar la victoria alcanzada, desactivar las campañas hostiles, paralizar las maniobras anti populares de la reacción y el imperialismo, enfrentar las campañas mediáticas dentro y fuera del país, anular los empeños para dañar la economía, tratar de desacreditar a las nuevas autoridades y manipular la fe religiosa.

La batalla política e ideológica será intensa y decisiva.

Es de la mayor importancia sumar a los militares jóvenes y a los elementos patrióticos dentro de la oficialidad y las tropas e impedir desmanes a los generales reaccionarios que nunca han vacilado en violar los reglamentos y pisotear las constituciones.

A los bolivianos corresponde ahora no desmovilizarse, mantener una vigilia permanente, sin dejarse provocar por las maniobras enemigas ni caer en las tentaciones de las soluciones fáciles y las simplificaciones políticas.

Con Evo Morales, la historia no se ha metido en un atajo, sino salido a una recta vía. El pueblo boliviano, el que en América vive más alto, tiene ante si una perspectiva más amplia y está mas cerca de Dios, no ha recibido un regalo para colocar bajo la almohada, sino una misión que cumplir.

La indiada triste y preterida, los olvidados y los humillados no existen más. Tuvieron su oportunidad y la aprovecharon. No les tembló el pulso. Ya no son los excluidos de siempre, sino los protagonistas de hoy.

Respecto a 47 años atrás, cuando triunfó la revolución cubana, hay una novedad: Bolivia no esta sola.