Los narcóticos procedentes de Afganistán siguen siendo un serio problema para Rusia. Así, por ejemplo, solamente en 2005 se retiraron de la venta cuatro toneladas de heroína, toda de origen afgano. Cuatro toneladas de heroína equivalen a 40 millones de dosis. Y eso que para lograr que surja narcodependencia bastan 2-3 dosis.

Ya a comienzos de los años 90 en Rusia no existía problema de drogadicción como tal. En aquella época el número de quienes consumían drogas apenas pasaba de 60 mil, que eran en su mayoría personas enfermas que las necesitaban. Hoy día, en cambio, se menciona una cifra de seis millones.

Esta dinámica de crecimiento del número de consumidores de drogas en un país como nuestro puede calificarse catastrófica. Analizando las causas y la cronología de este «salto», volvemos a enfrentar el factor afgano.

Desde luego que la rápida narcotización de Rusia se debe ante todo al derrumbe de un sistema social hermético como el soviético. Se trata más bien de un colapso sufrido por los anteriores regímenes aduanero y fronterizo, así como la destrucción del medio social anterior a que la gente estaba acostumbrada. Y, como proceso paralelo, un rápido aumento de la producción de drogas en Afganistán, país antaño vecino de la URSS con una frontera común que se extendía a 2 mil 200 kilómetros, frontera que después de la desintegración de la superpotencia socialista ya casi no existe.

Las drogas se producen en Afganistán tradicionalmente. Igual de tradicional era su contrabando. Pero antes esto se hacía en forma limitada y prácticamente bajo el control de los servicios policiales de los países a que iban destinadas clandestinamente. Mas, después de la entrada del contingente militar soviético «limitado» en Afganistán la producción de drogas, estimulada por la CIA, fue en aumento.

Luego, después de la retirada de las tropas soviéticas, con la llegada al poder de los mojaheddines, que acusaban a los anteriores dirigentes prosoviéticos de connivencia con los narconegocios, la producción de opiáceos aumentó en flecha. Mientras que en 1992 (año en que los mojaheddines llegaron al poder) la producción global de opio se mantuvo a un nivel de 1,800 – 1,900 toneladas al año, lo que equivale 180 – 190 toneladas de heroína, ya en 1994 la cosecha de opio crudo excedió 3,400 toneladas.

Veamos cómo anda la situación ahora. Pues no es mejor que en 1994. Según datos en poder de la ONU, el año pasado en Afganistán se produjo 4,200 toneladas de opio crudo (cantidad equivalente a 420 toneladas de heroína) y este año saliente, algo menos de 4,100 toneladas.

Para ser justos hemos de constatar que los propios afganos jamás han admitido los datos presentados pro la ONU, considerándolos algo exagerados. Ello se nota si se compara los datos de la ONU con los datos, facilitados por, digamos, la Comisión Suprema Antidroga de Afganistán. Hemos de admitir que los datos presentados por la comisión afgana están mejor argumentados que los de la ONU.

Pero eso son detalles. Lo más importante es otro, a saber: ¿existen mecanismos capaces de frenar el flujo de narcóticos afganos, un tercio de los cuales (que, según datos de la ONU, son 110 – 120 toneladas de heroína) todos los años siguen la Ruta Norte (Afganistán – Asia Central – Rusia) hacia Europa?

Dentro de Afganistán estos mecanismos no existen. Hoy día Afganistán no es capaz de resolver este problema ni económicamente ni por la fuerza. Los reproches que a través de los medios de comunicación rusos los servicios secretos de Rusia dirigen a las fuerzas de la coalición antiterrorista al mando de EE.UU. y hacia las fuerzas ISAF que operan en Afganistán, acusándolas de que no destruyen sembrados de adormidera opiácea, no parecen muy procedentes.

Para realizar operaciones de este tipo se necesita un mandato especial de la ONU. Lo mismo se refiere a la misión ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán) cuyas actividades se ven limitadas a las funciones policíacas. De momento ni EE.UU., que encabeza la coalición antiterrorista, ni los dirigentes de la OTAN que encabezan la ISAF, no han expresado mucho deseo de obtener ese mandato y difícilmente lo expresarán. Y es lógico pues ¿para qué complicar las ya de por sí difíciles relaciones con la población local, sin disponer fuerzas suficientes para ello?

En Afganistán son de 3 a 4 millones de personas, incluidos los que trafican con drogas y recogen opio, que se ganan la vida gracias a las drogas. Añádase a este numeroso ejército las bandas de los señores de la guerra que no todos andan desarmados y que protegiendo estos negocios cobran su 10% que les corresponde. Por lo tanto, en Afganistán hay quienes podrán defender el negocio del opio, siendo imposible resolver el problema de un hachazo.

Por otra parte, hay quienes piensan en Kabul que dentro de 10 ó, como máximo, 15 años Afganistán sí podrá resolverlo.

Hace poco, en una reunión del Gobierno de ese país se adoptó una nueva ley de lucha contra el narcotráfico. La ley no sólo define claramente el papel y las funciones de diversos organismos estatales encargados de combatir el narcotráfico sino que establece penas por la actitud connivente con los narcotraficantes en los órganos de Estado.

La ley le otorga a la policía el derecho de escuchar, con autorización judicial, conferencias telefónicas y ver mensajes electrónicos de los sospechosos de narcotráfico. Según otro artículo de la ley, los bienes adquiridos por el narcotráfico se confiscarán a favor del Estado. La ley fue creada según el modelo occidental, teniendo en cuenta las realidades locales, por expertos de Afganistán, la ONU, EE.UU. y Gran Bretaña.

Pero la ley acaba de ser promulgada. Hoy día pueden considerarse como único mecanismo activo destinado a poner coto al narcotráfico los «cinturones antidroga» que se creen en torno a Afganistán a iniciativa de Rusia y mayormente gracias a sus esfuerzos. Al decir de Víctor Cherkasov, director del Servicio Federal de Control del Narcotráfico en Rusia, el «cinturón de seguridad» no supone cavar trincheras o construir fortines o poner alambradas de púas alrededor de Afganistán.

Es, ante todo, un sistema de intercambio de información a base de la cual actuarán los guardafronteras y los servicios antidroga de los países que limitan con Afganistán. Según él, estos últimos tiempos esta cooperación se desarrolla con éxito. Así, por ejemplo, representantes de Irán y Pakistán participaron en la operación especial «Canal’2005» que se ha realizado este año.

También se desarrollan activamente los contactos que los servicios antidroga de estos países mantienen con Rusia, gracias a lo cual Rusia ha logrado disminuir en cierta medida la penetración de narcóticos afganos en el mercado interno de Rusia. Mas, en opinión de Cherkasov, ningún «cinturón de seguridad» alrededor de Afganistán podrá resolver este problema sin antes cambiar la situación dentro de ese país.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)